La mécanique de l’ombre supone el debut en el largo del realizador galo Thomas Kruithof, en la historia de un hombre (François Cluzet) que dos años después de perder su trabajo como contable, con colapso emocional de por medio, recibe una misteriosa oferta laboral que le hará dejar atrás un periodo de búsqueda de empleo e inestabilidad psicológica. La propuesta, tan sencilla como misteriosa, parece la idónea para normalizar su existencia: mil quinientos euros a la semana por transcribir una serie de llamadas telefónicas en un apartamento vacío y aislado cumpliendo una serie de rígidos pero simples requisitos. Lo que comienza como una sistemática rutina, donde Kruithof impregna de cotidianidad a su personaje incrustándolo en vacíos escénicos al mismo tiempo que luchará por ignorar la de por sí enigmática coyuntura que parece vivir, acabará tornándose en una subversión a una trama política, convergiendo al mismo tiempo en exceder al personaje hasta límites que quizá antes veía insospechados. La perseverante labor de un contable, oficio intrínseco y experimentado para Duval, ahora sustituido por otra labor que aunque comparta ciertas aptitudes (como bien señala Clément, el antagonista de la función) acabará por sobrepasar los límites de un hombre que acabará excedido por los acontecimientos.
Kruithof acierta en su tono al empaparse en inicio de las mecánicas más convencionales del thriller, con su ritmo sosegado y el tono lánguido de la atmósfera recreada bajo la fotografía del prestigioso Alex Lamarque. En este primer acto el director deja caer la carga a su protagonista, encerrándole bajo primeros planos, en un día a día que se gesta sombrío y que diametralmente acabará encerrándole con ciertas sutilezas sobre un pasado que se adivina tenebroso y ahogado por una adicción al alcohol que él mismo pretende esconder; aludirá a ella ocultándola como una enfermedad, en una de sus entrevistas de empleo. Se destacará la mano templada de Kruithof al identificar abiertamente a su película en el suspense, tomándose su tiempo con una tonalidad moderada, y pasar de manera abrupta a una intriga de corte político. Será a partir de ahí cuando la película se mimetice en una especie de émulo calculado de los thrillers gubernamentales de los 70, de los que extrae, siendo fiel a la atmósfera fría inicial, algunas de sus bases: el constante enfrentamiento de personajes, ya que prácticamente todo su núcleo se construirá en confrontaciones interpersonales (basadas, como ya se ha dicho, en el medido plano cerrado); la perenne sensación de conspiranoia, que puebla una trama de inicio crédulo en una constante amalgama de mentiras y traiciones; la desestabilización paulatina de su personaje principal, ahogado por su desvalida utilización en un contubernio ajeno a su ordinaria existencia inicial, para acabar siendo un invitado de excepción de una conspiración que, como pide la narración en su consecuente anexión al impacto escénico, se teñirá de sangre. Además, la visión repetitiva, grisácea y tediosa de los contubernios políticos, aquí empañados de terrorismo (Kruithof afirma basarse parcialmente en la crisis de los rehenes sufrida por Jacques Chirac en plena campaña electoral a finales de los 80), será respetada.
La mécanique de l’ombre tiene una lectura bastante palpable, compartida también en la premisa de ese género al que rinde culto, como es la del hombre ordinario que en su búsqueda de estabilidad emocional acabará ahogado por lo funesto de una serie de hechos ajenos a sus primeras pretensiones. El director francés lo asimila desde inicio y por eso el artificio por el que se desenvolverá parte de la trama en su núcleo no olvidará a Duval, medidamente interpretado por Cluzet, como eje principal de su narración. Bajo él se cernirá la diatriba de evolucionar lo común en lo turbio, el enfrentamiento escénico en arma de la indefensión o un equilibrio personal dinamitado por las circunstancias. Ello se exhibe bajo una narración altamente estimable a favor del interés continuo del espectador, al que le exige atención en momentos muy determinados (la tenue narración es siempre interrumpida, de manera clara, por graduales golpes narrativos en secuencias de colisión), aportación muy inteligente hacia su potencial, que origina que el rendimiento de su idea esté bien suministrado durante los escasos 90 minutos, haciendo que algunos pequeños deslices de su conclusión (algo atropellada e impetuosa) pasen factura en su justa medida.