Isabel y Sebastián son un matrimonio en la edad madura, sin hijos, residentes en una capital de Andalucía. Ella ha sido un ama de casa desde que se casaron. Él es un teniente prejubilado que casi siempre ha estado fuera, con motivo de las maniobras militares. Una boda del hijo de un general los enfrenta a sus reflejos. Un viaje a la playa los despierta. Les queda el afecto, las rutinas y algunos recuerdos que pueden desvanecerse por la pérdida de memoria de Isabel y la falta de tacto de Sebastián. Pero la vida continúa hasta una nueva cita con el pasado.
Desde los años noventa existe un grupo de producciones importante en el cine español que provienen de la comunidad andaluza, separadas del predominio madrileño barcelonés o vasco en la mayor parte del tejido industrial cinematográfico, o de las de origen más anecdótico en otras provincias, islas y lugares. En el caso de Andalucía, más allá de precursores en la década de los ochenta como Miguel Hermoso o Juan Sebastián Bollaín, unidos a numerosos intérpretes y técnicos provenientes de Málaga, Sevilla, Almería o Granada entre otras ciudades, lo interesante del grupo andaluz son las películas en las que domina el cine de género policíaco, la comedia costumbrista o un drama social marcado por la coyuntura del sur. Casos claros son las filmografías de cineastas como los citados, más los siguientes encabezados por Benito Zambrano, Alberto Rodríguez, Manuel Martín Cuenca, Gerardo Olivares, Antonio Hens, Ramón Salazar, Miguel Ángel Vivas, Alfonso Sánchez, Paco León, Marta Díaz de Lope Díaz y Santi Amodeo.
Los títulos de algunas películas que son ejemplos de tal conjunto de cineastas irían desde la premiadísima Solas, la famosa La isla mínima, la trepidante Fugitivas o la marginal —por su temática— 15 días contigo. Estrenada en 2005, en la ópera prima de Jesús Ponce, el director sevillano lograba un retrato descarnado y entrañable sobre una pareja de personas sin hogar que sobrevivía en la calle. Narrado con certeza, sin endulzar lo más realista ni exagerar su crudeza, de ritmo, acción y tiempo medidos. La protagonizaban Isabel Ampudia y Sebastián Haro con una convicción y presencia que realzaban el límite presupuestario del film, además de dotarlo de fuerza y dignidad, superando los esquemas de la bondad artificial o la tristeza impostada, más propios del cine comercial por entonces, añadido al hecho de tratarse de una historia de amor por encima del gran tema social —la pobreza, los sintecho— que la englobaba.
La primera cita cuenta de nuevo con los dos actores, trece años más tarde, impulsados por la misma química interpretativa, capaces de reflejar una convivencia conyugal de mucho tiempo, tan común a numerosas parejas de mediana edad. Las virtudes del largometraje se sitúan en una aproximación a esa edad previa a la ancianidad, olvidada en muchas ficciones contemporáneas. También en que no necesita nombrar el escenario, rotular sus ubicaciones o cronología temporal de la época actual en la que se mueven los protagonistas. Jesús Ponce dosifica poco a poco la enfermedad del Alzheimer mediante pequeños detalles que puntúan el extrañamiento de los personajes, una evolución del suspense que continúa hasta el viaje a Matalascañas con un descubrimiento que tuerce el giro de los acontecimientos narrativos.
A partir de entonces los errores de la cinta se acumulan debido a una revisión poco exigente del libreto por parte del director en su faceta de guionista, repitiendo sin medida numerosos diálogos que retrasan el ritmo del metraje. Tampoco colaboran las intromisiones de personajes con poco recorrido psicológico como el médico militar que declama sus diálogos sentenciosos. La exprostituta que ahora lleva un bar de su propiedad, tampoco ajena a los tópicos de bondad, sabiduría popular y comprensión femenina. Se salva un poco de la quema el duelo verbal y físico de Sebastián con un antiguo compañero del cuartel que deviene en cómplice fraternal por las circunstancias, quizás en la mejor escena del último tercio, aunque malograda por una resolución musical absurda.
La primera cita es una película que hubiera merecido una revisión más severa de las situaciones y diálogos. Un compromiso mayor para dar profundidad a los personajes por medio de los intérpretes. Y por supuesto un trabajo de puesta en escena menos plano de Jesús Ponce como realizador. No todo se debe solo al presupuesto ajustado, sino tal vez a la falta de depuración previa y final, por un desajuste de metraje con sus más de cien minutos de duración que tienen secuencias que podrían haberse acortado o eliminado del montaje final. Al uso de las acciones paralelas que crean una confusión en las dilataciones y retardos temporales, mientras que en escenas como la que sucede en la tienda de discos que —cronológicamente— duraría pocos minutos y se yuxtapone a las derivas emocionales de Isabel con la visita de la prostituta que quizás dura varias horas. Lejos de ser un film consistente, el título desaprovecha un punto de partida interesante con el olvido y el rencor como catalizadores de una crisis conyugal, banalizando sus logros sin llegar a recorrer todas las subtramas después de su enunciado, y evitando una comedia involuntaria en algunas secuencias que desentonan demasiado.