Una pareja, un drama, varias perspectivas de vida a través del paso del tiempo y un único circuito donde transitar todo ello. Agustín Rubio se compromete desde su primer largo a fortalecer el significado del espacio en una historia. Recorremos junto a sus protagonistas a través de largas secuencias los escenarios que ellos han constituido como un hogar en varios momentos vitales de su convivencia, permitiéndonos observar esos cambios que se equilibran con su estado de ánimo. Del mismo modo, este habitáculo se convierte en una especie de ente con vida propia que parece reclamar la atención de toda la energía que allí se ha concentrado. En ocasiones es un útero que pide dejar salir aquello que está gestando, otra veces es una caja llena de enigmas por resolver, y esto hace que la veamos, por momentos, como un lugar acogedor para a continuación recordarnos que es precisamente el lugar del que se debe huir.
Dentro de este territorio obtuso se construye, destruye y refundamenta una familia, la otra clave del film, tres personas enfrentadas a una sombra omnipresente cargada de significados que retumba en las paredes construidas. Ya no las de cemento en este posible hogar alejado de todo y todos, también los muros que se van creando a partir de los propios personajes.
La desvida es una clara apuesta por el amor (propio) en un microuniverso rico en matices. No se trata de un film de género al uso, ni podría apelarse únicamente al drama como pretexto, ya que sabe combinar todo ello para retratar la evolución de una familia actual a través de su separatismo con el futuro aborregado.
Elige a unos padres que vinculan sus ideales a su forma de vida y así deciden construir algo único y avanzado al tiempo que se adaptan como familia. Pero el director sabe poner el huevo de pascua en primer lugar y, desorganizado la línea temporal de los acontecimientos, nos somete a la intriga para atarnos a esta historia.
Partimos de la desesperación y la tristeza, personajes que piensan y opinan individualmente ante algo trágico. Un posible juego propuesto por su hijo, que ya no está, nos transporta a las situaciones que les han llevado a ese estado de ánimo. La película funciona como un diálogo, el ahora formula preguntas que estos padres no saben o no se atreven a responder, mientras esos concretos pasajes de distintos momentos del pasado responden a la cuarta pared para fructificar nuestras propias conclusiones.
Se convierte así una gincana que tiene algo de inocente y algo de ‹creepy› en una aceptación de decisiones unilaterales, casualidades y reproches mal formulados que, desde el terror más liviano nos transportan a la aceptación. Sí, lo paranormal es siempre una excusa perfecta para engancharnos a lo racional.
Es elegante el engaño, Agustín Rubio recrea fantasmas para solventar la vida, se ampara en lo artístico para narrar lo mundano, en esa renacida tesitura en la que el terror tiene más poder cuando es reconocible, palpable, que cuando es efectista e irreal, y aunque no genera una misma respuesta, sí tiene el poder de hacernos mirar para otro lado en un momento dado.
La desvida no necesita salir de una casa ni de tres personajes para ser sólida e interesante en todo momento, porque cuando empatizar con la situación que viven se complica, puede recurrir a la manifestación física de sus preocupaciones, mientras estudia los límites de la ficción y la realidad tanto en su discurso como en su forma de rodar las escenas, siempre prolongadas, sin grandes movimientos, asimilando ese triángulo conformado por el receptáculo, los intrusos y la vida. Un verdadero pulso interpretativo, un duelo a cuchillo por racionalizar la esperanza, la muerte y los valores desde perspectivas que se alejan y acercan continuamente, una forzada conversación a través de los elementos que nos inspira con sus dotes de intriga y sabiendo focalizar el estilo de quien narra este cuento sobre niños, adultos y todo lo demás. A descubrir.