El «found footage» sigue dando pasos dentro de nuestras fronteras tras el atronador éxito de [•REC] y en esta ocasión una cueva es la elegida para devolver al espectador a sus peores temores, emplazamiento este que más de un seguidor del cine de género recordará gratamente debido a que ese era el contexto en el que se desarrollaba precisamente una de las grandes cintas en ese marco de la década pasada, The Descent.
Presentada en la sección Panorama del Festival de Sitges ’12 y más recientemente en el pasado Festival de Málaga, donde incluso llegó a obtener tres galardones, sorprende que pese a lo sobreexplotado que ha estado un subgénero como el del «found footage», La cueva no haya conseguido hacer algo más de ruido tras su paso por el festival catalán, y es que aunque la obra de Alfredo Montero no es una propuesta que renueve los aires en este particular formato (de hecho, muy pocas logran hacerlo; quizá podríamos recordar el Willow Creek de Bobcat Goldthwait como uno de los últimos títulos a reivindicar en ese aspecto), lo cierto es que el hecho de comprender sus limitaciones y establecer en torno a ellas un ejercicio de género más práctico y efectivo que otra cosa, deberían suponer motivos sobrados como para que un film de estas características hubiese obtenido algo más de rédito antes de su llegada a las salas comerciales.
Estamos hablando, por tanto, de un trabajo que aprovecha tanto sus virtudes como sus limitaciones o aquello que bien podrían suponer defectos, y es que incluso el trazo de unos personajes que más de uno reconocerá como meros y sintomáticos «déjà vu» del cine de género ayudan a conformar en cierto modo las coordenadas de una propuesta que, si bien sabe encontrar entre las grutas de esa cueva motivos de peso para llegar con certeza al lugar que quiere, aumenta exponencialmente sus posibilidades gracias a aquellos pequeños defectos o carácteres que nos podrían llevar a no empatizar con algún personaje, sino más bien lo contrario, cumpliendo de este modo con algunos de los pretextos para que algunos tramos funcionen tan bien.
No hay que negar, por otro lado, que quizá La cueva adolezca de un tramo intermedio en el que no todo termina de funcionar a la perfección, hecho este que Montero consigue solventar gracias al manejo de algunos momentos ciertamente angostos y claustrofóbicos y, en especial, al empleo de un humor —que tanto podría ser intencionado como no— que, lejos de hacer desconectar al espectador, le confiere esos instantes de distensión necesarios ante una situación tan desgarradora como la que viven los cinco protagonistas. Esas pinceladas que el cineasta consigue dar y que bien podrían cumplir con el cometido de una cinta como la que nos ocupa, parecen sin embargo pendientes de un último empujón que no únicamente cierre el film con dignidad, sino además proponga el esperado clímax y otorgue la lucidez necesaria como para que uno no tenga la sensación de que el círculo no se cierra.
El brillante tramo final que brinda Montero al espectador en su último acto no hace sino apartar de un golpe seco esas dudas y terminar de aprovechar el potencial desarrollado tanto por alguno de sus personajes como por el emplazamiento sugerido, que termina tornándose más tenso e irrespirable de lo que se hubiera podido imaginar en un principio. En ese terreno, el cineasta explota a la perfección todas y cada una de las aristas (tanto formalmente como a nivel de manejo de escenarios) del «found footage», y es en ese contexto donde se termina comprendiendo el porqué de una elección que podría haber resultado la peor pesadilla para el cineasta y, no obstante, resulta su mayor acierto.
El epílogo, con esa ruptura sólo entendida para terminar de desarrollar la idiosincrasia de La cueva como pieza de género (ese gesto casi perverso en el último plano parece desvelarlo), supone el cierre perfecto para una de esas propuestas que son la excusa idónea para sumergirse a pleno pulmón en uno de esos títulos que manejan sus propias capacidades, que saben desgranar angustia, tensión y pinceladas de humor (muy acorde con lo que sugieren ser algunos de sus personajes) en apenas 80 minutos del cine de género más loable y recomendable que se ha visto últimamente en nuestras fronteras.
Larga vida a la nueva carne.