Si un servidor no conocía al bueno de André De Toth hace un mes no es motivo para que ahora no le dedique un texto con toda su admiración después de haber visto diez de la treintena de films que posee el director de origen húngaro. Puedo decir que de esas diez ninguna ha bajado de notable: excelentes films negros, westerns, bélicos… vamos, lo que se denomina a veces de forma despectiva como artesano. Si me he decidido a comentar Ramrod (La mujer de fuego, 1947) es porque la vi tres veces en una semana intentado descubrir cómo diantres rueda De Toth, cómo crea esa magia en pantalla. Su puesta en escena, sus movimientos de cámara nada petulantes y su poco actual modestia como creador de imágenes hacen del húngaro todo un referente del cine clásico americano que supo moverse por terrenos de serie B y con muy poco presupuesto.
Una caravana cruza un riachuelo y entra en un pueblo, ese pueblo del oeste se nos presenta con sus gentes y sus infraestructuras, una conversación que nos deja alerta. Una ronda de noche al estilo John Wayne en Río Bravo (seguramente copiada por Hawks que no escondía su avidez para apropiarse de todo lo que veía) que a su vez se une con una conversación en un salón con el sheriff, un agotado Donald Crisp que dará consejos a Joel McCrea. Tres escenas, tres travellings de izquierda a derecha magníficamente medidos y compuestos. Hay gente que puede decir que este es otro western más, pero están equivocados. Para mí, los primeros quince minutos de esta película (con un destierro de por medio) no se parecen a ningún otro, son tan especiales como extraños, tan estimables como insólitos.
Joel McCrea dará vida a Dave Nash, un hombre apacible, tímido con las muejres y amigo de la no violencia que ayudará a Connie Dickason (Veronica Lake) a luchar contra su padre, Ben Dickason, y contra Frank Ivey, un ganadero que intentará hacerse dueño de las tierras y el cual ha expulsado al prometido de Connie (un ovejero que intentaba traer sus ovejas y establecerse). El título español La mujer de fuego no se entiende bajo mi punto de vista debido a que Veronica Lake será una mujer manipuladora y muy fría en toda la cinta, capaz de lo peor por acometer sus objetivos, como por ejemplo la autoestampida que provoca para culpar a Frank Ivey y que el sheriff le encarcele. En Ramrod hay cabida para todo y desde diferentes puntos de vista: múltiples amistades (Dave Nash y el sheriff; Dave Nash y Bill Shell, interpretado por Don DeFore; Ben Dickason y Frank Ivey), romances (Dave Nash y Connie; Dave Nash y la modista Rose Leland, interpretada por una guapísima Arleen Whelan; Bill Shell y Connie), actos indecorosos (cuando Bill Shell mata al capataz de Ivey a sangre fría, o la ya apostillada autoestampida de Connie que acarreará terribles consecuencias).
Quiero destacar sobremanera la cantidad de secundarios tan bien dibujados como el sheriff, que quiere que Joel McCrea actúe de forma siempre legal y que le aguardará un triste final, o la modista, que será un refugio para McCrea en los momentos delicados. Y no me puedo olvidar de Bill Shell (Don Defore), la otra cara de la moneda a la personalidad de Dave Nash, él sí tomará más riesgos en la empresa de la calculadora Connie, él sí que cometerá actos punibles y por todo ello tomará, al final del filme la decisión más encomiable, la más emocionante.
Lo que más me fascina de un film como Ramrod es, como apuntaba anteriormente, su manera de componer las imágenes. Largos movimientos de cámara con múltiples composiciones y la utilización de la profundidad de campo. De Toth no se jacta de su sabiduría para deleitarnos sino que lo hace así por simple necesidad y comodidad, con un plano secuencia nos narra 2 y hasta 3 situaciones y así ahorrarse días de rodaje. Muchas de las escenas que se cuentan en la cinta para decirnos que «viene alguien» cuando los personajes están entre cuatro paredes, las presenta con profundidad de campo a través de ventanas como a continuación se verá. Con esto, el bueno de De Toth no pretendía darse ínfulas de creador total y crear planos para la posteridad sino simple y llanamente hacer dos cosas en uno y ahorrarse los planos en exterior. Todo esto le da un valor, para mí, doble a su trabajo como director y como dice el refrán: hacer de la necesidad virtud.
De Toth tampoco subraya ninguna situación, todo lo presenta tal cual es, como por ejemplo cuando Dave Nash mata a uno de los esbirros más importantes de Frank Ivey. Esta situación podría acaparar más planos y minutos de cinta pero no para el director húngaro que nos los muestra de forma magistral con unos tiros de revólver en la lejanía y de forma pudorosa, ya que ni se acerca al cuerpo de la víctima e incluso nos costará identificarlo. En definitiva, buen gusto por contar historias sin alardes y siempre al servicio del espectador. Directores así se deberían ver en escuelas de cine cada día, nada barrocos y fatuos, sin sentirse director e intentar demostrarlo, tan solo querer hacer tu trabajo de la forma más eficaz. Y lo mejor de todo, tan solo 90 minutos para contarnos infinidad de situaciones. Vivan los artesanos.