Explicaré, para los que no vivan en Madrid o nunca cojan el Metro o el Cercanías, que en las líneas suele haber una buena cantidad de fragmentos de diferentes libros pegados por las paredes. Menciono esto porque alguna vez me ha llamado la atención que la mayoría sean siempre mensajes optimistas. No es que yo quiera que me depriman en un lugar tan alegre como el Metro, pero me llama la atención. Tanto, como me la llaman los anuncios de televisión, esos en los que el ser humano es extraordinario, aquellos donde las familias comparten pizzas por las que estarían dispuestas a cortar manos o mienten sobre quién se come el chorizo que hay en casa, aquél en el que un abuelo se toma un refresco por agradecimiento, o la gran cantidad de publicidad que, en definitiva, afirma que somos, todas las personitas que habitamos este mundo consumista, las más leales, generosas, alegres y capaces que hay en la Tierra. Para que te acabes tragando sus productos hasta vomitar, en realidad.
Si esto se da de forma habitual y reiterada, es lógico que surja, desnuda y bien justificada, la visión opuesta, la de ver las cosas y a las personas como si fueran una auténtica mierda. Es obvio que algo intermedio sería lo más exacto (la mesura y eso), pero si me intentan vender tantos libros de autoayuda (incluidas las personas que se los leen), también se tiene que aceptar esta otra postura, aunque —de momento— no dé tanto dinero. La lección adopta dicha actitud, muy intrínsecamente, aunque a la vez esconde varias reflexiones que intentan ser más juiciosas, para mostrar una sociedad de forma más realista y no ser acusada de excesivamente oscura, que lo es un poco, como sin querer, pero queriendo. Todo depende de tu situación para decidir La lección si se pasa o no llega, esa es la clave para todo. A la gente sólo le importa lo que le da de comer, no le interesa saber cómo consigues alimentarte tú; por eso cuando te ven te hablan del tiempo.
La lección sigue a Nade, una profesora de inglés a la que acaban de avisar del embargo de su casa y la salida a subasta de la misma, en el transcurso de dos días, si no paga la deuda pendiente a tiempo. Además, Nade intenta averiguar quién, de entre su alumnado, roba el dinero del almuerzo a sus compañeros. La lucha interna, que se debate entre la ética, la moral y la justicia, nos conduce sin miramientos hacia un mundo pesimista, demasiado. La historia, por ese extraño demiurgo que lo impregna y lo impulsa todo con sus giros de guion, acaba por dejar más indiferente al espectador de lo que debería, aunque se sostiene, aparte de por la obsesiva cámara al hombro, por algunos toques de humor mordaz que, en lugar de relajar, acentúan la tensión de la película y te vuelven a meter en ella.
Habrá que seguir a Kristina Grozeva y a Petar Valchanov, ambos directores y guionistas de esta cinta. Parecen tener cosas que decir y una manera vigorosa de hacerlo. Así debieron pensar también los miembros del jurado del Festival de San Sebastián cuando les otorgaron el Premio Nuevos Realizadores en su edición de 2014. La lección es un cuento moral, como su propio título parece indicar, un cuento cercano a la realidad y a estos convulsos momentos que se están viviendo globalmente, un cuento que te obliga a posicionarte, a opinar sobre lo que ves y a ponerte en el lugar de Nade, esa mujer de apariencia y personalidad tranquila, pero con una capacidad resolutiva vehemente y decidida.
Y la otra lección es: no te cases nunca. Bueno, en realidad no es esta la lección de La lección, pero es, sin duda, un primer paso para dejarte de problemas.