Nostalgia. Un concepto que lleva, desde hace ya un tiempo, invadiendo las tramas de las últimas producciones que llegan a nuestras pantallas. Una idea que más que obedecer al signo de los tiempos parece mayormente destinada a llenar los bolsillos a través de la explotación de un público potencial ávido de recuerdos. El problema fundamental estriba en la incapacidad de ir más allá del objeto-imagen, de la referencialidad burda, para invocarla. El pasado como colección de momentos congelados, de palabras en un calendario antiguo, el vacío formal más absoluto.
Kiyoshi Kurosawa se enfrenta a ello en La mujer del espía a través de confrontar otro concepto, la melancolía, con la ya comentada nostalgia. Aparentemente, dos ideas parecidas, pero terriblemente diferentes en cuanto a la teoría que hay detrás de la palabra y su plasmación en imágenes. La melancolía trabaja más sobre los aspectos generales de una historia que sobre sus asideros físicos: un vestuario, una luz, una situación política, una historia romántica, una visión panorámica sobre eventos pasados que pueden no haber sido vividos pero que, en cambio, pueden ser dibujados a través de una imaginario que tiene tanto de rigor como de proyección.
La historia es el contenido y su narrativa es la manera en que queremos que sea revisitada. En este caso, Kurosawa opta por crear un mundo sereno a pesar de la crisis bélica que está a punto de estallar, un lugar físico concreto que se articula a través de un velo lumínico que otorga sobriedad, control y, al mismo tiempo, intenciones prístinas en cuanto a la naturaleza de sus personajes e intenciones. Una película de espías, sí, pero también una película sobre sueños, traiciones e ideales que están a punto de morir.
Lo cinematográfico cobra vida, pues, incluso en la propia intrahistoria del film, donde los personajes usan y son conscientes del propio dispositivo para rediseñar sus actuaciones y evocar, ya desde el pasado, una meta añoranza acerca de algo que ni tan siquiera ha acaecido pero que ya se percibe como extinto. Kurosawa pone en boca de sus personajes descripciones de un futuro terrible que para ellos es posibilidad (probable) y para el espectador certeza, con lo que se genera un juego donde la esperanza pasa por el desenlace más funesto posible y que, sin embargo, es afrontado con la entereza de quien cree en la utopía, en la ideal.
No obstante, Kurosawa no se permite concesiones ofreciendo un desenlace acorde con los designios de sus protagonistas, levantando el velo de lo onírico y poniendo de relieve algunas de las imágenes más poderosas y estremecedoras sobre la guerra y sus consecuencias, sobre las personas y sobre sus sueños. O, dicho de otra manera, como la consecución de los sueños del idealismo puede ser tan solo a través de las más desoladoras pesadillas.
La mujer del espía es pues un thriller atípico, una revisión lumínica del ‹noir› clásico que huye de las sombras a través de una puesta en escena capaz de moverse en los límites del realismo más palpable y de la fantasía más improbable. Un film que resulta tan bello como desconcertante, tan vibrante como pausado y que consigue no tan solo plasmar la idea visual del director, sino que también logra reverberar constantemente en la imaginación a través de los «¿Y si…?» que quedan flotando en los fueras de campo insinuados.