Los españoles siempre hemos tenido una curiosa dualidad patriótica. Por un lado, despreciamos continuamente a políticos, empresarios, jueces y demás gente de poder, poniendo como ejemplo que fuera de nuestras fronteras desempeñan su trabajo bastante mejor y además no existe tanta corrupción. Por otro lado, sobre todo a los apasionados del deporte, se nos hincha la vena de tanto animar cada vez que un representante español avanza a la conquista de un torneo. También son ampliamente celebradas las conquistas de aquellos artistas que logran alzarse con un premio importante, incluso cuando no son propiamente españoles (algo así sucedió cuando Vargas Llosa ganó el Nobel, por ejemplo). Sin embargo, entre medias de ambas esferas encontramos al cine español, un sector en el que el patriotismo no es tan prolífico.
Tal y como discuten los expertos que circulan frente a las cámaras en La pantalla herida, documental realizado por Luis María Ferrández, es un hecho bastante extraño que en nuestro país apenas se celebren los reconocimientos que nuestros cineastas obtienen en el extranjero. Además, la mayoría de la gente denosta nuestro cine en pos del cine norteamericano, más concretamente el que proviene de Hollywood, argumentando que el cine español es de «sexo, Guerra Civil y chistes sin gracia». Conceptos oídos una y mil veces, probadamente erróneos, pero que en el fondo esconden una ruptura del séptimo arte respecto de sus espectadores en España. Y éste es el eje sobre el que circula la obra que tenemos ante nosotros.
La pantalla herida reúne a gente de diversas facetas en la industria del cine. Vemos directores como Eduardo Chapero Jackson, actores como Fernando Guillén Cuervo, el mismo presidente de la Academia como es Enrique González Macho e incluso la ex ministra de Cultura y también guionista Ángeles González-Sinde. Sería imposible recopilar todo el abanico de personajes, en su mayoría bastante conocidos, cuyas opiniones podemos escuchar a lo largo de la casi hora y media de película. Y, en la mayoría de los casos, se puede decir que ninguna opinión es baladí, todas tienen su sino. Estemos o no de acuerdo, es muy interesante escuchar todo lo que se dice.
A diferencia de otros documentales, en éste sí podemos ver e incluso escuchar las preguntas e interpelaciones del entrevistador. Causa de ello es en parte la cámara que no siempre está inmóvil, sino que en bastantes ocasiones va moviéndose lentamente intentando captar diversos ángulos. Quizá es una especie de paralelismo con lo que sucede con el guión del documental. En efecto, si de algo no peca el documental es de que se agoten los temas de conversación, porque éstos van fluyendo desbocadamente de principio a fin. Comienza en el plano artístico, pasa por el puramente empresarial y termina intentando desplegar soluciones para frenar el evidente problema. Al acabar de visionar la cinta, apenas existe sensación de que se hayan dejado algún tema sin tocar; probablemente los habrá, porque el cine comprende muchos ámbitos y en 87 minutos es imposible abarcarlos todos. Pero está muy bien disimulado.
Un aspecto que resulta más difícil de entender es el de la ausencia de opiniones más allá de las que proporciona la gente del cine a la que vemos conversar. Dicho de otra manera, si es un documental destinado a analizar la desafección de los españoles respecto al cine en general y el cine español en particular… ¿Por qué no se les pregunta a los propios ciudadanos? Hubiera resultado idóneo salir a la calle con un micrófono a preguntarle a la gente sobre las diversas cuestiones a debate entre los expertos para comprobar de primera mano su opinión, porque de esa manera se puede obtener una respuesta más cercana a la de aquella gente a quien presumiblemente va dirigida la película. Ni siquiera hubiera hecho falta hacer malabarismos en cuanto al metraje, porque sacrificando los minutos que se destinan a emitir escenas de diversas películas españolas como Plácido o La niña de tus ojos, que aportan entre poco y nada al resultado final del filme, se podría haber obtenido tiempo suficiente como para colar las mencionadas opiniones de terceras personas.
En cualquier caso, para los cinéfilos es difícil responder, una vez visionado el documental, si el cine en España está tan mal como lo imaginábamos. Al menos da la sensación de que todos los que pasan frente a la cámara en La pantalla herida, son conscientes de que la cosa no va bien, pero casi ninguno coincide en cuál es el problema a afrontar. ¿La piratería? ¿El precio de las entradas de cine? ¿La competencia desleal por parte de Hollywood? Esperemos que pronto se despeje esta niebla y el cine acabe abriéndose paso.