Las colaboraciones entre el veterano director de cine Ken Loach y el guionista Paul Laverty siempre nos han deparado un cine comprometido, con un alto grado de realismo en la narración, en el que se incide de manera notoria en la búsqueda de la identidad, y la denuncia política y social. Durante esta estrecha relación, se han acercado a las clases más populares otorgándoles un protagonismo absoluto, intentando agitar sus conciencias. Aunque uno pueda estar de acuerdo con el fondo y el discurso de sus películas, su tratamiento populista y sus consignas simplistas (que muchas veces dan la sensación de formar parte de un libro de “autoayuda” para obreros) se vuelven muchas veces en su contra, pero hay que reconocer que a lo largo de esta estrecha colaboración han conseguido crear un estilo personal y único, con un puñado de películas interesantes. La parte de los Ángeles, la última colaboración entre ambos, se aparta ligeramente de su tono habitual y se decanta por la comedia, aunque no se olvida de sus temas frecuentes.
La película se abre con una secuencia introductoria en los juzgados de Glasgow, donde varios jóvenes son sentenciados a prestar servicio comunitario por diferentes delitos menores: hurto, desfigurar estatuas públicas, o embriaguez en un lugar público, que veremos intercalados de manera bastante lograda. También tenemos al problemático Robbie, perspicaz y despierto en comparación con sus tres futuros compañeros, pero la violencia y las drogas han formado una ola de destrucción a su alrededor de la que es incapaz de salir. El joven cometió lesiones corporales graves sobre un joven bajo el efecto de las drogas, y sólo se salva de prisión porque su novia está embarazada de ocho meses y convence al juez que quiere ir por el buen camino. Estos jóvenes no tienen perspectiva alguna de futuro, y están convencidos de que nunca encontrarán un trabajo fijo y estable. En los servicios a la comunidad, Robbie conoce a tres compañeros, que como sucede con él, están sin trabajo y con unas expectativas nulas. Harry, el educador que se les ha asignado, se convierte para todos ellos en su nuevo protector paternal. Gracias a su nuevo mentor, Robbie aprende todo sobre el arte del whisky y descubre que tiene un talento natural y olfato para su degustación. A lo largo de la cinta, Loach tiene mucho interés en explorar las contradicciones a las que Robbie se enfrenta al intentar escapar de su pasado, y la amenaza de volver a caer en ese tipo de situación. El nuevo padre está decidido a seguir un camino recto y ofrecer una vida mejor a su hijo recién nacido, y mediante un juramento digno de Scarlett O’ Hara, le asegura al bebé que no tendrá que acarrear la vida que él ha llevado.
El título hace mención a la pérdida del 2% del volumen que se produce durante el proceso de maduración del whisky, que se evapora por el contacto con la madera. La parte de los Ángeles es una entretenida fábula sobre la bondad, la amistad, la redención y la superación personal, en el que el whisky cobra especial protagonismo. Una película amable, divertida y llena de esperanza, que nos habla sobre las oportunidades de cambiar que tenemos en un mundo donde las desigualdades sociales son tan evidentes, y tomar prestadas las migajas del sistema se antoja casi como un derecho por parte de los más desfavorecidos. Loach nos propone una reflexión sobre la importancia de buscar alternativas que integren a los jóvenes en una sociedad que acostumbra a mirar hacia otro lado, con un mensaje claro: los prejuicios contra los desposeídos sólo conducen a una espiral de delincuencia.
El director de Agenda oculta y La canción de Carla no olvida a las clases marginales ni su crítica a la burguesía y al sistema, pero esta vez lo hace en forma de comedia agridulce. Durante la primera mitad se nos muestra un retrato ligero pero bastante acertado de ciertos aspectos de la sociedad actual inglesa: los desarraigos familiares, la incomunicación, el desempleo y sus consecuencias. En su segunda mitad el relato se decanta hacia el costumbrismo social, transformando la tragedia en comedia. Es un cambio interesante de registro, pero que amenaza con relegar el mensaje central de la película, despistando al espectador entre varios géneros, que terminan por conseguir una mezcla bastante dispersa e irregular en el conjunto de la obra.
Los personajes de La parte de los Ángeles recuerdan mucho a los descerebrados protagonistas de los textos de Irvine Welsh (autor de la novela de Trainspotting), aunque lo haga con un tono más blando y edulcorado, que remite también a Full Monty. La película abusa del humor tontorrón, muchas veces escatológico, mediante varios tópicos del “hooliganismo” social (acompañados reiteradamente por el mítico tema I’m Gonna Be, de los escoceses The Proclaimers) con unos personajes que no son precisamente grandes intelectuales; y basa gran parte de su sentido del humor en la nula cultura general del menos espabilado del grupo, que pone caras raras cuando le hablan de la Mona Lisa o el Castillo de Edimburgo, pero que es capaz de salvar al grupo con una idea brillante de forma inesperada en el momento más oportuno. A pesar del citado humor grueso, la química existente entre sus marginados personajes ayuda a que acaben resultando entrañables. Como suele ser habitual, el director británico basa gran parte de su poderío en unas actuaciones muy creíbles de sus intérpretes, la mayoría amateurs (entre ellos el actor principal Paul Brannigan, que nunca había participado en una película), y con un acento de Glasgow muy pronunciado, que no siempre es fácil de seguir.
También hay lugar para los momentos tristes marca de la casa, aunque esta vez sea con cuentagotas. Una de las escenas más angustiosas del film se presenta cuando Robbie es requerido, como parte de su rehabilitación, delante de la familia de un joven a quien atacó brutalmente cuando iba puesto hasta las cejas de cocaína. Mientras el agredido describe cómo se quedó medio ciego tras el percance, Robbie se encuentra frente a él, abrumado por la vergüenza ante el llanto desesperado de la madre de la víctima. Pese a sus más que evidentes defectos, el gran séquito de seguidores del británico seguramente saldrá contento con la experiencia, y los detractores pasarán un rato entretenido al observar que el maniqueísmo discursivo del británico está presente en menor medida de lo acostumbrado y no empaña la diversión.