Tras el éxito internacional de crítica y público que supuso entre 2017 y 2018 El repostero de Berlín, el director y guionista israelí Ofir Raul Graizer regresa a los cines españoles con una película que narra un triángulo amoroso en apariencia desprovisto de originalidad, pero con un enfoque y aproximación al mismo tan personal que es en la carga emocional y moral donde podemos encontrar las claves que la diferencian de una gran mayoría de películas similares en su punto de partida. Estos detalles de la trama, que en su trascendencia podrían ser el verdadero punto de interés de La floristería de Iris, son aquí lo más opuesto a la parte dramática. Las decisiones que toman los protagonistas y los actos que llevan a cabo florecen de forma natural, aprovechando el juego de palabras al que me invita a pensar su título en español una vez vista.
De hecho, lo llamativo es que La floristería de Iris está repleta de momentos dramáticos y situaciones que invitan a pensar en las relaciones como conceptos complicados, pero Ofir Raul Graizer los rueda para presentarlos de forma pausada, sensible y con un aire tan misterioso y minimalista que uno solo puede dejarse llevar por el tono que impone a lo largo de todo el metraje de una forma tranquila y apacible, a pesar de ofrecer algunos momentos de pasión y tensión entre sus protagonistas, casi siempre rodeados de colores, flores y silencios que permiten encajar emociones complejas en escenas sencillas.
He leído algunas opiniones que comparan La floristería de Iris con algunas películas de Pedro Almodóvar, aunque la mayoría de esas opiniones destacan que, como melodrama, no termina de ofrecer tanto o no es capaz de llegar tan alto en el global como lo hace el director español en este tipo de historias. De hecho, una de las frases me gustó tanto que la voy a poner aquí, siguiendo con los juegos de palabras relacionados con el título de esta cinta, y es que Almodóvar hace un ramo de estas historias, no intenta llenar 127 minutos con un solo ramo de flores.
Un poco duro, la verdad. Yo, que tengo pendiente el cine de Almodóvar, no me atrevo a ser tan vehemente con esta floristería, que cuenta con los suficientes aciertos como para trascender en este mes de enero, quién sabe si alguno más. Después de todo, hay algunos hallazgos interesantes que hacen que valga la pena un viaje que parece que va a ser muy largo y luego no, y uno de ellos es la importancia simbólica del agua a lo largo de toda la película, en todas sus formas y afluentes. Al mismo tiempo generador de miedos y portador de paz, que nos sostiene o nos ahoga, causante de tanto sufrimiento y tragedia como de alegría y diversión. Y así parece entender la vida —o al menos su propuesta— Ofir Raul Graizer. Divide la película en cuatro partes que desembocan en una conclusión satisfactoria en su afectación, que es constante a pesar de construirse sobre personajes de expresión hierática a los que en contadas ocasiones les desborda toda la sensibilidad encima. Como una ola, que cuando aparece de verdad lo arrastra todo, pero luego vuelve a dejar paz (sí, he abandonado la analogía de las flores por el agua).
Supongo que la mejor conclusión para esta reseña sobre La floristería de Iris es que, después de verla y comentarle de qué iba y mis impresiones a mi pareja, que sí ha visto El repostero de Berlín, al contrario que yo, a ella le cuadra bastante el argumento con el de la obra anterior, lo que la atrae lo suficiente como para ir a verla. En cualquier caso, sí que es verdad que ha hecho un apunte importante relativo a la trama y a lo que ocurría en la primera, relacionado con una relación homosexual entre dos hombres y es algo que no tiene tanta presencia aquí, o ninguna, o toda, según interpretaciones. La mía: presenta una relación de amistad entre dos hombres que se aleja tanto de cuestiones culturales sobre la masculinidad que es fácil inferir que tras esa amistad ha habido algo más, haciendo del propio drama algo mucho más rico en términos de perspectivas ofrecidas, pero también más simple (según cómo aborda cada personaje lo que ocurre), lo cual a mí me ha parecido bien.