Quizás la frase que trata de resumir el sentido trascendental de La Correspondencia sea aquella pronunciada por un Jeremy Irons habitante de un limbo espiritual creado por él mismo en la que asegura a su interlocutora y atormentada enamorada Olga Kurylenko que todos los seres humanos nacemos inmortales, perdiendo dicha cualidad tras haber cometido un error, un único error, a lo largo de nuestra existencia. La idea de la inmortalidad ligada a las estrellas situadas más allá de las constelaciones descubiertas por el ser humano se halla muy presente en la trama del film, derivado del hecho de otorgar el protagonismo del mismo a un profesor de astrofísica que acabará abandonando este mundo aquejado de un mortífero astrocitoma y a una joven estudiante afectada por un tormento interior que parece amansar su efecto a través del estudio de las estrellas y del amor verdadero disfrutado con el veterano docente. Así, el film divaga alrededor del misterio que encierra el amor y sus diversas manifestaciones, reflexionando acerca de si precisamente es este sentimiento universal la evidencia de la existencia de la inmortalidad más allá del tiempo y las distancias geográficas.
Tratar de filosofar en torno a los enigmas del amor y la incapacidad del ser humano para controlar la explosión de sus pulsaciones en nuestro interior sin duda es una apuesta ambiciosa dotada de un extenso campo de experimentación sobre el que verter las pretensiones del osado autor que ha optado trazar su obra en estos requebrados contornos. Y no seré yo quien dude de la capacidad narrativa de un Giuseppe Tornatore que en mi humilde opinión se eleva como uno de esos cineastas estetas y poderosos que conocen al detalle los instrumentos de la construcción narrativa, adquirida gracias a su extensa cultura cinematográfica y su docta formación académica. Sí. Tornatore es uno de esos autores que otorgan a la arquitectura escénica un papel muy importante en su cine. Al igual que en el de Hitchcock, en el cine del autor de Cinema Paradiso cada encuadre tiene un significado y una razón de ser. De modo que cuando la cámara se sitúa en un primer plano cerca de los ojos del actor, Tornatore desea introducirnos en los pensamientos de su personaje. Asimismo cuando ésta se localiza a la espalda del intérprete, las señales lanzadas inducen a pensar que existe algún secreto oculto que no quiere ser revelado. Sus panorámicas son portentosas. Para Tornatore la profundidad de campo y cada detalle que irrumpe en el prado de acción es importante a la hora de captar la intensidad y la emoción de cada escena. Por poner un ejemplo de lo expuesto nada mejor que describir la escena de apertura del film. Un fundido en negro adornado por un sonido que deja entrever que una pareja está dando rienda suelta a su pasión sexual besándose sin freno, alumbrará de forma pausada y poética en medio de la habitación de un lujoso hotel donde Amy (Olga Kurylenko) y Ed Phoerum (Jeremy Irons) acaban de hacer el amor. Ambos se abrazan y se besan por todos los rincones imaginables de su cuerpo liberando su mente de los pesares que les atormentan. Sin embargo, algo no casa con el ambiente. La cámara de Tornatore se centra en los ojos cansados de Ed, un profesor de astrofísica cuya mirada parece perdida, como si una elegía no conocida por su pareja estuviera a punto de suceder. Las palabras con las que Ed regala los oídos a su amante Amy igualmente resultan extrañas. Tornatore, con una poesía ciertamente admirable, recrea la separación espiritual que se avecina y que descubriremos más adelante a través de un simple movimiento de cámara; un travelling que nos aleja como por arte de magia de la proximidad de la pareja en pleno acto de pasión y despedida. Ed regresa a su habitación del hotel, recoge sus bártulos, se detiene delante de la puerta de la habitación de Amy y con tez derrotada mira hacia el suelo congelando su figura unos instantes. La sensación de que este ha podido ser el último contacto de la pareja será evidente cuando ambos se despiden en la lejanía que separa el cristal de la ventana desde donde Amy saluda a su profesor. Una apertura que es pura poesía para goce de quienes amamos el estudio de la construcción de la imagen cinematográfica.
En este sentido, La correspondencia se observa como una obra de autor que ostenta todas las armas propias de quien está al frente del proyecto. Y es que desde el punto de vista técnico no puedo reprochar al film ninguna tara. Porque el punto fuerte de la nueva película del autor de Malena es sin duda su ropaje visual y formal. De este modo la estética fotografía de Fabio Zamarion adornada con la bella composición del maestro Ennio Morricone, —melodía que acompaña con cierto abuso de su empleo cada secuencia del film sin dar casi respiro al silencio ambiental— elevan el tono del film hacia unos parajes visuales hermosos e inspiradores gracias a una precisa geometría de planificación matemática construida merced a la combinación de unos milimétricos planos americanos ligados con precisas panorámicas en grúa que denotan un estudio pormenorizado de la composición llevado a cabo por Tornatore.
