El tic-tac del reloj, el primer plano frontal, la aproximación detallista del sudor, la grasa y la mirada perdida, el tic-tac, tic-tac, tic-tac obsesivo, incesante, machacón, acompañando al ritmo opresivo e inexorable que la producción fabril te impone. Tic-tac, tic-tac: el encargado y el cronómetro, y la máquina que ya no es tu amiga sino un instrumento mortal que te esclaviza y amputa. Tic-tac. Los gritos de los compañeros, los abusos, los alaridos sindicales. Tic-tac.
Este es el ambiente pesadillesco que en una introducción alucinada, claustrofóbica y opresiva (y que sería imitada por el Arofnosky de, por ejemplo, Requiem for a Dream) nos plantea de entrada Elio Petri. Una forma de asentar el ritmo delirante y la atmósfera absolutamente insana que usa el bucle y la repiticón como ejes básicos. Se trata básicamente de hacernos entender que todo es cínico en lo que vamos a ver. Aquí no se trata de sacralizar la lucha obrera ni mucho menos condenarla, sino que mediante la esperpentización a la valle-inclanesca de los elementos en conflicto se consiga ofrecer paradojicamente la versión más objetivable del conflicto.
Un conflicto que ya no es tanto solo la lucha del obrero contra el patrón, ni la generalización de la lucha de clases, no. Aquí se trata del «homo homini lupus est» versión obrera. El obrero contra sus contradicciones de clase y también contra sus compañeros. Los sindicatos contra los estudiantes y luego contra ellos mismos en la lucha por recoger las migajas de la estrategia de combate. Un mundo laboral descrito como una jauria de lobos enseñando los dientes, dispuestos a despedazarse a la mínima oportunidad.
Sí, La clase obrera va al paraiso es una película no sólo visualmente poderosa y visionaria, sino que también lo es temáticamente, anticipando muchos de los conflictos y problemáticas que están en boga hoy día. El consumismo presentado lateralmente y por tanto sutil y poderoso, como forma inteligente de esclavización del hombre y su consciencia como manera de llevarle a la locura y por ende al suicidio colectivo de todo un grupo humano.
Pero no, Petri no se limita a condenar las tácticas capitalistas. De hecho el factor patrón, gran capital o jefe de la fábrica siempre queda en un fuera de campo significativo. Su retrato no es necesario puesto que actuan con la coherencia necesario a su puesto. La crítica feroz es dirigida a los que sucumben. Al obrero, a la mujer que niega su condición de explotada porque trabaja y quiere ser libre. En definitiva, Petri carga contra el mito del buen obrero, contra esa ingenuidad de ciertas capas del obrerismo que apelan al diálogo y que venden cualquier mínima limosna laboral como victoria de clase.
En el fondo y en la forma La clase obrera va al paraiso es una enmienda a la totalidad a Tiempos modernos de Chaplin. Una forma de decir que no sólo no hicimos caso a su mensaje sino que ahora ya no sirve para nada, incluso resta como una pieza «naïf» y casi despreciable. No, no busquen finales felices en el film de Petri, sóo parábolas tan pesimistas como desasosegantes. Como el muro derribado, en palabras de Gian Maria Volonté, a base de mucha lucha para encontrar detrás la niebla, la confusión, la locura.