Si el trabajo dignifica, el despido nos rebaja y nos humilla. El paro, entonces, no mejora la experiencia de vivir. Cobrar la prestación por desempleo, al menos, hace del ser algo más tolerable, sobre todo gracias a las televisiones de plasma y eso.
Stéphane Brizé vuelve al cine tras Quelques heures de printemps y por un momento he pensado que iba a ver a Philippe Lioret. Lo dejo como dato; si quieren, que sirva como recomendación. El caso es que Brizé dirige una vez más a Vincent Lindon y lo hace en un drama sobre el mundo del empleo con el que el actor podría, fácilmente, haber tocado todos los palos posibles del cine social. Un hombre cuyo rostro impasible deja cuando quiere grandes e inesperadas muestras de tristeza o de emoción (de todo tipo). La ley del mercado es un vehículo para su lucimiento personal, porque él lo vale de verdad, pero también es una cinta que, por lo que trata y por cómo lo hace, puede deprimir o exasperar al más pintado.
Hay algo que no se valora demasiado en el cine, y es que la gente que aparece en pantalla hable como hablamos los mortales, que se corten cuando hablan, que se traben o equivoquen, y que se cabreen por no poder hablar. Esto los franceses lo saben hacer bien, no cabe duda; se nota que les gusta escucharse. A mí también. Más allá de todo eso, La ley del mercado es una sucesión de circunstancias y momentos en los que seguimos al personaje protagonista y conocemos su vida. Vemos lo que busca, vemos con quién vive, lo que hace en su tiempo libre, lo que necesita y a lo que se dedica en general: buscar trabajo y hacer cursos que te ayudan mucho a conseguirlo (sí, sí).
Así, llegamos a la depresión vital del espectador más terrenal, pero con el tiempo también a su agotamiento mental. La cámara al hombro, interesante porque su propuesta nos implica mucho más en lo que ocurre, también hace patente lo coñazo que resulta ser humano en el trabajo. Buscarse la vida es deprimente por lo que te encuentras por ahí, por todo lo que tienes que tener en cuenta y valorar para que los demás te valoren y contraten, y sobre todo por la cantidad de gente que rodea y que mantiene esta bonita forma de ser en conjunto, todos juntos. Si algo descubrimos con la edad, es que debemos transigir y transigir para obtener lo que queremos, una contradicción digna de las mentes más inteligentes.
Porque la ley del mercado consiste en satisfacer la demanda creando oferta, porque sin oferta no hay demanda y con oferta se hace más demanda todavía (necesidades que no necesitas), y, en contra de lo que nos dicen los periódicos e Infojobs con sus ofertas de empleo, en realidad nosotros somos la oferta de trabajo, las personas, y sin embargo nuestra oferta laboral no genera más empleos (que demandan las empresas). Esto nos convierte en unos miserables y perdemos el futuro y el presente, salvo que sepamos adaptarnos. No somos nadie o somos lo que tenemos ser, de eso va esta cinta. Incluso cuando tenemos un contrato y el dinero, nos movemos por los propios intereses laborales, por salud mental. Porque nos han aleccionado tanto y tan bien sobre el trabajo y el dinero, pero tan poco y tan mal sobre el esfuerzo y los principios, que ahora todos somos unos pusilánimes, o, al contrario, unos arrogantes. Pocos quedan íntegros, se confunde con la lógica. La moral no forma parte de ninguno de nosotros, y los que quedan con ella a saber dónde trabajan. La realidad contada en la ficción, por eso, no es ninguna broma, porque si se hace bien resulta ser un claro reflejo de lo que somos, menos deformada de lo que creemos.
Este mensaje va dirigido a los estudiantes y trabajadores de Recursos Humanos: dejad de hacer preguntas que son respondidas ya en internet, que son respondidas en asignaturas, cursos especializados o masters; dejad de preguntar qué animal nos gustaría ser, que ya se sabe que es el pato; dejad de preguntar qué nos gusta hacer, porque nos gustaría hacer el trabajo al que aspiramos, básicamente; dejad de guiaros por nuestra expresión corporal, porque podemos estar nerviosos o sabernos vuestras reglas y significados (y de nada sirven para esto); y sobre todo, dejad vuestro trabajo e id en busca de otro, para que otro trabajador de Recursos Humanos os entreviste, y así ver si el mundo colapsa, y sobre todo el sistema económico mundial (de nuevo y para siempre), debido al alto conocimiento sobre preguntas, respuestas y ademanes que ambos demostraréis. Sería una lucha épica, la de los capitales humanos.
Y es que luego dirán que el dinero no da la felicidad, pero sin él no quedan más salidas. Por eso ahora la gente ya da gracias al fomento del emprendimiento en forma de autónomos con cuotas mensuales de 265 euros, al fomento del empleo precario, temporal y mal pagado, al abaratamiento del despido… Gracias a todo ello (y al SAP), pues ahora nadie va a tener que matar a nadie para salvar la vida, para salvar su estilo de vida.