Gran Bretaña, antes de aparecer The Beatles. Los habitantes de un pueblo viven aislados por una morriña permanente, gris, húmeda. La costa está surcada por barcos pesqueros. El clima se mantiene lluvioso, en liza con el sol escondido casi todos los días del año. ¿Qué mejor sitio se puede hallar para el reposo, la calma y el calor de la lectura? Allí se traslada a vivir Florence Green, una mujer madura, proveniente del Londres de posguerra. Ella tiene un sueño que puede cumplir y no es otro que abrir una librería en la localidad. Así lo hace ante la mirada perpleja de un pescador amigo. Con la dedicación de Christine, la ayudante adolescente que colabora con ella en la tienda. Más los elogios del señor Brundish, un viudo anciano, solitario, lector empedernido, que será su mejor aliado. Pero al fin y al cabo, hacen falta oscuros manejos de varios enemigos, entre las fuerzas conservadoras del lugar, para que el sueño se convierta en una pesadilla.
El nuevo largometraje de Isabel Coixet es una de las mejores sorpresas de la cartelera actual. Quizás resulte más sorprendente porque la directora lleva un ritmo de trabajo que la sitúa junto a profesionales de otras épocas, encadenando producciones un año tras otro e incluso varias en uno solo. Tal vez porque alterna documentales, telefilmes y encargos de empresas multinacionales, presentados como obras de ficción, con el ejemplo reciente de Proyecto tiempo, un film divido en varios cortos que se puede ver en algunas televisiones. Trabajos de distinto interés y resultados diferentes, por supuesto. Sumado todo a una notoriedad pública que se han preocupado en varear muchos medios de comunicación, acerca de sus opiniones sobre el conflicto catalán. Es un volumen de trabajo que resulta contradictorio con su filmografía en los años ochenta y noventa, de apenas cuatro filmes entre 1989 y 2003, aunque separada por la dirección continuada de spots comerciales en esas tres décadas. También por la permeabilidad estética de las primeras películas con sus obras publicitarias. Un lenguaje y recursos audiovisuales que funcionaban muy bien en Cosas que nunca te dije, Mi vida sin mí y La vida secreta de las palabras. Pero sería injusto decir que la cineasta se había estancado en el drama con halo romántico, presentado mediante una envoltura atractiva sin alardes de puesta en escena.
En la actualidad Isabel Coixet puede ser una autora que se encuentra en evolución, capaz de completar un largometraje redondo, de título sencillo, como La librería, en la cual adapta la misma novela de Penelope Fitzgerald. O tal vez sea este el oasis de una filmografía viva, jalonada por buenos aciertos al mismo tiempo que por productos fallidos. Pero lo esencial es que se trata de cine, una obra cinematográfica de aliento clásico en el sentido de atemporal y perenne. La evocación de una época pretérita en el vestuario, decorados y atrezo no tiene un efecto nostálgico, sino ambiental, sin necesidad de buscar los bodegones más bellos, ni el efecto de cafetería decorada como un museo vintage —del que hablan en otros artículos o acercamientos al film—. Es un marco temporal que caracteriza muy bien la gestualidad, relaciones y comportamientos de los personajes, dejando el carácter más contestatario a Christine, la niña que trabaja como ayudante con Florence en la librería. El muestrario de oponentes lo componen la esposa de un militar, la señora Violet, un personaje que afila el desprecio y la prepotencia con una educación, frialdad y sarcasmo, apoyados en la burocracia y cualquier resquicio de la ley que se ponga a su favor, para mantenerse como la fuerza que controla la inmovilidad del pueblo y sus vecinos. Con la ayuda de Milo, un despreciable galán tan trepa como parásito. Protegidos por abogados, banqueros y una mayoría silenciosa.
La directora opta por una protagonista externa que funciona como narradora en off, desde el principio y en alguna secuencia, fuera de campo. Mientras que el peso del personaje principal recae en Florence, la librera, encarnada por Emily Mortimer en un registro contenido, apacible y emotivo, sin llegar a una visceralidad que le haría perder sus logros. Como contrapunto están los antagonistas ya mencionados, interpretados por Patricia Clarkson en un papel de mujer manipuladora, tan deleznable como íntegra. O su siervo, James Lance, con un papel de simpático extorsionador. Bill Nighy funciona bien como el amigo, casi enamorado, tímido pero leal. Y destaca también la benjamina, Honor Kneafsey, en un papel acorde a su aspecto de chica traviesa pero fiel.
Mientras vemos el desarrollo de los personajes, la directora los filma con una narrativa sólida, fluida, sin recurrir a un ritmo acelerado. Selecciona bien las secuencias esenciales, con la presentación en la fiesta de sociedad en casa del matrimonio de Violet y su marido, el general, una celebración en la que quedan claras las posiciones, enfrentamientos y alianzas de todos los personajes. Destaca la relación epistolar entre Florence y el viudo, resuelta con la lectura de sus cartas por parte de él, mirando directamente al objetivo de la cámara. Los breves recuerdos del marido difunto de la protagonista, por medio de escenas difusas que simulan ensoñaciones. Pero destaca esa forma de puntear los sucesos sin dejar ninguno al azar, ni al olvido, tampoco a presentarlos de forma épica cuando son más relevantes, consiguiendo una progresión del guión que llega con naturalidad, no por artificio ni la vocación de buscar un final sorprendente. El equipo artístico colabora en el resultado final tanto como el trabajo de fotografía y la buena partitura de Alonso Villalonga, presente a lo largo de todo el metraje, pero con una composición musical tan alejada de arreglos modernos, que parece sacada de un film de mediados del siglo veinte.
Al terminar nos queda la sensación de haber visto una película que recurre a la composición de los planos, la yuxtaposición en el montaje, el empleo de todos los elementos técnicos y artísticos a favor de una historia sobre los libros, con corazón, no con una visión intelectual. Todo dirigido a favor de la valentía, del coraje personal, contra el costumbrismo y las sociedades cerradas que practican el rechazo a lo nuevo o lo externo. Con la tristeza de ver que tras la lectura de la última línea del texto, a la vuelta solo nos espera el espacio en blanco de la última página.