Incomprensiblemente la filmografía de Yasuzo Masumura, sin duda uno de los gigantes del séptimo arte japonés, sigue siendo una de las grandes desconocidas en occidente. Sus películas adoptan la forma de complejos vellocinos de oro totalmente inalcanzables, en la mayor parte de los casos, por esos Jasones moradores de América o Europa. Su cine está mal distribuido. No solo desde el punto de vista audiovisual —eso creo que ya se da por descontado— sino igualmente desde una perspectiva didáctica. Y es que no abundan textos de este maestro ni en libros publicados en papel ni tampoco en esa red donde encontramos de todo que se llama internet. Por ejemplo, me llama poderosamente la atención que de una cinta de la categoría como la presente La esposa del Dr. Hanaoka no existan apenas textos escritos en idioma occidental —creo que ni existen, aunque no me ha dado tiempo a investigar más para corroborarlo—. Hecho llamativo no solo por la autoría de Masumura, sino también por la presencia de dos de las damas imperiales del cine nipón en el elenco protagonista (la diosal Ayako Wakao y la legendaria Hideko Takamine), así como la guinda que supone que el guión de la película fuese rubricado por el mítico Kaneto Shindô.
Esta coyuntura me hizo pensar que pese a los grandes nombres que adornaban la ficha técnica de la cinta, ésta debía ser una obra fallida y por tanto menor en la carrera del autor de Red Angel. Preposición totalmente ajena a la realidad. Porque para un servidor La esposa del Dr. Hanaoka se alza como la mejor película de Yasuzo Masumura de las doce o trece obras que he podido visualizar hasta el momento de este maestro del cine oriental. Quizás dicha afirmación se encuentre motivada por el perfecto envoltorio dialéctico y visual que acicala el rostro de una obra plena de una poesía inspirada en el silencio y en la mera contemplación de la rutina de la existencia, sin que exista ninguna alteración melodramática que envenene la sencillez emanada de la línea narrativa que vertebra esta obra maestra. El lento paso del tiempo es pues uno de los paradigmas que engullen los parsimoniosos acontecimientos que trenzan lentamente el todo que conforma el film. Por ello, La esposa del Dr. Hanaoka es la película más Kenji Mizoguchi de Yasuzo Masumura. Ello se manifiesta tanto en la perfecta disección del temperamento femenino realizado en virtud del carácter contendiente de las dos protagonistas del film interpretadas por Wakao y Takamine, como en el esbozo de esa reflexión puramente japonesa de aceptación de la desgracia, sublimando pues el dogma de que el hombre está más cerca de sí mismo cuando sufre —punto de referencia en las historias construidas por el autor de La vida de Oharu, mujer galante—.
Pero igualmente Masumura es un autor total y una película no sería suya si en la misma no se incluyera su pimienta particular. Y este ingrediente propio se halla en la poética de la obsesión —cuestión presente en la totalidad de las obras que he visto del maestro— que asoma en el devenir de la epopeya. Porque para el autor de Manji el ser humano no podría existir sin la manifestación de obsesiones en la doctrina vital. El amor, la pasión, el crimen, la guerra, la amistad, los celos, la competencia… Esto es, todo acto humano esconde una obsesión de aquel quien lo ejecuta. En este sentido en La esposa del Dr. Hanaoka esa obsesión se bifurca en una doble vertiente.
Una más residual que narrará la tenacidad del Dr. Hanaoka, un joven médico perteneciente a una estirpe de ancestrales galenos japoneses, quien fue el primer doctor que llevó a cabo una operación con anestesia general en el país del Sol Naciente. La cinta así narrará las peripecias y derrotas del facultativo describiendo los fracasos, experimentos y padecimientos que tuvieron lugar a lo largo de la vida del personaje que da título al film hasta que finalmente logra su objetivo de ejecutar una operación con anestesia en un ser humano con éxito.
Pero la verdadera obsesión que canaliza la trama planteada por Masumura resultará de la rivalidad que nacerá entre la joven esposa del galeno llamada Kae (Ayako Wakao) y su suegra Otsugi (Hideko Takamine). Kae quedará prendada de la belleza de su futura pariente política desde que siendo una niña visualizó a la bella Otsugi recolectando unas flores medicinales en el huerto familiar. Esta fascinación inducirá a Kae —convertida ya en una bella manceba perteneciente a una adinerada familia de antiguos samuráis— a aceptar la petición matrimonial que en nombre de su hijo realizará Otsugi aún desconociendo la fisonomía y talante de un Hanaoka que se halla estudiando fuera del hogar familiar las técnicas medicinales empleadas por los ancestrales doctores chinos.
