La piel pulpo (Ana Cristina Barragán)

Si bien el terreno de la ‹coming of age› ha encontrado una sobresaturación más que patente debido a la constante deriva de nuevas miradas que generalmente forjan esos primeros pasos ante la experiencia más cercana, cabe destacar cómo ha sido capaz de regenerarse encontrando nuevos estímulos en el amplio abanico que dispone la disparidad de géneros como el terror (Super Dark Times, It Follows), el fantástico (Blaze (2022), Tiger Stripes), la ciencia ficción (Vesper), el documental (Gasoline Rainbow) o el thriller (Verano del 84). No, no es que el debut tras las cámaras de Ana Cristina Barragán nos emplace o acerque siquiera a ninguno de dichos géneros, más bien al contrario, su tejido dramático provee los mecanismos necesarios tanto para conocer el espacio en el que se manejará la cineasta debutante, como para poner sobre el tapete una materia que será la que otorgue motivos al film. No obstante, sí dialoga en torno a un temor que se ha puesto sobre la mesa en no pocas ocasiones durante los últimos tiempos, ese en el que la sociedad ejerce el rol de elemento envilecido y corruptor y, desde esa perspectiva, es comprendido como un mal a evitar.

Todo ello se percibe mediante estímulos que llegan desde el “otro borde”, que será como se rebautice esa ciudad que queda separada de la isla donde viven los protagonistas por el agua, las veces en forma de fuegos artificiales, las veces a través de la incursión de individuos que son vistos con extrañeza en ese territorio ajeno a todo, pero siempre bajo la tutela y sombra de una figura materna protectora que distribuye los roles dentro del grupo pero, ante todo, demoniza todo lo que proceda del otro lado.

La cineasta colombiana retrata de forma muy sugerente ese aislamiento que viven los tres adolescentes sobre los que se articula el relato, y lo hace tanto en las composiciones, haciendo uso de planos más cortos, segmentados y fuera de foco, como en el uso momentáneo de maquetas o desde el empleo del sonido, escenificando esa soledad; a su vez, el entorno paradisíaco donde se desarrolla la acción y esa casa en la que conviven, envejecida por el paso del tiempo, muestran una distancia casi insondable para con la sociedad, amplificando asimismo una exploración que enlaza a la perfección con la presencia de un elemento tan habitual como el agua que rodea esa isla; una exploración que, por otro lado, deviene en liberación con esos bailes a orillas del mar ante los espectáculos que brotan de la ciudad.

Esa concreción que La piel pulpo logra en la precisa descripción que se sustrae no solo de los elementos narrativos, sino también de los formales, no encuentra sin embargo el mismo reflejo ante la vaguedad del libreto al disponer marcos y temas que nunca conjuntan del todo, que no otorgan una cohesión necesaria al film y que, unidos a la sensación de cierto ‹déjà vu› producida por volver ante determinadas temáticas, ni siquiera dotan del calado necesario al relato. Ello no hace de este apreciable (en parte) debut una propuesta del todo desdeñable, pero sí un ejercicio que corre el riesgo de no permanecer en la mente del espectador, además de parecer otra de tantas ‹coming of age› con las que nos encontramos cada temporada.

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