Erik es un arquitecto y profesor en la universidad que hereda la mansión de su padre. Está casado con Anna, locutora en un informativo de televisión. Ambos forman una pareja de éxito a mitad de los años setenta. Junto a Freja, su hija adolescente, se trasladan a vivir a la casa. La sombra de rutina tras los quince años de convivencia matrimonial, con la dificultad añadida de los enormes gastos domésticos, los impulsa a formar una comuna con un grupo de amigos. Un sueño ideal que se complica con la llegada de Emma, alumna veinteañera, amante de Erik y elemento ajeno al talante armónico y asambleario del colectivo.
Desde su pase por el Festival de Berlín 2016 hasta su estreno, es curiosa la cantidad de opiniones contrarias —algunas encendidas y otras tibias— con las que han despachado el nuevo largometraje de Thomas Vinterberg en los medios de comunicación, fundamentalmente los impresos. Pero dentro del tono de votación colectiva que se muestra en varias secuencias del film, el consenso crítico ha sido unánime al considerar la película floja para después darle una valoración de tres estrellas. Es la trampa de las estrellas, las puntuaciones y otros trucos que demuestran una contradicción entre lo escrito y lo calificado. Así que si yo tuviera que calificarla votaría del mismo modo, con la mano arriba. ¡Vinterberg bien, Danemark six points!, bastante más que un aprobado corto. ¿Por qué? Razones hay varias, motivos también.
El cineasta escoge para su adaptación de la obra de teatro en la que se basa, una época de crisis energética mundial, la de mediados de los años setenta, un momento durante el cual, sin buscar más analogías, el primer mundo estaba tan castigado en cuestión económica como esta crisis económica presente, que ya dura más de ocho años. Una situación tan mundana como el pago de la calefacción y otras facturas es la fisura que se manifiesta como una oportunidad para Anna, la protagonista, de convencer a Erik en compartir la casa con Ole, Mona, la pareja de Steffen y Ditte unidos a su hijo, sumados todos a un emigrado francés de origen árabe, Allon. El resultado es un conjunto de personas afables, conversadoras, sociables, divertidas pero sin las expectativas de libertad que se esperan sobre las comunas hippies. Si observamos el título original Kollektivet la semántica remite más al carácter solidario que al degenerativo impuesto por las clases conservadoras y desencantados progres, años después. Esta comuna es un grupo abierto, respetuoso pero no entregado a las orgías o la dictadura de líderes visionarios como Charles Manson y otros creadores de sectas. Tal vez esas expectativas que podría generar una cinta que por su título alude a una época de amor libre, utopía y sueños rotos, pero que en pantalla es más parecido al retrato de una convivencia doméstica entre parientes. De hecho, por número de personajes, La comuna es casi lo mismo que una familia numerosa de clase uno, ejemplo del desarrollismo español de los sesenta. Fuera de otras divagaciones, la balanza se pone en contra de Vinterberg en el apartado de las emociones, aludiendo al efectismo en determinados momentos. Si esa búsqueda del efecto que mencionan numerosos artículos sobre el film se debe a los primerísimos planos de las lágrimas de Anna a punto de salir al aire en su informativo, deberíamos revisar el drama que conocemos desde el cine mudo. Si por otra parte es un reproche al uso de ralentí, me pareció ver solo un par de veces utilizada la cámara lenta en una secuencia triste, nada que ver con el tratamiento breve, conciso y en pocos planos con los que se despacha un funeral en la pantalla. Y si nos referimos a la introducción de una lista de canciones de la época, una serie de caras “b” -y no grandes éxitos- que ayudan a las imágenes, incluso con el Goodbye yellow brick cantado por Elton John en el momento más oportuno, habría que aclarar que se trata de una banda sonora de temas que no desmerece la de algunos films que usan estos elementos sonoros para contextualizar una década.
Thomas Vinterberg mantiene su buen pulso para el melodrama, realizando una obra de género que no se recrea en la tragedia, sino en la evolución del matrimonio protagonista. De manera fría, justa, esclarecedora de las virtudes y defectos de los contendientes. Personajes vivos, humanos, en búsqueda de una felicidad imposible para él, más pendiente del orden, la autoridad y el materialismo. Difícil también para ella, una mujer que transmite afecto y amor pero yerra en su apuesta por la colectividad. Junto a la hija de catorce años que madura desde su posición de observadora y catalizadora al final. O de la alumna veinteañera, uno de los caracteres más positivos y conciliadores dentro de su posición conflictiva en origen. Acompañados por esos contrapuntos del resto de habitantes del lugar que funcionan como contrapuntos emocionales y cómicos en varias secuencias.
A pesar de sus contradicciones, la película es una buena producción danesa, una cinematografía cada vez más exportable, que ya deben mirar con los ojos entornados desde Francia, Italia, España y resto de Europa. Posee secuencias evocadoras como la de la entrada de la familia a la casa vacía. Otras interesantes, en las reuniones de los miembros de la comuna en las cenas y comidas. Un recurso ya muy visto pero efectivo como es el reclutamiento por escenas picadas, de los integrantes del clan. Presentado con un trabajo de dirección artística, vestuario y fotografía que ambienta ese año 1975 y posteriores sin necesidad de carteles explicativos ni un atrezzo que parezca sacado de un parque temático de aquella década. Puntualizando con esa ropa de tela gruesa, pana, cuellos disparados sobre el pico de los jerseys, el tabaco, el alcohol, los cuerpos que no han sido sometidos a cirugía ni torturas en el gimnasio. Más la luz adecuada y justificada. Salvo un par de referencias a Vietnam y a esa época de amor colectivo que amenazaba la llegada de unos años ochenta próximos, la profesionalidad del equipo logra que no se necesiten muchas más pistas para saber dónde estamos y cuándo sucede todo.
Quizás su director consiga películas mejores en el futuro. O para muchos de sus admiradores que ahora reniegan de él, tal vez vuelva a repetir esa Celebración con la que lo encumbraron en sus altares. Pero de momento él continúa elaborando una filmografía interesante, atenta al individuo y su entorno social, sea en un pueblo, en una familia o en una tribu. Lo hace sin recurrir al tono evocador que le podría haber dado la joven Freja como narradora de la historia, que eso sí hubiera sido una trampa y fácil para buscar la emotividad. Tampoco glorifica ni condena esas vivencias y épocas pasadas. Y termina con un final tan duro como esperanzado.
Por mucho menos, otras películas se llevan el premio de la Academia.