Más comunes al otro lado del atlántico, las películas que tratan las vidas de los militares y su acción en las guerras son un tema tabú en el cine europeo contemporáneo. Quizás sea debido a que gran parte de la población se siente incómoda con ello, hasta el punto que esas intervenciones militares a menudo se enmascaran dentro de eufemismos como “misiones humanitarias” o “acciones de paz”.
Existen pocas películas europeas recientes que hayan conseguido tratar con una sensibilidad especial este tema. Si acaso, y aunque en términos algo diferentes, podríamos citar Beau Travail, de Claire Denis. Mientras que la obra de Denis nos transmitía las tensiones de un grupo de soldados en medio de una misión, Voir du pays, segunda película de las hermanas Delphine y Muriel Coulin, nos habla del después de la guerra, con los soldados ya desmovilizados. Ante el temor de un shock entre las experiencias en Afganistán y la vida cotidiana, los militares hacen escala en un hotel en la costa de Chipre para realizar una “descompresión”, consistente en resolver los posibles traumas ocultos y preparar su vuelta a la normalidad.
Se produce entonces un extrañamiento o desgarro entre el pasado reciente —la nieve de las montañas de Afganistán—, el presente en un no-lugar —un complejo turístico en Chipre— y un futuro de cotidianeidad que, después de lo vivido, será de todo menos normal. Para complicarlo todavía más, la descompresión incluye unas sesiones de realidad virtual en las que los soldados deben rememorar los días más duros de la guerra, las pérdidas de compañeros y la sensación de desasosiego y amor no correspondido hacia la patria.
El artista audiovisual Harun Farocki ilustró en Serious Games, uno de sus últimos ensayos audiovisuales, las técnicas modernas para preparar a los soldados ante el combate y mitigar sus traumas después de la guerra. Inspiradas en este ensayo, las directoras muestran cómo la realidad virtual es usada por los mandos del ejército para recomponer recuerdos, para borrar las fronteras entre realidad y ficción y realizar así una limpieza moral de los actos de guerra.
La película de las hermanas Coulin consigue su fuerza dramática en la localización y en los pequeños gestos y metáforas visuales que componen un trasfondo de trauma, violencia y odio contenidos. Las dos protagonistas, interpretadas con fuerza por Soko y Ariane Labed, consiguen transmitir una extraña sensación de desamparo en su rostro, como si no encontraran las palabras para transmitir mil secretos que no quieren contar.
En su segunda mitad, el film decide finalmente qué tema quiere tratar más en profundidad, el del machismo en las tropas, que solo había bosquejado en su inicio. Aunque se trata de un tema poco habitual en el cine y denunciarlo es necesario, la manera que eligen las directoras para ello carece de la sutileza con la que se tratan otros temas, lo que junto a una serie de decisiones narrativas poco acertadas hacen que el film pierda gran parte de la fuerza que se le intuía. Tampoco ayuda a ello algunos personajes dibujados con trazo grueso (los chipriotas locales, algunos soldados), algunos golpes de efecto un tanto burdos o ciertos diálogos demasiado explícitos.
En su haber, las directoras cuentan con una gran capacidad para imaginar situaciones provechosas en un único espacio, el hotel donde se desarrolla gran parte del film. En las escenas en la sauna, en la discoteca o en la sala de proyecciones del hotel son muestras de la capacidad de las realizadoras para crear imágenes poderosas. Con dos películas en su filmografía (esta y 17 filles) y un premio a mejor guion en la sección Un certain régard de Cannes, las hermanas Coulin confirman que son dos realizadoras a seguir en el futuro.