La nostra vita es una bella historia intimista sobre la superación de una pérdida familiar y el descubrimiento del afecto como verdadera medicina emocional. La película nos habla, entre otras cosas, del duro camino que debe recorrer Claudio tras caer en la tentación de dejarse seducir por los bienes materiales e intentar cubrir con ellos el vacío surgido por el fallecimiento de su esposa. La nostra vita es un canto al amor familiar, una reivindicación de “la fuerza del cariño”. Pretende (y logra) plantear los contratiempos de la vida como un elemento más al que tener en cuenta; destapar la desgracia sin restarle importancia pero tampoco sin permitir que cubra de negro nuestra existencia. En resumen, La nostra vita es una película sobre el amor hacia la familia y la amistad. Pero también es muchas otras cosas.
Da la casualidad de que hace apenas unos días escribí un artículo sobre la magnífica película The House I Live In, un documental que tiene por objetivo destapar la verdad que se esconde tras la eterna guerra anti drogas todavía vigente en los Estados Unidos de América. Lo que el director del título descubre en su investigación es un sector de la sociedad que el gobierno se empeña en ignorar, salvo cuando se trata de organizar redadas anti-droga que permitan colgar a sus hombres alguna medalla; eso sí, siempre dejando con vida el negocio ilegal como quien conserva la gallina de los huevos de oro. En su documental, Eugene Jarecki presenta una especie de subclase social atrapada en un bucle autodestructivo al que el gobierno interesa conservar y dentro del cuál no existe otra forma de sobrevivir que la de optar por el camino ilegal.
Pues bien, dentro de este terreno se sitúan buena parte de los personajes de La nostra vita, y esta es en realidad la cara más interesante del último trabajo de Daniele Luchetti. Ari es un parapléjico desempleado cuya discapacidad expulsó del sistema capitalista, motivo por el cual se ve obligado a ejercer el rol de camello. Porcari, principal responsable de la construcción del edificio en donde trabaja Claudio, no tiene más remedio que mantener en secreto el descubrimiento de un cuerpo inerte en medio de la construcción, pues denunciar el caso significaría el fin de la obra y la pérdida del empleo por parte de todos los trabajadores. En cualquier caso, Claudio ve en Ari a una gran persona a la que confiar sus hijos cuando está indispuesto y sabe, muy en el fondo, que la actitud de Porcari responde a su controvertida responsabilidad.
Pero Luchetti está lejos de convertir en oro todo aquello que se aleje del sistema. Más bien pretende ofrecernos una radiografía del punto bisagra entre uno y otro mundo, algo que se manifiesta con obviedad cuando Claudio se decide a montar su propio negocio: la intención que tiene de construir un edificio mediante la mano de obra ilegal para posteriormente utilizarlo con fines legales refleja la situación (tanto social como emocional) en la que se encuentra. Y mediante este punto de enlace que de algún modo representa el protagonista del film entre ambas clases, Luchetti dibuja su visión personal sobre la felicidad y el auténtico camino hacia una vida saludable: ni pertenecer al sistema nos garantiza la felicidad ni actuar al margen del mismo nos condena a la desgracia, como tampoco nos asegura el éxito aislarnos del sistema ni es inevitable fracasar cuando se forma parte de él.
Claudio sabe que su objetivo se convierte en un sueño imposible si decide escoger el camino legal, del mismo modo más tarde deberá comprender —al encontrarse en apuros— que no tiene más remedio que aceptar el dinero ofrecido por sus hermanos, éste obtenido legalmente. Pues en realidad la validez de nuestros actos está tan al margen de la ley como de los juicios morales según los cuales todo aquello relacionado con lo legal es antiético. Con este discurso, Luchetti nos ofrece una película nada pretenciosa que cuenta con elegante desenfado algunos de los conflictos vivenciales de la sociedad contemporánea. La única premisa incondicional, nos dice el director, es encontrar nuestra propia comodidad ejerciendo el amor inmaterial hacia los seres cercanos y también hacia nosotros mismos.