Los vecinos de un edificio se reúnen en la casa del presidente de la comunidad. La orden del día es la propuesta para cambiar el viejo ascensor por uno nuevo. Todos los vecinos aceptan pagarlo, menos Sterkowitz, un cincuentón que apenas lo usa porque su piso está en la primera planta. En los pisos superiores conviven un adolescente que sale al instituto cada mañana y se hace amigo de su vecina de enfrente, una actriz madura y famosa que él no reconoce. Más arriba la señora Hamida quien un día, mientras regresa de visitar a su hijo en la cárcel, recibe una visita inesperada proveniente del espacio. Estos personajes y algunos más ocupan el bloque de viviendas, sin saber de dónde proviene el misterioso sonido que provoca rumores y leyendas en todo el barrio.
Hay películas que se venden como esos fenómenos del año, ya sean adaptaciones de libros, seriales, acontecimientos, comics o videojuegos famosos. O aquellas que han recibido premios y aplausos en los festivales donde se proyectaron. Tal vez taquillazos con un ejército de comerciantes detrás, que las encumbran hasta que amortizan su inversión publicitaria en el primer fin de semana del estreno. Se desmarcan los films realmente independientes, pero que afortunadamente son favorecidos por el azar y alguna empresa de marketing que sabe cómo difundir la suficiente propagación popular del producto para que llegue a más gente que pague por verlo. Aparte de todos estos tipos, sobrevive una producción media, cintas de difícil clasificación dentro de esas corrientes populares, ni tampoco en otras más elitistas. Asphalte, título original en francés para el quinto largometraje dirigido por Samuel Benchetrit, se halla en una tierra de nadie para su etiquetado y venta posterior.
El autor adapta su propio libro Crónicas del asfalto, publicado el año 2007 en España. Una serie de relatos ordenados en el índice por varios pisos, desde el más bajo hasta el tejado, interrumpido por algunas vistas exteriores o de espacios adyacentes. La variedad de personajes literarios es la base para seleccionar a los seis que conducen su traslación a la pantalla. Media docena de caracteres que comparten un pequeño universo suburbial parisino, aunque de alcance universal. Un lugar que puede encontrarse en los márgenes de muchas ciudades europeas, dispuestos como enjambres o ciudades dormitorio. Hogares funcionales a los que el realizador y coguionista no endulza con una falsa evocación poética ni de los que esconde la suciedad, materiales de construcción precarios ni la estética de bloques soviéticos que presentan, cercanos a las carreteras de circunvalación. En cambio, Benchetrit sí que orquesta una comedia que se podría emparentar por proximidad formal, a las producciones finlandesas y suecas que suponen ese humor nórdico, gracioso y escalofriante a partes iguales. También se desmarca de la comedia comercial francesa, esa que arrasa en la taquilla. Porque esta comunidad de corazones solitarios destaca por alinearse con el espíritu de un film de culto italiano como Ratataplan de Maurizio Nichetti, aunque con un trasfondo más dramático en el caso actual. En aquel trabajo de 1979, Nichetti actualizaba el cine mudo a partir del caso y estampas hilarantes que originaba su protagonista. En la cinta francesa se recurre en muchos casos al humor absurdo con un equilibrio entre el chiste visual y los diálogos graciosos, incluso capaces de lograr carcajadas. En los dos largos se manifiesta una visión que induce a la risa por situaciones de extrañeza, ante comportamientos cotidianos que se transforman en números cómicos por el contraste y la observación de caracteres secundarios, como los jóvenes camellos que son testigos en el portal, azotea o cualquier lugar mientras fuman sus canutos o trapichean.
En esta época que cada vez más gente graba cualquier vídeo con sus móviles, trastocando la visión humana con el uso de un formato vertical, incómodo. Un tiempo en el cual los canales catódicos tienden a llenar la pantalla con imágenes panorámicas originales o deformadas, el cineasta galo escoge los 35 milímetros pero con la menor proporción de pantalla, el formato cuadrado primitivo del cine silente y luego de las televisiones. Un espacio cómodo para desarrollar un montaje ligero, de plano y contraplano bien compuesto, sin más efectos que la capacidad humana de sus actores para inducir a la risa o a la perplejidad. Situando en el mismo encuadre a las estrellas Isabelle Huppert, Valeria Bruni Tedeschi o Michael Pitt con otros intérpretes menos conocidos como son Gustave Kervern y Tassadir Mandi, capaces de robarles la escena. A Buster Keaton tal vez le habría hecho gracia este film coral que no deja de ser divertido ni social en su planteamiento y resolución. Una buena transformación del texto hasta la pantalla, generosa sobre todo al provenir del propio escritor del libro, que renuncia a sarcasmos literarios y acierta al escoger un tono simpático sin fecha de caducidad, evitando guiños irónicos sobre la actualidad. Con chistes tan acertados como los referidos a la NASA o alusiones a Los puentes de Madison. Con la ambición máxima y suficiente de entretener al público.
una película encantadora. Un poco larga, pero entrañable,tierna, humana, sencilla, alejada de las historias truculentas o de los culebrones que estamos acostumbrados. Historias mínimas con algo de humor, tristeza, y magia. Todos los actores muy buenos. Vale la pena verla. 8 puntos de 10.
Pues es verdad que incluso puede emparejarse a Historias mínimas de Carlos Sorín. Tienen un ritmo pausado, quizás eso las hace más largas en apariencia. Saludos.