El policiaco lleva años digiriendo aquello que se ha transformado en un comportamiento habitual: realizar adaptaciones de grandes fenómenos literarios anexionados al género, ocasionando de ese modo un aluvión de títulos que nos llevan de la crónica más impersonal y evitable —véanse algunos ejemplos dentro del panorama patrio como La niebla y la doncella o El guardián invisible; esta última, además, en manos de un facturador de adaptaciones de ‹best sellers› al por mayor— a films donde las claves y tópicos del policial no forman parte de un todo —ahí está algún tomo de Millennium o la saga Los casos del departamento Q—. La chica en la niebla, debut de Donato Carrisi en la dirección, podría enmarcarse en ese grupo cuya capacidad de sugestión enlaza directamente con unos márgenes que no se establecen necesariamente en las dinámicas de un terreno en cuya representación convencional no cae en su totalidad. Y es que aquello que podría suponer un factor en contra del propio film, el hecho de que el propio autor de la novela sea su director, no termina pesando ante un relato que expone sus líneas maestras a la perfección —incluso evidenciándolas en exceso en alguna que otra secuencia— y lo refuerza a través de una realización que no incide en lo irreal de algunos de sus espacios —con la aparición de esa maqueta integrada en el film como recurso quizá más obvio— y en la ambigüedad de sus dos personajes centrales de forma casual o análoga para con el género.
El particular carácter de Vogel, un agente con un pasado de dudosa procedencia debido a un caso anterior, que llegará a un pequeño pueblo para investigar una desaparición, no se implanta como una vía articular en la que incurrir a los derroteros del thriller policiaco, enlazando directamente con un discurso acerca de aquello que nos domina como individuos expuestos a la sociedad y sus caprichos. El papel de la comunicación y los límites (o no) que se establecen en ella, se asientan así como una herramienta capaz de someter el marco donde se desarrolla la acción, siendo aquello que se decide o no mostrar un importante factor en la consecución de las indagaciones realizadas por Vogel, cuyo verdadero papel —aquel cuya fina línea delimita el fraude de la realidad— se irá disipando con el paso de los minutos. El carácter del personaje interpretado por Servillo —cuya presencia dota de un mayor empaque a la cinta—, encuentra además un reflejo pertinente en su antagónico, ese profesor acusado del crimen cuyo comportamiento se resolverá también en una naturaleza incierta, más por la imposibilidad de poder atar todos los cabos y así reafirmarse en su inocencia que por un comportamiento público que resulta de lo más común. En lugar de decretar el consabido juego del ratón y el gato —al que también lo terminan llevando determinadas secuencias—, Carriso opta por generar una ambivalencia que refuerce su discurso, y reverbera además en la vocación de relatos subordinados que construye el film.
La chica en la niebla no se expone, pues, como un ejercicio de género al uso, y encuentra quizá en esa condición una de sus mejores armas ante las que afrontar las particularidades del thriller y su (en ocasiones) propensión a un modelo fundado con frecuencia en la farsa. Modelo que, no obstante, Carrisi aprovecha y explota al máximo pudiendo conectar sus personajes centrales y la forma en que moldean el relato con ciertas tendencias. Un hecho que se constata a lo largo y ancho de la película, pero que termina resultando contraproducente ya no en la disposición de determinados giros que se antojan incluso necesarios —más por la predilección de sus protagonistas a deformar las expectativas que por otra cosa—, sino en el descenso final —y definitivo en cuanto a sensaciones— a clichés establecidos que únicamente incurren en el desmoronamiento parcial de un ejercicio cuanto menos atrayente hasta ese momento.
Larga vida a la nueva carne.