El actor francés de familia portuguesa Ruben Alves se embarca en su ópera prima con La jaula dorada, una comedia que precisamente mezcla ambas nacionalidades. Nos sitúa en el seno de una familia portuguesa de cuatro miembros. Los padres, de nombres María y José (guiño, guiño) son respectivamente la portera de una pequeña urbanización habitada por gente de dinero y un jefe albañil. Ambos son portugueses afincados en París, aunque sueñan con regresar algún día en su país. Sus hijos, en cambio, pretenden vivir en el país galo como si fueran ciudadanos franceses, olvidándose de sus orígenes familiares.
El tema en cuestión es evidente: renegar de los orígenes o vivir en base a ellos. Durante estos últimos años ya hemos visto alguna comedia ligeramente similar, como aquella de Bienvenidos al Norte, también francesa, que nos mostraba el choque cultural y social entre los norteños y los sureños, que pese a compartir lengua incluso se les hacía difícil comunicarse. Aquí lo que está a debate no es tanto eso sino la relación de superioridad que se establece en los nativos del lugar respecto a los inmigrantes. Y la pregunta que hace Alves al respecto en esta película es: ¿los franceses son los que marginan a los inmigrantes o son realmente éstos quienes facilitan esa discriminación al renegar de sus orígenes?
La cuestión viene planteada a raíz del comportamiento de María y José. Ambos abarcan mucho más trabajo del que en realidad les retribuyen económicamente y pese a ello sus jefes les niegan las pocas peticiones que tienen. Además, ambos no dudan en hacer un favor a los vecinos rechazando cualquier compensación por ello. La película arranca de verdad cuando María y José reciben la noticia de que han recibido una herencia importante de parte del hermano de éste, pero para disfrutar de ella deben establecer su residencia en Portugal. Inmediatamente, los allegados de la familia se movilizan para impedir su marcha concediéndoles todo lo que anteriormente les habían negado.
Todo este planteamiento lo irá desgajando La jaula dorada en clave de comedia. Aquí no debemos olvidar, eso sí, que comedia no tiene por qué ser sinónimo de escenas que hagan reír por su absurdez o estupidez, sino que simple y llanamente se libera a la película de casi toda carga dramática y dota a los personajes de un carácter peculiar, que hace que los apreciemos más que si se tratara del enésimo drama existencial. No falta tampoco el plantel de secundarios cuya personalidad es todavía más extrema, caricaturizándoles en demasía para que el espectador pueda soltar una carcajada de vez en cuando.
Sobre el papel parece que podemos estar ante una gran comedia. Sin embargo, La jaula dorada acaba pecando de vacía. Llegado el momento, el giro de guión (si se puede llamar así) que se produce no resulta demasiado convincente y la película termina de una manera ya demasiado vista en este mundo del cine. Se echa en falta un poco más de mordiente, mayor “mala leche” al menos con dos personajes concretos en vez de pintarlo todo de un color exageradamente maravilloso. La sensación que queda tras ver La jaula dorada es la de haber echado una entretenida hora y media de cine gracias a una comedia ligera, pero no invita a la reflexión acerca del tema inmigratorio que se plantea. Desconozco lo numerosa que será la colonia portuguesa en tierras francesas y las condiciones de vida que tendrán. Si la película es cien por cien ficción, la actitud de Alves puede ser loable en tanto que la obra se basa más en algo inexistente y que se puede tratar de manera más ligera. En cualquier caso, y dejando de lado estos pormenores, hay que reconocer que como comedia para echar el rato funciona muy bien. Dependerá de cada uno ponderar ambas cuestiones para adivinar si puede generar o no la suficiente satisfacción cinematográfica.