La primera cuestión que a uno se le plantea durante el visionado de La montagne es ¿Qué hace una película como esta en un festival de cine fantástico? Una duda que queda (parcialmente) resuelta más tarde, pero que no oculta una cierta tendencia a enmascarar historias con una pátina de género. Algo, que bien mirado, debería ser motivo de celebración si tenemos en cuenta que normalmente el proceso era el inverso al considerarse el terror y/o el fantástico como una suerte de géneros menores.
Pero, ¿qué es La montagne? A bote pronto y por resumirlo de forma sintética, es una película que trata sobre el vacío existencial y la búsqueda de uno mismo a través de la huida del mundo que conocemos. Es decir nada que no hayamos visto en películas como Hacia rutas salvajes solo que, en este caso, lejos del componente hippie del asunto nos encontramos con la potencia económica de un burgués acomodado que le permite hacer todo este proceso.
Dejando de lado estas consideraciones estamos ante un film cuyo primer tramo cumple todos los tropos del drama existencialista francés. Lentitud, silencio, reflexividad mediante miradas al vacío, el encuentro del amor y dado el marco una bonita e impresionante selección de tomas naturales. O dicho de otra, como si la típica película donde pudiera actuar François Cluzet participará en el el festival de cine de montaña de Chamonix.
¿Cómo entronca entonces el fantástico en todo esto? De dos maneras. Por un lado con un ‹timing› abrupto y un tanto fuera de contexto y por otro metaforizando, en cierta manera, este viaje de autodescubrimiento. Y es que ese es uno de los problemas fundamentales del film está en los tiempos y en la “necesidad” de introducir elementos “sobrenaturales”. La sensación es que hay una demora demasiado larga en mostrar estos elementos, en forma de gusi-luz de lava y que una vez se entra en materia se muestra de forma un tanto superficial, como una mera coda que realmente no aporta nada al corpus del asunto.
Quizás La montagne se hubiera beneficiado de un planteamiento más conceptual del asunto. Saltar directamente a la abstracción mostrada en algunos momentos y, aunque quizás resultara algo más difícil de comprender, sí daría un ejemplo perfecto de la metaforización visual de la búsqueda existencial. En cambio lo que nos encontramos es algo demasiado convencional donde la inserción trans-genérica parece más un capricho aleatorio que una idea planificada de antemano, talmente como ese desenlace que parece ser un compendio de toda esta filosofía “Mr. Wonderful” de clase acomodada donde se pone punto final a la aventura de igual manera que se empezó, por ninguna razón en concreto.
Así pues, el film de Thomas Salvador resulta especialmente molesto por sus ínfulas de elocuencia y trascendencia, su desarrollo moroso (que no reflexivo) y su vinculación gratuita con lo fantástico. Seguramente será una de esas producciones que alguno calificará como punto de inflexión o de concienciador al respecto del sentido de la vida; algo que seguramente será cierto si eres un millonario aburrido como el protagonista.