Robert Machoian sigue reafirmando su gusto por las historias centradas en la masculinidad herida de muerte. Aunque en apariencia poco tengan que ver sus dos películas en solitario, tanto El asesinato de dos amantes como La integridad de Joseph Chambers se podrían tratar como hermanas mellizas por sentirse reconfortadas en las cárceles invisibles en las que se encuentran sus personajes protagonistas.
Salvando las distancias de las clases sociales que representan estos antihéroes, tal vez auténticos perdedores frente a la vida, uno de los guiños indispensables de Machoian es utilizar al actor Clayne Crawford como una bola de plastilina que manipular a su antojo. Dos tipos tan distantes representados por un mismo actor que, más allá de un notable cambio físico, permiten disfrutar de su saber hacer. En La integridad de Joseph Chambers nos encontramos ante otro de los grandes pesares sociales de los estadounidenses que se arrastran desde tiempos inmemoriales hasta la actualidad. La ranciedad del ser camuflada en el ideal de supervivencia.
El título del film da una imagen literal de lo que encontramos en ella. Joseph Chambers es el hombre que va a sentir cuestionada continuamente su integridad y valía en su comunidad. Partiendo de una arropada condición de padre de familia y amoroso marido, el Hombre debe enfrentar sus conocimientos sobre la naturaleza y abrazar la dominación de los elementos. Golpe en el pecho y a seguir adelante. El problema de base es que este hombre en particular no tiene el aspecto ni la actitud requeridas para representar este papel de un modo innato, convirtiéndose en el perfecto farsante de los supermachos.
El director abraza el ‹horror vacui› en cuanto deja a su personaje a solas en el bosque, uno privado y en consecuencia fuente de seguridad para Joseph. El ruidoso silencio de la naturaleza queda relegado por el sonido de la mente del protagonista, que se amplía hasta ser parte de la mente colectiva. Todos los entretenimientos de Joseph, siempre ajenos a una tentativa de caza, son acompañados de vítores y multitudes con la pura intención de sacarnos del lugar donde nos encontramos, subrayando esa idea de no pertenencia y arremetiendo con una vis cómica muy poco usual en este tipo de aventuras. La imaginación se convierte así en un efecto visual sin necesidad de ser realmente representada, amainando el temporal para que la llegada de la esperada desgracia no necesite de prisas ni anticipos por parte del relato.
Porque llega el error instantáneo, ese que rompe los frágiles hilos que sostienen la seguridad y la confianza, para que el farsante viva en sus propias carnes esa extraña conceptualización del Hombre. El humor comienza a flaquear en pos de la desesperación y la improvisación, cambiando el ritmo del film pero manteniendo con total fidelidad su sentido y significado. A Machoian no le importa destruir a sus personajes, es más, necesita hacerlo para formar su propio discurso, enfocar la mirada hacia el individuo para reflejar a toda una sociedad víctima de sus imperfecciones en un vano intento de ser una pieza más que encaje en el puzle.
La integridad de Joseph Chambers pasa por sentir a través de su protagonista, pero no por mimetizarnos con él. Tiene esa virtud reaccionaria frente a un patetismo heredado por la idea colectiva de una comunidad, forzando al acomodado hombre blanco heterosexual a demostrar lo que nadie pidió directamente, y que a él mismo le parece necesario, precipitando al personaje acunado por sus privilegios a la fortuita catástrofe. Todo ello a plena luz del día, con un cuidado trabajo sonoro, y contabilizando los segundos como puro oro para tensar las situaciones con total intencionalidad. Por tanto no hay cabida aquí para la perfección, pero sí para una agria reflexión sobre derechos y deberes heredados que en realidad carecen de significado.
Podéis ver La integridad de Joseph Chambers en Filmin:
https://www.filmin.es/pelicula/la-integridad-de-joseph-chambers