Charles Dickens escribió «Nadie es inútil en este mundo mientras pueda aliviar un poco la carga a sus semejantes.» Y es una gran verdad. A lo largo de la historia, muchos grandes hombres han reafirmado el valor de la solidaridad con sus palabras y sus obras. John Steinbeck, Thomas Jefferson, Pitágoras de Samos… En todas las épocas y circunstancias, el valor de la ayuda de los semejantes es algo tan humano como impagable.
Dadas las circunstancias que vivimos actualmente, quizá pensemos que el mundo jamás ha estado peor, y que en una época en la que predomina el hedonismo, y que todo el mundo parece ir a la suya, es imposible encontrar solidaridad más que como si fuera el rescoldo de una hoguera. Sin embargo, igual que se describe en esa magnífica obra que es «Las uvas de la ira», los pobres, por decirlo así, los desheredados, los vapuleados por el sistema, son los que encuentran consuelo entre sus semejantes.
De este modo aparece el documental La granja del Pas. Conmovedor, profundamente humano, muy en línea con la actualidad al tratar un tema tan común hoy en día como son los mecanismos de actuación de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca. La granja es un edificio, situado en Sabadell, y Silvia Munt ha estado un año conviviendo con los vecinos y personas que forman parte de la misma.
Para mi gusto, lo mejor del documental es que confia plenamente en la fuerza de lo que muestra. No hay explicación, no hay narración, no hay voz en off más allá de un pequeño rótulo al principio que explica que es el edificio a cuyo interior vamos a entrar durante hora y veinte minutos. A partir de ahí, más allá del montaje, claro está, la directora no interviene para nada, como no sea para dirigir a alguno de los entrevistados a través de las preguntas. Es una dosis de realidad pura y dura, una realidad que se explica por sí sola.
Y la verdad es que lo que cuenta tiene suficientes argumentos para defenderse por sí mismo. La historia de los vecinos que cualquiera puede tener, de gente que ha visto sacudida su vida de un día para otro. Silvia Munt se habrá limitado a seleccionar algunos de los casos que le pareciesen más curiosos, ni siquiera necesariamente los más tristes o los más conmovedores, para ofrecer una buena muestra de todo lo que se hace en la granja.
Pero, al no tener explicación, no llega a haber una crítica directa a por qué hemos llegado dónde estamos. Igual que se hace en el Pas, no nos deja caer en la desesperanza, sino que se centra en los mecanismos de solidaridad que desarrolla la gente, en la fuerza que saca la gente en los momentos de duda. El montaje le da a la película humanismo en cada plano, la fuerza de la esperanza, el pensamiento positivo. El uso de imágenes de los niños en la guardería que se monta en la granja mientras se celebran las asambleas como enlace de secuencias ayuda a sacarnos una sonrisa en un tema que más bien es fuente de lágrimas.
En cualquier caso, la objetividad y el tono humanístico consiguen aportar otra visión de un tema candente, bastante distinta a la que puede ofrecer, por ejemplo, un medio de comunicación al uso. Es por eso por lo que, como cine de lo real, merece la pena detenernos en la obra de Silvia Munt: Porque es humana, conmovedora, sensible, profunda y tremendamente bella. Aunque solo cuente algo cotidiano. Es la belleza de lo ordinario, algo extraordinario sin duda.