La fuga de cerebros de todas partes del mundo hacia la vasta industria cinematográfica norteamericana está dando grandes alegrías al producto nacional yanqui, especialmente en cuanto a cine de género se refiere. Si recientemente celebramos con júbilo el debut al otro lado de la frontera del canadiense Denis Villeneuve y su espectacular Prisioneros, ahora es el turno de Stefan Ruzowitzky de reivindicar la buena mano que pueden llegar a mostrar los cineastas europeos dando buen uso del nuevo star-system y los medios que ofrece trabajar en tal prolífica y asentada industria.
Ruzowitzky abandona su Austria natal con una carta de presentación de la talla de Los Falsificadores y se adentra en el paraje helado de la América rural con La huída, un notable producto que ofrece un híbrido genérico de lo más atractivo al tomar como referente principal el cine negro de corte más clásico y envolverlo con una atmósfera western que otorga un valor añadido a un filme que, de por si, no hubiese resultado especialmente atractivo por lo rutinario de su propuesta argumental y por la aproximación a la psicología de su pareja protagonista.
Las inmensas llanuras nevadas por las que circula el grupo de personajes de La huida acompañan a la perfección lo hostil y gélido de las relaciones entre los numerosos personajes principales que conforman el relato durante la mayor parte del filme. Figuras que durante los primeros lances de la historia, y siempre a nivel individual, pueden parecer simples arquetipos explotados hasta la extenuación, cobran sentido una vez comienzan a interactuar entre ellos. De este modo, la trama principal del filme se convierte en un mero pretexto para relatar una exploración cuasi-freudiana de las relaciones familiares en la que la redención, el perdón y las viejas heridas del pasado arrebatan todo el protagonismo al artificio criminal repleto de persecuciones, muerte e historias cruzadas que terminarán confluyendo en un clímax inusitadamente potente.
El fantástico reparto seleccionado para protagonizar el filme ayuda sobremanera a favorecer esa sensación de solidez psicológica que transmiten unos personajes. No obstante, el verdadero reclamo del filme se encuentra en el tándem protagonista compuesto por un Eric Bana en un estado de gracia que parecía haber perdido hace una buena temporada, y una Olivia Wilde sencillamente arrebatadora. La pareja no se limita a desprender carisma en cada plano; además de esto construyen una compleja relación fraternal sobre la que temas tan delicados incesto y la sobreprotección planean constantemente, otorgando así un peso dramático más que necesario para el buen funcionamiento del filme.
Sin detalles como los mencionados anteriormente —sumados al apabullante valor formal de la cinta—, La huida no dejaría de ser otro thriller que, más que probablemente, pasaría desapercibido. Su trama principal peca de manida, y no en pocas ocasiones se alimenta de una ristra de tópicos que pueden ser previstos sin demasiado esfuerzo por una mente mínimamente avezada. No obstante, su pausada narrativa que cocina la historia a un fuego lento muy necesario, sus interpretaciones, lo oscuro de su tono, su apabullante ambientación y especialmente el brillante tratamiento que se le ha dado a la psique de sus personajes, hacen de La huida un notable producto que transpira magnetismo plano a plano y que todo aficionado al neo-noir no debería pasar por alto.