La primavera plantea un retrato minimalista del estilo de vida de una serie de personajes completamente alejados de la sociedad y del urbanismo, un estilo de vida en contacto directo con la naturaleza practicado por un número de personas cada vez más reducido. Para llevar a cabo dicho retrato, Christophe Farnarier (cineasta especializado en la fotografía) se despoja de todo tipo de material que no le sea del todo imprescindible (focos, trípode, equipo de sonido…) quedando él y su cámara como únicos testigos de las imágenes. Salta a la vista que el director no quiere intervenir en los acontecimientos filmados, ni siquiera orientar la mirada del espectador: tan solo pretende (al menos en apariencia) ejercer la modesta función de vínculo entre los sucesos que tienen lugar en las montañas de Serra Cavallera (Ripollès) y su público. Todo lo que vemos, por lo tanto, forma parte de la cotidianidad de los personajes. A través del ojo observador de Farnarier contemplamos la rutina y las costumbres de Carme y su familia sin llegar a participar en ella en ningún momento. Incluso se podría decir que nuestra posición es un tanto distante.
Farnarier no está interesado en la belleza estética, su única intención es captar la realidad para plasmarla con la máxima fidelidad posible. De hecho, el director de El somni ni siquiera se expresa mediante nada parecido a un lenguaje visual: en lo que respecta a escala y composición de encuadres, el conjunto de planos que forma la película no sigue lógica alguna. Es decir, hablamos de un seguido de imágenes cuyo valor reside únicamente en su significado literal. Y no se trata solamente de una cuestión de imágenes: el retrato que el director nos ofrece no responde a la estructura convencional de los tres actos, de hecho este ni siquiera parece esforzarse en despertar la curiosidad del público. Tampoco nos acercamos a los personajes ni dejamos de contemplarlos nunca como un complemento más del paisaje. La primavera sencillamente se limita a plasmar en imágenes el día a día de un pequeño grupo de personas que viven en los Pirineos. Farnarier pretende desvelar la belleza que se esconde en la realidad observada. Pero parece haber olvidado que la realidad nunca es objetiva cuando uno la retrata.
Pues el hecho de que la película esté desprovista de focos, edición de sonido y todo tipo de elementos que no sean la cámara acaba por hacer más evidente la presencia de la misma. El caso es que al no existir hilo argumental alguno ni conflicto tangible con el que identificarse resulta difícil no darse cuenta de los saltos de luz y del temblor de la cámara en mano. Y es que Farnarier no parece asumir el hecho de que que a partir el momento en que uno se decide a filmar desde un ángulo en lugar de otro o se decanta por un plano determinado la verdad se convierte en algo subjetivo. Teniendo en cuenta esta premisa, mi opinión es que el director no sale victorioso de la misión de hacer transparente su presencia. Pues no debemos olvidar que la realidad que ven nuestros ojos no es la misma que la que muestra la imagen digital, con lo cual si se prescinde tanto de elementos narrativos que distraigan nuestra atención como de elementos plásticos que suavicen lo captado por la cámara la presencia del director resulta evidente. Algo que acaba por convertir en aburrido el visionado de todo un estilo de vida en realidad harto interesante.