Concebida en un principio a modo de documental, La plaga es uno de esos títulos que quizá tildar de sorpresa dentro del panorama del cine español actual sería quedarse en la superficie. No tanto porque emplear un término de esas características ya lo sea ‘per se’, sino por lo que supone una cinta que podría definirse como un soplo de aire fresco en el marco de una cinematografía que suele surtirse de las mismas temáticas para ejecutar cuantos ejercicios llegan a las salas de cine durante el año. No sirvan estas últimas palabras a modo de crítica entorno a una industria en sí que posee, como cualquier otra, sus aciertos y sus defectos, sino más bien a lo acomodaticio que se ha ido volviendo el cine español dentro de ese contexto que provee de materias a abordar que rara vez emergen de lo ya común, convertido casi involuntariamente en uno de los estigmas de la cinematografía patria.
Es ese motivo, quizá, por el que se acrecentan los méritos de una propuesta que se acoge a una de esas temáticas, la del cine social, pero a través de un prisma donde esas palabras ni siquiera parecen tener cabida. Sí, es cierto que nos encontramos ante el relato de un campesino que intenta sacar adelante su cosecha, un par de immigrantes, él, Iurie, luchador de lucha libre que intenta persistir con los trabajos que le van saliendo, y ella, Rose, una enfermera recién llegada al país, una mujer mayor que a duras penas puede seguir viviendo en su hogar, y una prostituta en horas bajas, pero tras todo ese microcosmos creado por Neus Ballús, descubrimos un retrato pristino que lejos de buscar regodearse en la desdicha de situaciones humanas y muy cercanas, o incluso de esconderse tras esas miserias, decide dar un paso al frente y fundirse entre las sonrisas y berrinches de María, la tenue resignación de Maribel o la honestidad del robusto Iurie.
Con un elenco no profesional que era el que, a priori, iba a participar en el documental planeado por Ballús, La plaga posee una fantástica labor en esa faceta, diluyendo en más de una ocasión la línea que separa el personaje (que casi nunca es tratado como tal) y la persona. En ese sentido, es realmente difícil concebir donde queda la realidad y donde empieza la ficción, siendo su capacidad para armar escenas y otorgarles una significancia dentro del relato uno de los grandes valores de los que hace gala La plaga. Esa concepción escénica que prácticamente difumina espacios para otorgar máxima importancia al gesto es la que otorga, si cabe, un valor añadido a uno de esos films honestos que buscan en la pureza del retrato no tanto dotar de énfasis dramático a las historias de sus distintos personajes, sino lograr que tanto sus virtudes como sus defectos traspasen la pantalla para dotar de un alma distinta a un relato que sin lugar a dudas lo merece.
Neus Ballús se confirma así como un talento a tener en cuenta tanto por la especial sensibilidad de que dota a un conjunto en el que cualquier elección erronea o escena mal medida puede echar por tierra un hermoso trabajo, como por el hecho de conferir entidad propia a algo que en realidad no deja de ser una historia coral con sólo unos nexos en común entre sus protagonistas y sin una aparente búsqueda de un conflicto innecesario que dote de un falso atractivo al conjunto. Además, el acertado empleo de la elipsis narrativa y el devenir de una propuesta cuyas aristas Ballús sabe definir a la perfección ya sea con unas líneas de diálogo o, simplemente, dejando que la escena fluya como parte de un todo, dotan a La plaga de un sentido dramático muy particular, que prácticamente bascula entre el telón de fondo de esas historias y el intenso humanismo que confieren cada uno de sus personajes (si es que se les puede llamar así) tanto con sus propias señas como entendiendo a la perfección el tono y carácter de la cinta de Ballús.
Por otro lado, su banda sonora refuerza ese microcosmos en el que, sin apenas quererlo, se describen relaciones con trazo y sutileza; relaciones que, quizá en la superficie no parezcan sostener mucho más, pero en el fondo describen arcos repletos de emoción en los que se va fraguando una conexión que va mucho más allá de lo establecido en un principio. Así, la relación a priori profesional que se establecerá entre Iuri y ese campesino, o el vínculo que se generará cuando Rose empiece a cuidar a María, terminarán deviniendo en algo más debido a la complicidad que se generará de manera involuntaria. En ese aspecto, resulta ineludible destacar los papeles de intérpretes que en realidad no son tal (de hecho, estoy convencido más que nunca que es un film que debe ser visto en versión original), y que con la simple modulación de su voz o una espontánea discusión dibujan sensaciones extrañas de concebir en la gran pantalla. A buen seguro ello surja en parte por el tremendo talento que posee Ballús al componer cada escena, sea guionizada o improvisada, pero de lo que no cabe un ápice de duda es que La plaga es una de esas películas ineludibles de la temporada, por saber elaborar con imponente sencillez y radiante frescura un drama donde lo más meritorio es no saber cuando vas a reír o llorar.
Larga vida a la nueva carne.