‹Griot› (proveniente del portugués “criado”), es la palabra con la que se denomina a un narrador de historias en África Occidental. Similar al juglar, esta figura cuenta historias tradicionales, canta alabanzas o incluso comenta en tono jocoso noticias de actualidad. Los ‹griots› ocupan una parte muy importante dentro de las sociedades de esta zona de África, hasta el punto que se pueden considerar una casta.
En La noche de los Reyes, el director costamarfileño Philippe Lacôte nos presenta a un ‹griot› un tanto inusual. El escenario es una cárcel, la MACA, a las afueras de Abiyán, la capital del país, y rodeada de bosque tropical. En ella va a parar el protagonista, que será más tarde designado como nuevo Roman, es decir, nuevo narrador de historias oficial de la cárcel. La noche de los Reyes, seleccionada y galardonada en festivales tan prestigiosos como Berlín, Rotterdam o Sevilla, es la nueva película de un director, Philippe Lacôte, que ya impresionó en Run por su capacidad realmente excepcional para narrar vidas contemporáneas de su país.
La MACA se presenta al espectador como un espacio aparentemente anárquico, pero realmente muy organizado y estratificado. Los guardias relegan el poder en Barbanegra, un obtuso personaje aquejado de una enfermedad mortal. Mientras el jefe se muere, sus “hijos” ya preparan el reparto de poder. Más allá de la metáfora colonialista (una prisión en donde los guardias solo intervienen cuando el caos se desborda), la prisión sirve también como parábola de la situación del país costamarfileño, sobre la división de clanes, oficialistas y rebeldes, y sobre la falta de perspectiva de salir de esa prisión.
Lacôte muestra una gran confianza en sus actores, dedicándoles planos cortos que ellos deben sostener, privilegiando los gestos sobre la acción. Se trata de una película con un componente artístico muy marcado, algo que se observa desde la propia dirección de fotografía o arte, realmente impresionantes. El tono del film se beneficia de ello en gran modo, en busca de la mezcla perfecta entre lo onírico y lo realista, entre lo arcaico y lo contemporáneo. La noche de los Reyes recuerda, por su privilegio de la narración oral y la dicotomía tradición-modernidad a algunas propuestas de Miguel Gomes, mientras que su espiritismo social la acercan más a Apitchapong Weerasethakul.
Los presos se agolpan en círculo alrededor del Roman para escucharle, en una disposición que recuerda tanto al teatro callejero como a las Batallas de Gallos. Más allá de la palabra, hay una performatividad mediante la inclusión de insertos cantados a lo ‹χορός› o representados mediante el gesto y la danza. No es casualidad que uno de los actores contemporáneos que mejor representan esa performatividad (Denis Lavant) aparezca en el film como la persona que avisa al Roman de que no debe acabar su historia. La cita de Las mil y una noches nos habla también del cine o de las historias como ese momento en el que no hay conflicto externo, en el que el tiempo se detiene y la historia narrada es lo más importante.
Es posible que su inicio lento y confuso y la inclusión de algunos elementos muy locales (por ejemplo, cuando habla de la deposición de Laurent Gbagbo, o de los ‹griots›) hagan que muchos espectadores no acaben de entrar en la película. Sin embargo, los que sí que logren dejarse llevar por este Roman encontrarán una película rica en matices, llena de significados y contrasignificados, y que intenta reivindicar el arte eterno de contar historias.