Una de las escenas más intensas de La herida (The Wound) se produce cuando varios jóvenes sufren una circuncisión mientras son obligados a gritar «¡soy un hombre!». El dolor se revela entonces como una condición obligatoria para pasar a la vida adulta, mediante un ritual que busca integrar a los adolescentes en una sola masculinidad con la cual no todos se sienten cómodos.
La herida, ópera prima del realizador sudafricano John Trengove, nos acerca a la ceremonia del Xhosa, un rito de paso en el que varios jóvenes son circuncidados. Mientras la herida cicatriza, los chavales (“iniciados”) son guiados por un adulto, un “tutor” que les debe enseñar a ser hombres. En medio de las montañas, en un espacio intermedio, los jóvenes viven en cabañas, van vestidos con túnicas y se pintan el cuerpo con pintura blanca, todo en compañía exclusivamente masculina. La película construye un triángulo entre dos de los tutores, Xolani y Vija, y uno de los alumnos, Kwanda, y la manera que tiene cada uno de vivir su homosexualidad en un entorno hostil.
Hay en el film una progresión dramática basada en fuertes contrastes entre realidades opuestas; entre la masculinidad desbordante de Vija y la apocada fragilidad de Xolani, entre la modernidad cosmopolita de Kwanda y lo ancestral de un ritual casi sagrado, entre lo que se puede contar y lo que se debe callar. Gracias también a unas magníficas interpretaciones, los personajes esbozados por Trengove son pura fuerza, llenos de tristeza y de furia. Es a través de ellos, de sus peleas, abrazos y bailes, que la película consigue transmitir una energía casi desbordante, en un estilo que recuerda a algunas de las propuestas de Philippe Grandrieux. Hay tiempo para escenas feroces, casi salvajes, y otras de una gran ternura y sensibilidad, especialmente aquellas en las que los personajes se salen del grupo y entran en un entorno íntimo, donde son verdaderamente ellos mismos.
Sin embargo, con una duración de tan solo 88 minutos, se echa en falta en La herida una mayor incursión en la vida de los personajes, especialmente de Kwanda. Pese a que la película construye su progresión dramática a fuego lento, con una acertada dosificación de la información, un precipitado y algo tosco giro final echa por tierra gran parte del esfuerzo anterior. Es como si el director se hubiera obligado a dar resolución a uno de los varios conflictos del film, en lugar de poner en escena la bella y complicada relación furtiva entre estos tres hombres.
La herida es una película que sorprende por ofrecer una realidad ajena a la imagen que tenemos de Sudáfrica como un país moderno, que acabó con el ‹apartheid› hace dos décadas y que aprobó el matrimonio gay en 2006. El film plantea varias reflexiones urgentes en nuestras sociedades; especialmente cómo construir nuevas masculinidades que sean más igualitarias, más respetuosas e inclusivas, y al mismo tiempo mantener ciertas tradiciones arraigadas en nuestra cultura. En ese sentido, es interesante preguntarnos si el cine, como principal constructor de la masculinidad del s. XX, tiene que ser motor de ese cambio. Tal y como se pregunta Kwanda hacia el final del film, ¿de verdad tener pene es tan importante?