La cinta muestra en estos primeros compases la relación de admiración con connotaciones materno-filiales que surgirá entre Kae y Otsugi una vez que la primera arriba al hogar de la última para contraer matrimonio con su desconocido hijo. Pero con la llegada a casa del joven Hanaoka, el incipiente cariño exhibido entre suegra y nuera será demolido, iniciándose entre ellas una lucha de celos y desconfianza en virtud del temor de Otsugi de verse desplazada por la recién llegada del amor de su primogénito vástago.
Desde el punto de vista argumental, La esposa del Dr. Hanaoka explicará los intentos del doctor por implantar en Japón las técnicas experimentales aprendidas en China gracias al empleo de unos narcóticos que permitían dormir al paciente mientras se ejecutaba una operación. Así la cinta relata los primeros ensayos llevados a cabo con desafortunados gatos que son masacrados en las sucesivas pruebas —alguna escena puede herir la sensibilidad de un espectador que sienta amor profundo hacia los mininos, ya que Masumura exhibe sin censura primeros planos de gatos inertes aniquilados por los efectos de la medicina— efectuadas por el equipo médico. De este modo la cinta avanzará sin que aparentemente suceda gran cosa extendiéndose a lo largo del recorrido vital de la familia del Dr. Hanaoka incluyendo únicamente ciertos dardos en forma de desdicha que sazonan el condimento de la trama. Estos ingredientes serán la muerte por cáncer de mama de una de las hermanas de Hanaoka debido a que éste no se atreve a experimentar la anestesia con su hermana ante los nulos resultados obtenidos en los ensayos con animales. Este hecho provocará que Otsugi se preste como conejillo de indias para tratar de ayudar a su hijo a alcanzar el éxito e inmortalidad. Una propuesta que será parcialmente rechazada por Hanaoka que engañará a su madre inyectándola unas dosis insuficientes para demostrar el éxito del medicamento, optando Hanaoka por contra por aceptar la propuesta de su mujer Kae quien igualmente se sacrificará por su marido tratando de ayudarle a conseguir su objetivo profesional.
Como he indicado en párrafos precedentes, La esposa del Dr. Hanaoka es una obra que perfectamente podría haber sido dirigida por Kenji Mizoguchi. En este sentido Masumura filma con una parsimonia admirable el discurrir de la vida en el Japón Feudal puesto que la obra recorre un trayecto vital de más de cuatro décadas sin que el espectador perciba en los apenas noventa minutos que engalanan el metraje del film ningún tipo de salto temporal. La elipsis será empleada pues por Masumura como una destreza narrativa a disposición de sus necesidades artísticas. Igualmente los encuadres utilizados por el maestro son precisos, finos y elegantes. En la cinta predominan los planos medios esbozados con una profundidad de campo que quita el hipo, perfilando unas estampas de una belleza pictórica impresionante gracias a la colocación de la cámara a ras de tatami. Secuencias que rememoran sin duda a esas escenas filmadas por Mizoguchi en obras mayores como Los amantes crucificados o La señorita Oyu. La cámara se mueve lentamente, como crece el musgo en temporada, recorriendo los diferentes habitáculos físicos y psicológicos de forma pormenorizada, permitiendo así un análisis exhaustivo de las interrelaciones y obstáculos que van apareciendo con el paso del tiempo.
A diferencia de otras obras menos contenidas de Masumura, La esposa del Dr. Hanaoka goza de un grado de moderación que resulta difícil encontrar en otras cintas del maestro. Quizás con esta obra el autor de Besos quiso verter un homenaje al cine clásico japonés. Ese cine que seguramente le hipnotizó en sus primeros años de aprendizaje como ayudante de dirección en la última etapa de Mizoguchi. Porque esta es una película de ritmo tedioso y envoltura pulcra levemente tocada con ciertas escenas de reminiscencias gore (como esos senos infectados de enfermedad sajados por el bisturí sanguinolento de expertos médicos o esas operaciones a cuerpo descubierto que estallan con terroríficos efectos visuales en los primeros compases del film), que a través de una sencilla narración histórica de las peripecias que condujeron a realizar la primera operación con anestesia general en el Japón pretérito traslada una bella historia de sacrificios, amores y celos que gracias a su poder y maestría seguramente se convertirá en una de las películas de cabecera de todo amante del cine japonés.
Todo modo de amor al cine.