La prisión de los Andes (Felipe Carmona)

El primer largometraje de Felipe Carmona, La prisión de los Andes (coproducción entre Chile y Brasil que trata sobre los beneficios que los torturadores de la dictadura de Pinochet tienen en su prisión privada y el momento en el que pierden esos beneficios), huele a cine de otra década, atravesado por muchas capas estéticas y temáticas hacia una dirección impredecible, imperfecta y con una personalidad visual y narrativa que invitan bastante al optimismo. Entre la experiencia lisérgica, el descenso a la locura y una lucidez extrema que hace de lo más extraño situaciones comunes y corrientes, toda la obra funciona como una muestra y descripción libre, imaginativa y mordaz de unos seres humanos despreciables, escalofriantes, en cierto modo ridículos y aun así muy presentes entre nosotros que coloca al espectador en una interesante posición de análisis sobre esos individuos que, en su insignificancia exterior, son verdaderas máscaras del horror. Personas que no solo han visto hechos terribles, sino que los han perpetrado hasta sentir orgullo porque en ello hay algo de sobrehumano (en su cabeza). Los Villarejo (que con solo un saludo hacen temblar la voz de un presentador de televisión) o Billy el niño (el miembro de la Brigada político-social Antonio González Pacheco) conocidos en España, pero de la Historia chilena. Personajes temidos y temibles que resultan infames, repulsivos y totalmente ruines hasta en la vejez más decrépita y que le sirven de excusa al director y guionista chileno para reflexionar sobre la maldad, la violencia, la masculinidad tóxica, el poder, los privilegios de los privilegiados, la homofobia, la política, la militarización y la disciplina sin que apenas se hable de ello a lo largo del metraje y sin que nunca sientas que están fuera de lugar.

Por eso el acercamiento de Carmona a todas esas personalidades y su ambiente arrastra tanto en su espiral hacia un lugar cada vez más desconocido, a pesar de empezar siendo una película sobre unos ancianos en una residencia militar, porque acaba siendo una película que roza el terror sobre una casa encantada poseída por muertos vivientes (o vivos murientes): los brutales torturadores de la dictadura de Pinochet que, en su vejez, están cumpliendo condena en una prisión de lujo al pie de los Andes y que están acompañados por los guardias que se encargan de vigilarlos. En todo momento, se explicitan con bastante humor —aunque quizás no tan directo— todos los tics del fascismo que sobreviven en las democracias actuales, siendo el ejército o la policía algunos de los más destacados. El tic más visible, en cualquier caso: que los guardias —psicológicamente atrapados por las ideas y acciones corruptas de los viejos— en realidad actúen y se comporten como si los presos fueran ellos, como si estuviesen a las órdenes de los 5 ancianos crueles, cada uno con su personalidad, sus discursos elevados o sus obsesiones y nostalgias. De ahí que no resulte suficiente con destacar la cinematografía nítida y la música inquietante, sino también y sobre todo las poderosas actuaciones de los actores protagonistas, que recogen todo lo bueno que les da el guion para otorgar a sus personajes un empaque y un carácter claustrofóbicos y viciados por la deshumanización y que en la suma de sus partes aseguran que La prisión de los Andes sea toda una agradable sorpresa —a veces incómoda— difícil de comparar incluso entre las películas de temática similar (aunque me hizo gracia un comentario que la definía como un «Lo que hacemos en las sombras pero con viejos fachos presos»). Para mí, es más bien como una arcada tras hincharte a comer, de tanto poner a prueba la empatía.

Podéis ver La prisión de los Andes en Filmin:

https://www.filmin.es/pelicula/la-prision-de-los-andes

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