La piedra de la paciencia es el ejemplo perfecto de cómo la belleza estética no es garantía de buenos resultados ni representa siempre la elección más acertada (al menos en el cine). Recordemos, para citar algunos ejemplos contrarios, los excelentes resultados que obtuvieran en su momento películas como Roma, ciudad abierta o la más reciente Gomorra, todo gracias al despoje de artificios decorativos por el que apostaron. Se trata de un ejercicio consistente en buscar una belleza no visual sino sensorial, algo muy parecido a quitarle el maquillaje a la verdad para que esta quede totalmente al descubierto, permitiendo así que cada uno encuentre en ella lo que sus sentidos le dicten. Pues precisamente esto es todo lo contrario a lo que le sucede, desde mi punto de vista, a la película que nos ocupa: hablamos de un trabajo de impresionante fotografía y de encuadres cuidadísimamente planificados pero que parece haber vendido su alma al diablo a cambio de una bonita estética. Aún así, es justo reconocer el visible esfuerzo que se esconde tras la planificación de La piedra de la paciencia, algo que para algunos tal vez sea suficiente para merecer su visionado.
Pues en un principio, el nuevo trabajo de Atiq Rahimi se despliega como lo harían los primeros esbozos de un elegante cuadro. Cada plano crea hambre del siguiente, aportando pequeñas dosis de información con el acertado propósito de despertar interés hacia lo que se esconde detrás de las imágenes. Todo ello, además, está acompañado por una excelente fotografía y una sutil pero lograda coreografía que marcan con decisión el compás de este logrado despertar. Tampoco debemos olvidar la excelente interpretación de Golshifteh Farahani, capaz de llenar ella sola incontables escenas en las que lo único que vemos es a su persona hablando con su marido inconsciente. Y la verdad es que, en cierto modo, todo este arranque cumple con su función de manera satisfactoria. Pues nos encontramos ante lo que parece una inquietante historia acerca de la pobreza en tiempos de guerra, dibujada con un pulso impecable y un control absoluto en lo que a aspectos técnicos se refiere. De ahí que resulte tan decepcionante descubrir que detrás de todo este planteamiento no nos espera nada más que reiteración y monotonía.
En mi opinión, son dos los aspectos que con toda claridad hacen de La piedra de la paciencia una película fallida, ambos más y más visibles a medida que esta avanza. El primero (y tal vez el más evidente) es la rapidez con que una historia que en un principio parece interesante quema todas sus cartas dejando al descubierto la vaciedad de un guión que pretende abarcar mucho más de lo que en realidad abarca. Pues una vez desplegado el planteamiento, el espectador ya ha visto la práctica totalidad de lo que la película se propone relatar (salvo algún que otro suceso cargado de pretensiones y un final que no provoca otra cosa que vergüenza ajena). El segundo es que, cuando uno se ha acostumbrado a la mencionada elegancia de la composición de planos, descubre que esta bonita estética choca fuertemente con los horribles sucesos que se nos muestran. Es decir, da la sensación de que el director, demasiado entretenido en dibujar planos bonitos, olvida la humanidad de sus personajes y termina por dejarlos petrificados en una composición de cuadros que plastifica todo tipo de emoción.
Es cierto que La piedra de la paciencia cuenta con un amplísimo abanico de aspectos formales que hacen de ella un cuidado trabajo visual muy agradable para la vista. Pero también es cierto que hablamos de una belleza puramente estética que no encuentra réplica en el fondo de la historia, a pesar de las visibles pretensiones de esta de ser una pieza reflexiva —tal vez lo peor del film—. Y es que da la sensación de que la belleza de las imágenes no se corresponden con el dramático contenido del relato, motivo por el cual resulta considerablemente difícil empatizar con cada situación. O dicho en otras palabras, parece que el apartado estético del filme tome su propio camino y se aleje del discurso del director (sea cual sea) para convertirse en un ente independiente a los sucesos que se dan en la película. Algo que acaba provocando que todo este conjunto de planos secuencia compuestos de forma exquisita y dotados de una excelente fotografía (que, ciertamente, en un principio despiertan nuestro interés) acaben convirtiéndose en un monótono ejercicio visual demasiado parecido a un repetitivo pase de diapositivas.
Una película excepcional. Me ha gustado muchísimo. Te traslada al lugar y a los hechos. Magnífica.