El cine español sigue recurriendo a su faceta más social para dar a luz trabajos que, en el fondo, encuentran en sus posibilidades algo más que un retrato (sea del tipo que sea) en ese ámbito. Es el caso de La estrella, debut en largometraje de ficción de Alberto Aranda, desde cuyo título se nos advierte que esto es algo más que un drama social; y es que Estrella, nombre con que su padre bautizó a la protagonista, hace referencia a esa expresión conocida como «tener estrella» o, dicho en otras palabras, tener suerte. Pero la suerte no es algo que sobrevuela la vida de Estrella sin más, es algo que busca y parece encontrar casi sin proponérselo.
Así, y aunque pasa su día a día limpiando en una funeraria, Estrella es una muchacha que intenta acogerse a un optimismo que no suena impostado en ningún momento, es marca de la casa, y a través del cual demuestra su apego por la gente que le rodea. Esa cualidad le sirve para arropar a su compañera y mejor amiga, Trini, quien encuentra respaldo en la protagonista tras sufrir maltratos por parte de su marido. Mientras, y en casa, el carácter alegre y extrovertido de Estrella choca con las pretensiones de un novio en ocasiones dominante que parece más pendiente en tomar decisiones por ella, en especial tras encontrar el que parece ser el trabajo de su vida.
Es ahí, a través de ese trabajo, donde Aranda engarza una temática que ya había tocado en su cortometraje ¡Mezquita NO!, donde exploraba el conflicto generado cuando en Santa Coloma de Gramanet (que es donde se ambienta La estrella) la instalación de una mezquita llevó a los vecinos del barrio a realizar numerosas protestas que terminaron en disturbios e intervenciones de los Mossos d’Esquadra. A Salva, el chico de Estrella, se le encargará tener esa zona bajo control y hacerse con la propiedad de las distintas viviendas que hay en ella para así poder edificar una nueva urbanización que supuestamente dará caché al municipio situado en Barcelona.
Tanto esa situación como los malos tratos sufridos por Trini, que iniciará su andadura en un Centro de protección a la mujer espoleada por Estrella, así como unas clases de flamenco para liberar tensiones, son los anclajes de su vertiente más social; una vertiente que, sin embargo, verá rebajado el drama que la compone debido algunos golpes más humorísticos cuando una muchacha china llegue a la funeraria donde Trini y Estrella trabajan, hecho que bien podría emplearse para cargar más las tintas y en cambio dota de un tono distinto a la obra.
Aunque la mayoría del tiempo Aranda atina con la trayectoria de un libreto más bien conformista, se le podría achacar alguna que otra decisión discutible en el guión si no fuera porque a la postre terminan desencadenando el devenir de un relato que cobrará sentido gracias a esas maniobras. No obstante, ello también contribuye al desdibujamiento de algún que otro personaje que termina siendo una marioneta en manos del cineasta. En definitiva: Aranda hace trampas y el espectador deberá decidir si acepta o no esa parte de la historia como propia para llegar a un final con cierto significado.
Por otro lado, el trabajo de un elenco en el que destaca Ingrid Rubio, que se desenvuelve como un torbellino en pantalla, es una de las claves para que La estrella funcione en los instantes de mayor intensidad, donde tanto Carmen Machi como Marc Clotet demuestran entender a la perfección los encajes de unos personajes que se desenvuelven con tino en ese marco tan bien trazado por el director. También funciona en el ámbito técnico una banda sonora de la que no se realiza un uso y abuso constante, y a través de la cual está montada una secuencia que sirve como desencadenante y muestra cierto talento por parte del equipo.
La estrella se podría definir como un canto a la libertad y valentía que establece en su nexo con el baile flamenco uno de los pilares esenciales para comprender la idiosincrasia de una propuesta que, por muchos caminos que parezca recorrer, se corresponde en todo momento con el carácter de una Estrella. Esto marca de principio a fin el devenir de una historia que, con sus deslices, no busca por enésima vez sensibilizar a un espectador que encontrará en el debut de Aranda uno de esos films que, sin brillar, se acogen a la cercanía que nos entrega Ingrid Rubio en uno de esos personajes inolvidables.
Larga vida a la nueva carne.