Es de valorar la propuesta que Damien Manivel nos ofrece en The Island sobre todo si tenemos en cuenta cómo, con un material algo resabiado y exiguo, intenta exprimirlo y de algún modo subvertirlo a través del dispositivo formal. Y es que, reduciendo al film al concepto más crudo, nos encontramos con una ‹coming of age› de manual. Una última fiesta, un espacio reducido, un marco temporal corto y mucho que transmitir ya que, en el fondo, hay poco que explicar.
Manivel opta no por la habitual reconstrucción de hechos, sea por vía del casi documental o del ‹flashback› a posteriori, sino por un una deconstrucción a través de una especie de ‹making of› de los hechos vividos. Una recreación de una noche teatralizada donde la memoria y los puntos de vista juegan un papel importante. Es por ello que la narrativa queda en un segundo plano para explorar algo cercano al cine de sensaciones donde no es tan importante discernir la verdad como sumergirse en un acto de expiación de un momento que debió ser festivo y que acaba por ser próximo a un drama de incomprensión propia y ajena.
Este esfuerzo, sin embargo, no acaba de encontrar el punto adecuado en su traslación emocional. Por momentos todo resulta demasiado confuso, no solo a nivel de estructura y montaje, sino que nunca acabamos de entender el conflicto tanto interno como externo de su protagonista. Aunque hay ciertas pinceladas que permiten cierta comprensión del asunto, resulta muy difícil llegar a empatizar, por lo que si tenemos en cuenta que la idea era la de generar emoción, la película nunca acaba de permitir ningún tipo de conexión con ella.
Todo da la sensación de ser un cliché continuo que se intenta disfrazar formalmente para que no sea tanto la falta de algo novedoso que contar. Ya incluso desde el título, esa isla que tanto sirve para el marco geográfico como a modo de metáfora de lo personal, el conjunto resulta ser una ceremonia de lo obvio con muchos fuegos artificiales (o mejor dicho artificiosos) que desvíen un poco la atención hacia la idea de cine de su autor, como si esta etiqueta por si sola consiguiese salvar al film. Nada puede ser peor, pues, en un film evento que conseguir que no importe lo más mínimo.
Aunque todo ello parece redundar en una obra que acaba por ir a ninguna parte sí hay que agradecer, como mínimo, el intento de ofrecer algo diferente en cuanto a salirse del marco habitual en este tipo de subgénero. Es evidente que con la intención no es suficiente, pero desde su capacidad de síntesis en un metraje reducido hasta el buen trabajo por lo que se refiere a la dirección de actores, Manivel consigue empacar una producción que no llega a colmar las expectativas creativas, pero si ofrece pocos, aunque suficientes, puntos de interés como para que su visionado sea, sino estimulante, sí al menos una muestra sobre cómo repensar estructuras añejas y temas manidos aunque el resultado no sea el deseado.