La profesora de historia (Marie-Castille Mention-Schaar)

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Asumiendo que hay buenas y malas películas en todas partes, soy de la opinión de que el cine francés siempre ha contado con estadísticas favorables. Digamos que Francia es uno de los países cuya producción cinematográfica (al menos hasta hace poco tiempo) mejor lleva la relación entre cantidad y calidad. Incluso cabe decir que de este flujo de buen cine proveniente de dicho lugar se desprenden ciertos rasgos reconocibles. Hablo de esta inquietud por romper las reglas, de la perfecta combinación entre frescura y frialdad, de la sencillez con que se abarcan temas altamente complejos… Una serie de rasgos que bien podrían denominarse “marca de la casa”. Y esta marca de la casa, que es firme pero educada y decidida pero nada pretenciosa, contiene una flexibilidad que ha permitido al cine francés moverse por multitud de géneros con igual de efectividad: desde la comedia y el melodrama hasta el thriller o la cinta de acción. Se trata de un estilo decidido a explorar nuevos horizontes, que en sus mejores momentos ha desembocado en importantes movimientos como la Nouvelle Vague o el Realismo Poético.

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Todo lo mencionado es resultado de una sana despreocupación hacia las tendencias vigentes. Por ejemplo, al tiempo que películas como Este cuerpo no es el mío, Como dios o La cosa más dulce y las sagas American Pie o Scary Movie anunciaban las nuevas tendencias de la comedia americana (al mismo tiempo que firmaban su sentencia de muerte) en Francia se disfrutaba de joyas como Besen a quien quieran, Un engaño de lujo, Un verano en la provenza, Bienvenidos al norte o El pequeño Nicolás. Por eso resulta preocupante la repentina aparición de esta serie de trabajos más interesados en internacionalizar el producto que en reivindicar su independencia. Sin duda el primero de ellos fue la mencionada Bienvenidos al norte, que al margen de ser o no una buena película (a mi criterio lo es) inició una corriente de películas decididas a anteponer el comercio al arte (perdóneseme la cursilería). La siguieron las exitosas Pequeñas mentiras sin importancia, Intocable, Guillaume y los chicos, ¡a la mesa! o Dios mío, ¿pero qué te hemos hecho?; películas que básicamente buscaron la recepción internacional eliminando el sello francés.

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Curiosamente, la película que nos ocupa cuenta con los rasgos de ambas tendencias, aunque por desgracia no a partes iguales. Vamos, que casi todo lo bueno de este trabajo se concentra en su primer acto. La facilidad con que Marie-Castille Mention-Schaar nos introduce en su escenario es poco menos que admirable. Haciendo gala de una agilidad sorprendente, la directora nos muestra en pocos minutos las claustrofóbicas condiciones en que trabajan los profesores. Y lo mejor es que lo hace sin perder de vista la dura situación que viven los alumnos. Por una parte, las aulas del colegio parecen jaulas repletas de animales salvajes. Dentro de ellas los profesores deben reducir de una vez las pataletas de cada alumno, al tiempo que los que no son vistos ya preparan la siguiente. Por otra, a ojos del instituto los alumnos son fieras indomables, relevados a la categoría de “estudiantes de capacidades limitadas”. Un hecho que indirectamente mina las ambiciones de dichos estudiantes, creando una especie de bucle interminable que dinamita cualquier indicio de conexión entre profesor y estudiante.

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Todo ello responde al más puro estilo francés, sobretodo la sencillez con que se abarca un temo tan complejo. Sin embargo, lo que sigue ya pertenece al sello comercial de esta tendencia más reciente. De un momento para otro la película adopta la posición complaciente que tan bien funciona en cintas comerciales, y la complejidad es reducida progresivamente a una verdad universal almibarada y poco creíble. La directora/guionista, temerosa de que el nivel de complejidad sea excesivo, echa mano del recurso sensiblero de este “nuevo cine francés”. Un recurso que de tan edulcorado acaba por manchar todo el perfil de la película, haciendo que casi olvidemos que en sus primeros minutos apuntaba a convertirse en el primo hermano de La clase. Tal vez esta sea la nueva víctima de un virus cinematográfico que se extiende con sigilo, atacando ahora también a las películas ajenas al público de masas. Ojalá sea todo lo contrario y estemos ante la primera reivindicación, aunque solo sea en el arranque, de aquel estilo narrativo desenfadado al mismo tiempo que profundo, aquel que hace pocos años admirábamos a nuestro país vecino.

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