A pocos días de que se celebre la entrega de los Premios Oscar, esta semana se estrena en España una de las candidatas a la estatuilla en la sección de Mejor Película Extranjera, La peor persona del mundo, el nuevo filme de Joachim Trier. Un sobrecargado (y sobrevalorado) drama con tintes cómicos y románticos donde el cineasta noruego muestra su cara más efectista, previsible y decepcionante.
La cinta se centra en Julie (Renate Reinsve), una joven cercana a la treintena incapaz de encaminar su vida satisfactoriamente. Durante un prólogo, doce episodios y un epílogo, Trier narra cuatro años en la vida de la protagonista, mostrando sus múltiples inquietudes, sus amores y desamores, sus problemas familiares y, especialmente, su desequilibrada personalidad. Alejada de cualquier atisbo de originalidad, la propuesta de Trier y Eskil Vogt es como la propia Julie, incapaz de encontrar un rumbo que le permita evolucionar debidamente y tendenciosa a moverse a base de caprichos absurdos. Julie es egocéntrica y antojadiza, pero enamora a todos los chicos por su inteligencia, vivacidad y atractivo físico. En vez de realizar el retrato sensible y reflexivo del drogadicto de Oslo, 31 de Agosto (2011), se opta por idealizar a la Julie de La peor persona del mundo, relegando la importancia de mantener una coherencia en la construcción de su subjetividad para fetichizar sus defectos o virtudes. Así pues, cuesta valorar la mirada de Julie si esta queda sepultada por los antojos de un Trier acartonado y simplón. El carácter autodestructivo de la protagonista, algo que siempre ha rodeado a los personajes del cineasta noruego, se romantiza como si se tratara de un elemento inseparable de la generación perdida a la que pertenece. Aparentemente, La peor persona del mundo intenta ser un acercamiento entre lo cómico y lo trágico hacia esta generación, sobrepasada por una realidad fatigosa e incluso ininteligible.
En este sentido, algunos de los rasgos del primer novio de Julie, Aksel (un cumplidor Anders Danielsen Lie), apuntan hacia la desorientación provocada por la rápida evolución de los tiempos. Aksel añora la materialidad de su realidad pasada, aquella que, de alguna manera, ratificaba a través de lo físico la existencia de sus principales gustos culturales (discos, películas, cómics…) y, por ello, también confirmaba el valor de su propio pensamiento. Sin embargo, Aksel es consciente de que el mundo ha cambiado y lo virtual ha triunfado sobre lo material, siendo el propio personaje una especie de reliquia al borde de la inevitable desaparición.
No obstante, en vez de dotar a todos los personajes de una complejidad real, Joachim Trier se decanta por esbozar personalidades sin alma, marionetas artificiosas y simplonas, meros clichés de los que es difícil extraer reflexiones verdaderamente interesantes. Hay una secuencia y, en concreto, un gesto hacia el final de la misma, que, posiblemente, representa a la perfección lo vulgar e injustificadamente autocomplaciente que puede llegar a ser La peor persona del mundo. Julie se imagina a ella misma corriendo por las calles de la ciudad y, mientras todas las personas a su alrededor están paralizadas, va en busca de Eivind (Herbert Nordrum), un chico al que ha conocido en una fiesta. Lo encuentra, se besan y pasan todo el día juntos, hasta que llega el atardecer y Julie debe regresar con su novio, Aksel. Antes de terminar la escena, Julie se encuentra a una pareja paralizada besándose, y decide agarrarle la mano a la chica, situada en la cintura del chico, y colocarla en el trasero de él, marchándose, de nuevo, corriendo.
Por un lado, la secuencia expresa lo que es la nueva película de Trier: un artificio banal que no duda en dar la espalda a la realidad que aparentemente intenta abordar, que huye de la seriedad de las problemáticas de una generación perdida con tal de cumplir pretensiones formales tan vacuas como absurdas (un ejemplo evidente sería el horrible uso de la voz en off). Por otro lado, el gesto final de Julie podría entenderse, casi irónicamente, como síntoma de las carencias de una cinta incapaz de tomarse en serio a ella misma, que siempre decide tomar el camino fácil; ya sea a través de una broma infantil, o decantándose por el drama lacrimógeno en los momentos más trágicos.