El satanismo ha sido, desde los primeros años de la historia del cine, una de las temáticas más recurridas y necesarias dentro del cine de terror. Häxan. La brujería a través de los tiempos de Benjamin Christensen sería en el año 1922 una de las primeras aportaciones que se conocen del llamado cine satánico, aquel que alberga en sus contenidos todo lo concerniente a las misas negras, brujería o al ocultismo en términos generales, siempre con la figura del Diablo o Anticristo como inminente amenaza. El subgénero eclosionaría al heredar el séptimo arte una realidad social que comenzó a tratarse de forma mediática y sin tapujos durante la década de los 60, ante la proliferación de un gran número de sectas satánicas cuyos extraños rituales y creencias pasaron a formar parte de un importante porcentaje de la opinión pública. El tema no pasaría desapercibido para el cine de género que encontraría en estos hechos un nuevo filón que comenzaría principalmente con La semilla del Diablo de Roman Polanski y alcanzaría un dulce cénit con la archiconocida El exorcista de William Friedkin, la máxima expresión en cuanto a calado se refiere de la figura del Diablo en el cine.
La Hammer desde el Reino Unido no dejaría pasar la ocasión, en el año 1968, de afrontar la temática ocultista. La productora con su inherente sello gótico afrontaría desde este estigma una de sus producciones más notorias, aunque también una de las más olvidadas a la hora de hacer un baremo sobre sus títulos más representativos. Los nombres unidos a la película serían de auténtico lujo, empezando por el para siempre ligado a la productora británica Terence Fisher, uno de los realizadores de género más influyentes que se recuerdan. Como protagonista, un Christopher Lee dejando a un lado su omnipresente estigma de villano y en el guión el célebre novelista Richard Matheson que en esta ocasión adapta novela ajena, una del experto en temática satanista Dennis Wheatley.
La Novia del Diablo (tal y como se estrenó en nuestro país) se concibió en una de las etapas más prósperas de la Hammer, donde ya había alcanzado un estigma y madurez que proporcionaría algunas de sus mejores obras, como de la que se habla en estas líneas. Antes de entrar a describir sus principales virtudes, cabe señalar la sorpresiva interpretación de un Christopher Lee como héroe total de la función así como el antagonista total en la piel de Charles Gray, que pone a la sazón uno de los villanos más memorables del cine británico inmortalizando perfectamente la macabra sensación de horror que destila la película ante el desarrollado y destacable tratado de la temática principal. Mocata (el villano interpretado por Gray) parece ser un libre retrato del mago ocultista Aleister Crowley, dramatizando ese estigma tan poderoso como tenebroso. Gray aporta ese porte tenso, frío y hechizador que lo convertirán en la gran estrella de la función, con uno de los villanos más inolvidables que nos ha regalado el cine británico de género. La película se distancia ciertamente de las obras más representativas de la productora en el calculado y acertado sentido a la hora de retratar el horror; sin entrar a destripar nada del argumento, cabe decir que tanto la omnipresente figura del diablo como todo lo concerniente a su culto quedan reflejados en buena parte del metraje, como si un perfilado estudio del terror satánico se tratase. Es ahí donde se palpa la madurez a la hora de perfilar su envoltura de género tanto a la hora de valorar la película junto al resto de sus “hermanas” de productora como en el desarrollo del estilo de un Fisher que aquí logra una de sus atmósferas más conseguidas (ciertamente apoyada en lo tenebroso de su temática). El director siempre se ha caracterizado por afrontar el cine de terror desde una perspectiva mucho más adulta y psicológica que lo que mandaba los cánones de su época, algo que en La Novia del Diablo alcanza en su máxima expresión con ese exquisito retrato de la macabra fuerza de lo oculto dentro de una elegante cónclave que nos lleva a la fina aristocracia inglesa; algo que, de paso, potencia esas señas de identidad tan británicas de la Hammer.
El bajo presupuesto con el que la productora británica afrontaba sus propuestas no es de nuevo ningún problema para la película. El uso de escenarios se antoja magnífico, sirviendo a la sazón como enclaves perfectos para ese puñado de escenas poderosas que a modo de ‹set pieces› pasarán por ser de lo más recordado de la película. Un puñado de momentos, que junto a la tenebre atmósfera que nos acompañará a lo largo de sus 91 minutos, servirán como dramatización perfecta de ese terrorífico culto a lo oscuro y lo ocultista.
Nos encontramos posiblemente ante una de las películas más notorias de la afamada productora inglesa. Enclaustrada del gusto popular quizá por su palpable fracaso comercial o lo peliagudo de su temática, el film se aúpa por la perfecta simbiosis de melodrama, suspense y horror en su concepción más clásica. Fisher se sirve aquí de un variopinto conjunto de emociones para hacer un retrato crudo, realista y convincente del Mal en su figura más representativa, manejando la situación con el temple y seriedad que hace respirar no sólo el encanto del clasicismo de la Hammer sino de un pulso narrativo que permite gozar como nunca de una temática habitualmente muy pobremente tratada en el género.