Sin embargo la cuidada edificación que moldea el trazo formal de La Correspondencia no se acompaña de un vestido argumental a la altura del esbozo externo del film. Porque desde una perspectiva espiritual la película naufraga en su intento de tejer una especie de cinta de ciencia ficción versada alrededor del amor como sustrato preciso para alcanzar, aunque sea fugazmente, la eternidad. Y es que Tornatore trata en La correspondencia de componer un Tour de Force excesivamente trascendente que cae en el almíbar de conserva barata en virtud de esa querencia a la grandilocuencia que empapa las obras del siciliano con consecuencias para nada benevolentes en cuanto a los resultados obtenidos.
De este modo, lo que podría haber sido un bonito drama acerca de la pérdida y las consecuencias de un amor enfermizo llevado hasta las últimas y megalómanas consecuencias, termina desembocando en un producto con tendencia a la explotación sensiblera de la emoción y el romanticismo sin ningún tipo de escrúpulo ni reparo. Tornatore tuerce hasta terrenos insospechados una historia fantasiosa e irreal, que en lugar de ser tratada desde un punto de vista fantástico o satírico, será rematada con un envoltorio realista, hecho que demolerá los frágiles cimientos que soportan el desarrollo del intrincado y confuso esqueleto argumental sobre el que pivota la historia romántica planteada por Tornatore. Si la intención de Tornatore era reescribir en clave scifi la obra maestra de Lubitsch El Bazar de las sorpresas, lamentablemente no ha logrado su objetivo, desencadenando por contra una especie de sucedáneo de Mensaje en una botella con de ciertas referencias a Posdata: Te quiero.
Resulta imposible otorgar credibilidad a la sucesión de acontecimientos que amparan el recorrido del film. Quizás el mayor inconveniente que presenta la película sea precisamente ese abandono de lo irreal que ciertamente adorna el guión, aventurándose a una diseccionada descripción de los hechos radiografiados con una evidente intención de justificar el comportamiento de los protagonistas. Un temperamento que se observa imposible de justificar desde un encuadre estrictamente objetivo, perspectiva que sorprendentemente será adquirida como receta a seguir por un Tornatore muy preocupado en plasmar las decisiones místicas detentadas en su propuesta.
Igualmente la cinta flojea en cuanto a la resolución y cierre de muchas de sus escenas. Algunas contradicciones explotan en pantalla sin estar bien cosidas. Así echo en falta un mejor trazo de ciertas subtramas como por ejemplo la de la relación tormentosa existente entre Amy y su madre que acabará solucionándose de un modo fácil y poco trabajado, o la extraña secuencia del perro que atrae la atención de Amy tras la muerte aún no anunciada de Ed como si una especie de conexión cósmica hubiese propiciado la reencarnación del profesor en la mirada del can, si bien ello también quedará en agua de borrajas ante el olvido de Tornatore de cerrar dicha alegoría simbólica con una clausura acorde con lo que pretende reflejar.
Los secundarios que rodean el caminar de Amy en su trabajo como especialista en películas de acción asoman como una especie de relleno sin gracia, no aportando ninguna luz novedosa, deformando hasta el extremo el perfil de cierto personaje confesor y amigo de Amy quien aparece como una especie de MacGyver siempre dispuesto a ayudar a su triste compañera para finalmente asomar como esa figura sin sustancia necesaria para inyectar un final esperanzador y sensiblero en cuanto al futuro que se avecina a la protagonista. Pero sin duda la subtrama que cuenta con una resolución más chapucera, en mi opinión, será el dibujo de la relación de odio y desconfianza que rodea a la envidiosa y huraña hija del científico interpretado por Jeremy Irons con respecto a la amante de su padre. Un vínculo trazado desde un enfoque irresoluble que por arte de magia acabará desembocando en una redentora amistad sin que hayamos podido presenciar a priori la causa de dicha permuta.
Pero la carga más pesada que detenta el film es sin duda su abuso de metraje. Se percibe cierta recreación infructuosa de determinados pasajes que acaban resultando repetitivos y cansinos. Para mi gusto a la cinta le sobra media hora. La obsesión de Tornatore de extender sus proyectos a duraciones estiradas al máximo de sus posibilidades acaba siendo un lastre también para La correspondencia. Así, a la cinta le sobra efectismo y le falta algo de humildad. Con una mirada impregnada de sencillez el rendimiento obtenido no hubiera sido tan empalagoso e indigesto. Y es que La correspondencia se alza como una de esas obras que ponen toda la carne en el asador en la utilización de la emoción a flor de piel al borde de la lágrima fácil para hipnotizar con ello a aquellos espectadores que estén dispuestos a digerir un pastel muy azucarado y cursi cocinado con un aceite trucado que pretende demostrar que el amor verdadero traspasa los límites de la mortalidad siendo la única fuente que nos permite sentirnos inmortales durante un efímero instante de nuestras vidas.
Todo modo de amor al cine.