Franck Neuhart actúa y se mueve con naturalidad. Sus deficiencias emocionales pueden provocar en él ciertos bloqueos psicológicos, parecidos a ataques de pánico u ansiedad, pero jamás desestabilizan la neutralidad con que ejecuta y asume (individualmente) sus actos. Por ejemplo, en uno de sus ratos libres roba un coche y atropella con él a una joven universitaria. Del mismo modo, horas más tarde viste su traje de gendarme e investiga con determinación el caso de una joven muchacha atropellada. Su expresión nunca cambia. Tampoco la convicción con que interpreta su rol. Frank Neuhart muta de personalidad prácticamente sin planteárselo. Sabe cómo actuar en cada situación. Sabe fluir.
La próxima vez apuntaré al corazón es una película que fluye con la misma naturalidad con que lo hace el personaje que la protagoniza. Cada secuencia está planteada según las necesidades de la misma, pero de una forma tan sutil y transparente que resulta difícil identificar qué es exactamente lo que las hace tan atractivas. Al mismo tiempo existe una extraña homogeneidad, una especie de velo que cubre todo el relato de una hermosa textura, oscilando entre lo nostálgico y lo perverso, entre lo bello y lo perturbador… Algo parecido sucede con el personaje: un ser que nos seduce por igual que nos incomoda, que nos atrae al mismo tiempo que nos repele… pero que mantiene siempre (e aquí su homogeneidad) esta actitud firme, neutra y nada dubitativa.
Esta sinergia entre personaje y película otorga una credibilidad inquietante a todo lo que se nos cuenta, haciendo creíbles situaciones que fácilmente podrían parecernos surrealistas y permitiendo al director (todavía más difícil) introducir escenas cuyo único objetivo es enriquecer el contenido de su película (es decir, escenas que en realidad ni aportan nueva información ni contribuyen en el avance de la trama… pero que aun así resultan exquisitas). Hasta este punto logra Cédric Anger hacerse transparente y efectivo a partes iguales: este conjunto de aciertos consigue que olvidemos que en realidad nos encontramos ante una pantalla, fundiéndonos en la historia para dejar de cuestionarnos lo que vemos y limitarnos, sencillamente, a disfrutar.
Esta es, de hecho, la mayor virtud de la película que nos ocupa. Sus formas y su contenido logran una fusión muy parecida a la sinergia entre película y personaje comentada más arriba. Es por eso que la trama de La próxima vez apuntaré al corazón nos atrapa por el interés de los propios sucesos antes que por la forma con que están rodados. Vaya por delante, no quiero decir en absoluto que nos encontramos ante una planificación funcional, sino más bien todo lo contrario: si las formas gozan de esta transparencia es precisamente por la minuciosidad con que el director se ha asegurado de que cada plano esté rodado de modo que el mensaje pase por delante de la presencia del propio director.
Cédric Anger película que nos conduce por toda clase de caminos: hay momentos de intimidad (la brillante e inquietante historia de amor entre asesino y asistenta), algunos momentos incómodas (las escenas agridulces en que conocemos a la perturbada familia de Franck Neuhart), momentos de tensión (esta vena hitchcockiana que nos invita a identificarnos con el asesino cada vez que comete un error) e incluso escenas de persecución (la memorable secuencia en que la gendarmería parece acorralar definitivamente a su perseguido)… todas ellas resueltas con la misma brillantez y efectividad. Solo las grandes piezas cinematográficas logran este contacto tan directo entre espectador y película. Solo el cine con mayúsculas consigue esta fluidez.