La muda
Los cambios —como las mudas de piel en ciertos animales— llevan tiempo. Muchas veces son imperceptibles para los demás, hasta que un día resulta obvio para todos: nadie puede negar a partir de entonces que algo ha cambiado. La procesión, como dicen, va por dentro. Quizá lo interesante sea detenerse en mitad del proceso, en lo que pasa con el cuerpo cuando no se es ni lo viejo ni lo nuevo, cuando la piel está a punto de borrar el pasado y se dispone a escribir otro futuro.
Inés de Oliveira Cézar es una directora de cine necesaria. No es porque se trate de una mujer —y al mismo tiempo sí se trata de eso—, sino porque aporta, al llamado cine argentino, más que una mirada otra, una valiosa manera de sentir. Su cine no está a la moda, emprende siempre un camino personal, al tiempo en que reflexiona sobre la misma forma de hacerlo. En La otra piel, lejos de cualquier bandera, registra el tiempo y el espacio que lleva cambiar la identidad.
Abril —interpretada por María Figueras, una actriz de reconocida trayectoria en el teatro, que vendría muy bien ver más seguido en el cine—, tras una serie de pequeños incidentes, viaja de manera repentina a Brasil para estar sola en el mar, lejos de la ciudad y de la insoportable cotidianidad de la vida en pareja con Octavio —un Rafael Spregelburd en una de sus mejores composiciones—, quien, enfrascado en los ensayos de una obra teatral, le dedica a ella muy poco de su tiempo.
De manera notable, porque bien se sabe que lo de Inés Oliveira Cézar no habría de quedarse tan sólo en el argumento, el artefacto cinematográfico que poco a poco se alza tiene inscrito en su información genética el encuentro con otra disciplina artística, como es el teatro —en este caso, los ensayos son una alteración de los ensayos reales de La terquedad, una obra suceso del mismo Spregelburd que al tiempo del rodaje hacía su temporada en el Teatro Cervantes—. De allí puede que provenga la importancia del gesto, de lo no dicho y del cuerpo como signo.
A partir de unos planos que llaman a ser habitados más que consumidos y de una banda sonora que pone el acento tanto en lo que sucede fuera del encuadre como en los textos de la obra teatral —que extrapolados suenan muy diferente—, La otra piel demanda su propia manera de acercarse a ella. Es, entre otras cosas, un manual de instrucciones sobre lo que necesita un cuerpo cuando está pronto a mudar, la cantidad de tiempo y de espacio que se requiere para volver a nacer.