Tras nueve años de su debut detrás de las cámaras con el falso documental I’m Still Here protagonizado por Joaquin Phoenix y tres desde que se alzara, polémica incluida, con el Oscar al mejor actor por Manchester by the Sea (Manchester frente al mar, Kenneth Lonergan), Casey Affleck vuelve a las pantallas con su primer largo de ficción, Light of My Life.
La cinta abre con él, también actor principal y guionista, relatando un cuento alternativo del arca de Noé a su hija de 11 años en una tienda de campaña. Dicho relato servirá como resumen y explicación de lo que va acontecer durante las siguientes dos horas y que se retomará de manera explícita más adelante para darle un nuevo enfoque. Mientras tanto, la mirada del cineasta se detendrá sólo y exclusivamente en la relación de padre e hija ante el hostil entorno que los rodea, donde el peligro acecha en cada sombra, en cada mirada y gesto de los despojos de seres humanos que deambulan por el universo que ha construido el cineasta.
Creo que se ha hablado desde la crítica más de la cuenta en los detalles de un guión, que se disfruta al máximo sin saber todas las cartas que se manejan para ir atrapando al espectador. Basta decir que nos encontramos ante una obra postapocalíptica donde una plaga ha mermado a la población femenina, a la que se ha comparado, y sale bastante mal parada en la comparación dicho sea de paso, con The Road (La carretera, John Hillcoat), con un discurso feminista que puede dar bastante que hablar, no por sus aciertos o desatinos, sino por el curriculum que trae consigo el hermano pequeño de los Affleck en este campo con denuncias de acoso sexual y abuso verbal por parte de la productora y la directora de fotografía durante el rodaje de su primera cinta comentada más arriba que se saldo con un discreto «lo siento» y un un acuerdo entre las partes.
Cargada de buenas intenciones, la obra elige el género de la ciencia ficción huyendo del thriller que inmediatamente Hollywood parece adornar a toda producción de dicha índole, resultando una obra reflexiva, que se dedica con mimo y cariño casi enteramente a la relación entre sus dos protagonistas, prácticamente los únicos actores que aparecen en pantalla salvo diminutos encuentros con otros humanos. El peligro acecha y es palpable, pero de manera tan interesante como arriesgada para lo que se destila en el cine comercial actual, sus responsables están más preocupados en la mencionada relación de un padre y una hija que empieza a entrar en la adolescencia.
Seguramente lo que más le pese al film es una sensación de repetición, sobre todo con una cinta como The Road a la vuelta de la esquina, donde nada sorprende y una vez descubierto —de manera plena y consciente por parte del espectador— el mundo que rodea a nuestra pareja protagonista, quedan todos los mimbres a la vista y uno puede intuir lo que está por acontecer en cada instante. No obstante resulta estimulante el punto del vista del padre, con el que nos sentimos identificados, sobre todo porque pronto entendemos sus miedos y recelos e incluso sus comportamientos respecto al resto de humanos, mientras que su hija aún no logra discernir el porque el peligro de su condición de mujer y de niña, obligada como está a «ser» y «parecer» un niño y a comportarse cual adulto para afrontar todos los peligros. Por otro lado la obra es bastante comedida, mostrando fuera de campo los pocos momentos donde la sangre aparece en pantalla.
Ahora vamos a hablar del feminismo que destila la obra. Un feminismo que puede ser un efecto boomerang para el realizador y de nada sirve asegurar que el guión estaba escrito antes de lo acontecido en el rodaje de I’m Still Here, donde Casey Affleck actuó a todas luces maltratando verbalmente y denigrando a varias personas del equipo, hasta llegar a algún episodio de acoso sexual. Si al principio Affleck lo negó todo, luego pasó a defensas y comentarios variopintos hasta cerrar el asunto con un acuerdo millonario del que no ha trascendido la suma total. Y ahora realiza una obra donde el motor de la historia es una masculinidad tóxica que está presente en todo momento, salvo un par de personas y el propio protagonista, que se erige en una suerte de tópico sobre el «aliado del feminismo». Tal vez, enfocado como una redención, aunque pudiera molestar a más de uno, podría tener un pase o resultar estimulante, pero lo cierto es que Affleck actúa como si nada hubiera pasado. Nada de esto empeora o mejora el visionado de la obra desde mi punto de vista, pero resulta imposible no soltar una risa incómoda ante tal producto.
De todas formas, como comentaba antes, el problema es que La Luz de mi vida es un producto que no aporta nada nuevo, que no consigue transmitir una verdadera razón de ser, que todos los aciertos, y son varios, desde su dirección y desde la mirada del director quedan desdibujados y sobre todo, olvidados rápidamente.