En 2012, el director alemán Jan Ole Gerster presentó Oh Boy, un retrato de un joven berlinés que busca una motivación, un espacio en el que sentirse cómodo. Con un potente blanco y negro y un estilo visual y narrativo muy característico (influencias del neorrealismo y de grandes directores alemanes contemporáneos como Christian Petzold), Ole Gertster se llevó las alabanzas de gran parte de la crítica y ganó 4 premios del Cine Alemán.
Ocho años después llega a las carteleras su último trabajo, Lara, que vuelve a usar un continente similar. Aunque en esta ocasión Ole Gerster prescinde del blanco y negro, vuelve a hacer un retrato de un personaje durante unas horas decisivas en su curso vital. Si en Oh Boy se centraba en un joven, en esta ocasión opta por una mujer madura, Lara, una profesora de piano a quien su familia ha dejado de lado por culpa de su excesiva ambición y aparente falta de emociones.
Es interesante que en una película sobre una profesora de piano, la música y la acción de tocar este instrumento esté en tan segundo plano hasta mitad del film. Quizás es precisamente para que esa ausencia se haga notar: la intención de mostrar hasta qué punto la música y el piano están presentes en la vida de la protagonista aunque ella intente olvidarlos. Pese al rictus “huppertiano” de la protagonista (una fantástica Corinna Harfouch), Ole Gertster consigue que se produzca una cierta compasión hacia ella, quizás por el patetismo trágico que transmite alguien incapaz de mostrar emociones.
La segunda mitad del film, en el que ya se han retratado la mayoría de los problemas de la protagonista (algunos de manera explícita y otros con un aura de misterio que no se resolverá), se centra en el concierto que dará el hijo de Lara, y en el conflicto que viven los dos. Aquí queda patente la relación tóxica entre madre e hijo, en la que este último sufre por no poder cumplir con las expectativas de Lara y ella sufre por no ser capaz de salirse de su papel de profesora perfeccionista ni siquiera con su propio hijo. También queda patente la soledad y baja autoestima de la protagonista, en escenas patéticas en las que busca acompañantes para el concierto entre gente que odia.
Pese a un ambiente seco, desesperanzador, el director intenta colar algunos rayos de esperanza que evite que la película derive hacia el terreno de la desgracia absoluta. En ello tiene que ver los últimos resquicios de unión entre protagonista y su hijo, o el amable vecino de Lara, que permite trazar una línea de esperanza en un presente a todas luces oscuro.
Como retrato de la personalidad humana, Lara es una película compleja, llena de aristas, pasadizos y callejones sin salida, en la que el espectador pasa de la compasión al odio o la sorpresa. Sin embargo, hay la sensación de que la película podría desarrollar más conflictos durante el segundo acto, en el que el deambular de la protagonista se hace algo repetitivo.