En el cine de Yorgos Lanthimos existe una fuerte sinergia entre guión y dirección. En realidad, la solidez de su autoría se debe, en gran parte, a este hecho. Es algo que también puede verse en la obra de otros directores, como Woody Allen, Ken Loach, Aki Kaurismäki o Quentin Tarantino. No hablamos tanto de la participación del autor en la escritura del folleto (ahí tenemos el ejemplo de Ken Loach) como del compromiso del mismo en reiterar siempre en uno (o varios) tema(s). En los ejemplos mencionados encontraríamos, muy por encima, las relaciones sociales (Allen), el activismo (Loach y Kaurismäki) y la deconstrucción de géneros (Tarantino). En el caso de Lanthimos, estaríamos ante la constante desautorización de esquemas sociales, ejecutada siempre desde una perspectiva de tendencias misántropas. Se trata, en resumen, de un director antisistema, sea el que sea: familia, rol de clases, relaciones de pareja e incluso la organización de respuestas revolucionarias a todo ello.
Esta sinergia es la responsable de que algunos proyectos puedan resultar difícilmente imaginables en manos de ciertos directores. Nadie se plantea, por ejemplo, proponer a Woody Allen como director de una cinta de James Bond. Si bien el anunciado de La favorita no representó un choque igual de estrambótico, sí despertó un interrogante de grosor considerable: ¿encajará un discurso tan grandilocuente como el de Lanthimos con un género tan estilizado como el de cine de época? Sin embargo, lo que algunos no supimos ver es que el director griego entendió desde el primer momento que ese género podía ser un nuevo trampolín para su mundo de metáforas. Porque, en realidad, todo su cine tiene como punto de partida una premisa metafórica: el lenguaje inventado de aquella “peculiar familia” en Canino, el trabajo de “sustitución post-mortem” planteado en Alps, la legislación orientada a preservar el matrimonio de Langosta, la irrupción de lo fantástico en El sacrificio de un ciervo sagrado… Y el caso es que ahora, con este nuevo trampolín, Lanthimos ha logrado su más perfecto salto mortal.
Uno de los aspectos más llamativos de los trabajos anteriores era un ‹crescendo› que culminaba en explosiones de brutalidad. La favorita, sin embargo, se despliega con una perversidad mucho más sutil. La brutalidad parece escondida por todas partes: en los diálogos, en las relaciones de los personajes, en la propia composición de las secuencias… Como si el género de la película estuviera empapado del estilo Lanthimos y el estilo Lanthimos estuviera empapado del género. En otras palabras, el director no traiciona ninguna de las dos cosas. Esta es, de hecho, la gran virtud de su producto: pocos ejemplos se han visto de tan orgánico entendimiento entre género y autoría. Y el hecho de situar la acción en un contexto que el espectador solo conoce en un plano teórico es, en realidad, un filtro conversor: el cruel imaginario simbólico del director deviene materia tangible en forma de carreras de patos, fruta convertida en objeto lapidario, manadas de conejos usadas como mascotas… Todo ello tiñe con extrema crueldad la actitud y el carácter de los personajes, pero nada despoja de credibilidad el trabajo de reconstrucción histórica.
Existen, además, otros dos detalles a reivindicar. El primero es que director y guionistas aprovechan el potencial del producto para perfilar interesantísimos personajes. El segundo, fuertemente ligado al primero, es que esta vez estamos ante un discurso bastante más complejo que en las películas anteriores. Ya no se trata de conceptos tan fácilmente identificables como la familia, el sistema o las clases (si bien esto último tiene una fuerte presencia en el trabajo). Esta vez, el tema escogido es algo más abstracto, intrínseco en todos los anteriores: las relaciones de poder. Palpable, primero, en la obediencia incondicional que se le debe a la realeza; segundo, en la autoridad paternal que Sarah puede ejercer sobre la reina gracias a su constante estado enfermizo; y tercero, en la subordinación emocional que implica cualquier tipo de relación amorosa, visible tanto en las aventuras sexuales entre Olivia Colman —la reina— y sus dos ayudantes, Lady Sarah y Abigail, como en las parejas formales de estas últimas —especialmente la de Abigail—. Tres tipos de relación de poder que Lanthimos entremezcla y desdibuja para recordarnos que, en última instancia, ese poder no se cuantifica a partir de quien lo ejerce, sino según las consecuencias que sufren aquellos que obedecen.
El año pasado quedé deslumbrado por «El sacrificio de un ciervo sagrado», un thriller psicológico y terrorífico como pocos que ví. El mito griego ancestral de Ifigenia recreado en el ambiente médico del siglo XXI me pareció una metáfora perfecta de la relación entre mito y ciencia. Clara postura del director a favor de lo irracional por sobre lo racional.
Ahora con tu extensa e interesante reseña ya me dieron ganas de ver esta ultima.
¡Muchas gracias por tu comentario, celebro haber despertado tu interés (o al menos haber contribuido)! A ver que te parece la peli…