Sí, no es la primera vez que hablamos en esta página de Jacques Tourneur (Stars in my Crown fué el último texto que le dedicamos) y sólo por ello se le podría adjudicar la etiqueta de maldito con cierta facilidad. Pero, ¿es justa esta denominación? Cierto es que Tourneur es menos conocido que algunos de sus títulos, como El Halcón o la flecha o Retorno el pasado, siendo solo a posteriori que uno cae en la cueta que estas obras maestras en su respectivo género son del mismo director. Este factor tambien viene propiciado a tenor de que a pesar de haber firmado auténticas joyas como las anteriormente comentadas (u otras como Berlin Exprés, una suerte de thriller de espionaje neorrealista) en casi todos los géneros que tocó, se le suele se seguir recordando por ser un director de cine de terror de serie B, especialmente por Yo anduve con un Zombie o La mujer Pantera.
Pues bien, el título que nos ocupa podría ser considerable doblemente maldito: no sólo no es muy reconocida dentro del género que (presuntamente) hace más visible a su director sino que encima fué objeto de un descarado y no reconocido remake con Arrástrame al infierno de Sam Raimi (lo que no es óbice para reconocer que igualemente es un film más que notable). Estamos hablando de La Noche del demonio (1957), un film de terror que en cierto modo supuso el canto del cisne tanto para su protagonista, Dana Andrews (ya con gravísimos problemas con el alcohol) como para el propio Tourneur, abocado posteriormente a filmar películas de escaso presupuesto y/o explotaciones de la serie Corman-Poe.
Tiene su gracia que, dado el enfoque Tourneur da a sus films de terror, el eje principal en el que pivota La noche del demonio sea la lucha del protagonista (investigador de fraudes de lo paranormal) por demostrar que ni demonios, ni sus maldiciones existen y que todo es producto de supersticiones o credulidad de quienes padecen dichos fenómenos. En efecto, estamos ante uno de los primeros directores (sino el primero) que se desmarca de los films de monstruos (preferentemente de la Universal) basados en leyendas o libros del romanticismo decimonónico y aborda el cine de terror desde la base de la cotidianidad, del hecho de que no hay nada extraordinario ni mitológico en el horror, sino que todos somos susceptibles de tener que enfrentarnos a lo desconocido en cualquier momento.
El zombie, la mujer pantera, o el hombre leopardo (film que podría perfectamente inaugurar el giallo como género) no son más, en el fondo, que seres sobredimensionados por nuestros propios temores a lo oculto. Paradojicamente La noche del demonio nos habla precisamente de lo contrario, de un mal existente, poderoso y a todas horas expectante, que está infravalorado y negado constantemente en esta, una era, donde las luces de la ciencia parecen ahogar y condenar al ostracismo y la burla a todo aquello que suene a maledicción, diablos y conjuros.
Más allá de lo chocantes que nos puedan parecer las pariciones del demonio en el film, a nivel de efectos visuales, lo realmente interesante es la creación de una atmósfera cada vez más agobiante, creada a través del marco de la duda, de poner en juego las convicciones científico-psquiátricas de su protagonista a través de situaciones y hechos que constantemente desmienten sus creencies. No sólo eso, sino que, de forma paulatina y esencialmente sutil tanto los espacios como la iluminación van tornandose más cerrados, oscuros y por tanto sombríos. De los planos generales de sus protagonistas, casi en todo de screwball, se pasa a casi un diálogo de planos-contraplanos centrados en las caras y las miradas, en el detalle de la gota de sudor en la frente o de unas manos a todas horas húmedas, como una pesadilla de la que, por más que se grite que es solo un sueño, no se puede despertar.
Precisamente, el juego estriba, más allá de la tensionada puesta en escena, en esta ambigüedad, en saber si realmente estamos ante una estafa, un caso, como diría su protagonista, de autosugestión o si el demonio y la maldición descritas son reales. Una ambigüedad que se mantiene casi hasta el último plano de la película y que acaba por ser resuelto de forma conclusiva. Cierto que mantener la incógnita podría haber resultado más interesante, pero de alguna manera el film de Tourneur busca, quizás no aleccionar, pero si dar un mensaje contundente, y para que la comunicación pantalla-audiencia funcione nada mejor que dejar claras y resueltas las cosas. Sí, La noche del demonio puede que a día de hoy tenga un impacto menor debido a una cierta ingenuidad naïf o a unos efectos especiales por momentos risibles. Sin embargo es un film que mantiene las constantes en Tourneur de sacar el máximo provecho de los recursos posibles, de poner al espectador rápidamente en situación, de, en definitiva, hacer de la concreción un arte.
La noche del demonio es pues un clásico del cine del terror en tanto que sabe pulsar las teclas y activar los resortes de lo evidente y, en cierto modo del inconsciente de cada uno de los espectadores, contraponiéndolos para hacer pasar un muy mal rato. Una cinta maldita, casi tanto como la obligatoriedad de visionarla, recuperarla y ponerla en el escaparate de las grandes obras de Jacques Tourneur.