«Este Sitges necesita un abrazo.»
—Beatriz Muyo—
Paolo Sorrentino nos emplazaba en La Gran Belleza a vivir una metáfora doble sobre la decadencia. Gep Gambardella y Roma dos caras de la misma moneda del hastío vital, del “vueltatodismo”, el cinismo y la fiesta gigante de celebración de dicha destrucción vital. Roma con sus satélites humanos quemándose simbólicamente a manos de hordas de aprendices de Nerón.
Y es que el contexto en Sorrentino es básico para la forma aunque el mensaje sea similar. En este caso emerge la figura del balneario, un lugar que actúa a modo de cementerio de elefantes y que el director muestra con una cierta ironía. Con sus rutinas, sus hábitos y terapias se crea un decorado que nos remite a Lourdes de Jessica Hausner en cuanto al escepticismo mostrado por dichos recintos. Un lugar sin embargo que no es elemento activo sino más bien recipiente para la reflexión pero tambien cárcel de traumas.
Youth, que no deja de ser de alguna manera un complemento existencial de La Gran Belleza, vuelve a ser una reflexión vital sobre los años vividos y más importante todavía, que hacer, como afrontar el tiempo que nos queda. Una vez más hay dos pilares básicos para ello solo que en esta ocasión Sorrentino los muestra a escala humana.
Dos artistas, dos genios en sus especialidades que comparten amistad y vivencias. Uno retirado y otro preparándose para ello, uno tratando de acallar los fantasmas del pasado, otro intentando mostrar un vitalismo de contraste y, en el fondo, los dos mostrándose víctimas de una vida que no pueden entender del todo en su sentido más profundo. Y a su alrededor un grupo de satélites humanos que puntúan, matizan y contravienen las reflexiones emitidas.
Y hasta aquí la historia. Una temática que no parece ser la más original jamás filmada, pero es que aquí no importa solo la inteligencia de la reflexión (que la hay y mucha) sino el cómo se proyecta, el cómo nos afecta en tanto a la identificación plausible con ella. Y Sorrentino lo hace desplegando planos de concreción milimétrica, donde el plano detalle de una mirada se desliza hasta la profundidad de campo en un compás armonioso o como diría Manuel Carballo, director de Retornados, ajustando cada segundo a la emoción sin necesidad de recrearse en él.
Youth es una pieza de delicadeza arquitectónica que, si en La Gran Belleza entraría en territorios de gótico flamígero, aquí deviene estructura neoclásica, rematada aquí y allí por sendas cariátides embellecedoras que con su mirada parecen dominar no sólo el edificio sino también todo el mundo que las rodea con su serena e implacable sabiduría.
Y luego está el regalo, un post scriptum musical de pared blanca desnuda, con una canción que resume lo que es la belleza, el dolor y las pérdidas de la vida. De esta puta vida. Una melodía, que es lamento y redención y que invita a ese abrazo grupal, a esa lágrima triste y alegre en cuanto a revelación, en cuanto a verdad universal incrustada y por fin sacada a la luz de cada uno de los corazones que la escuchan, padecen, sienten y se emocionan.