Maryam llega al centro de salud de su localidad como todas las mañanas. Después de aparcar en un barrizal que sirve de accidentado camino para los camilleros y ambulancias que dejan a los pacientes delante del edificio, la doctora debe luchar con los hombres enfermos que prefieren ser atendidos por enfermeros o personal masculino. El cliente siempre tiene la razón para el director del centro sanitario. Pero Maryam, lejos de rendirse, descubre su rostro, llama al alcalde para solicitar que asfalten el acceso a la clínica y, como es costumbre allí, recibe el rechazo a todas sus legítimas peticiones. La joven galena debe ponerse otra vez el velo en su cara, para luchar contra las tradiciones inmóviles que impiden el buen funcionamiento de su comunidad, Así que se presentará candidata, como alcaldesa, en las elecciones locales con ayuda de sus hermanas, las mujeres del lugar y el apoyo insospechado de varios hombres —conscientes o no— de que los cambios llegarán, tanto si no lo quieren como si lo impiden.
La directora árabe regresa a su país de origen —Arabia Saudí— para realizar el cuarto largometraje de su filmografía, mientras reparte su experiencia profesional entre distintas series de televisión por estrenar y sus trabajos para cine, en los que manifiesta un punto de vista más enfocado a mujeres bien preparadas que luchan contra los elementos retrógrados de una sociedad machista, empeñada en no darles la oportunidad de un desarrollo personal ni profesional. En el caso de Mary Shelley, su segundo largometraje, la acción transcurría hace dos siglos. Pero en La candidata perfecta, la época es contemporánea, ubicada en una pequeña ciudad árabe que muestra un perfil actual urbano en su arquitectura, tejido social y cierta apertura en la mentalidad de sus habitantes, aunque pierda efectividad por el enorme peso de las costumbres y lo tradicional. Un acervo que no es demasiado diferente a los atavismos europeos de varios estados de procedencia latina como son Italia o España, tan propensos a mantener el luto, al machismo residual o a cierto clasismo y clasicismo, todos ellos elementos complicados de superar para cabalgar en la vanguardia. Eso sí, con la diferencia religiosa o ese aparente atraso en las conductas hacia la mujer, defectos que invalidan la percepción del cambio en Arabia por parte de los que somos extranjeros.
En la promoción, artículos y demás información acerca de la cinta, se la califica como un drama su propuesta. Pero lo cierto es que Haifaa Al-Mansour presentó en Madrid el largo casi como una comedia, llena de música y humor. Conecta de esta forma con su trabajo anterior, Desmelenada, una producción de la plataforma Netflix centrada en la comunidad afroamericana estadounidense. Prolongando ese tono más festivo, La candidata perfecta sí funciona como una comedia suave que describe las relaciones personales de la protagonista en su entorno familiar, laboral y social. Ya desde la imagen del cartel de la película, ese retrato aparentemente cotidiano de Maryam con el velo cubriendo sus cabellos o la llave del coche en la mano, dan una pista clara del equilibrio cordial entre la tradición que convive con la modernidad mientras ella mira con un gesto tenso, seguro y levemente desafiante.
El inicio resulta fulgurante con la presentación de la doctora en actitud incansable y estoica, contra todos los contratiempos que le presenta un paciente viejo que desprecia su trabajo. O el alcalde que corta la conversación sin apenas escuchar la solicitud de mejoras para las personas que visitan el centro de salud. Ese ritmo ligero se calma en el acercamiento a las dos hermanas y el padre de Maryam, músicos folclóricos profesionales, aunque poco valorados por la sociedad árabe hasta fechas recientes. El largo está dirigido con una planificación cercana a los rostros e interiores acogedores en las escenas íntimas familiares. En contraposición a las secuencias de colectivos femeninos o masculinos durante la progresiva campaña política del personaje. Lo curioso es que no hay un predominio marcado de unas situaciones sobre otras, con lo cual la progresión resulta lineal, sin estridencias, apenas con giros de guión ni picos dramáticos. El resultado es un metraje de desarrollo continuo que, de todas maneras, se beneficia de un arranque y un epílogo que resultan casi capicúas en su ejecución, pero con variaciones enriquecedoras. La comicidad es más propensa a la sonrisa que al histerismo o la carcajada, pero la sensación de vitalidad permanece al final.
La candidata perfecta —o La candidata ideal en su traducción al resto de países en los que se ha estrenado— es un largometraje que llega en una semana ideal por las reivindicaciones históricas feministas del 8 de marzo. Aunque lo gracioso es que su fuerza no está en la lucha de sexos, sino en la de los débiles contra los poderosos, sean los primeros representados por la doctora y los hombres tradicionalistas los que manifiestan el poder. Buenos ejemplos son la secuencia de la videoconferencia de la candidata desde un pequeño plató aledaño al espacioso lugar que ocupa un público compuesto solo por hombres de los cuales uno le pide que cante. Esa posibilidad de establecer una comedia desbocada se pierde en el gesto serio de la chica que puede justificarse desde un punto de vista canónico de manual de guión, pero que hubiera sido más potente para incrementar la fuerza de una protagonista quijotesca que lucha contra gigantes que no son molinos en este caso. A veces no está mal traicionar el texto escrito en el libreto para conseguir llegar victoriosos a ese mensaje que se busca. Tal vez el público de Arabia Saudí sea capaz de verlo mejor una vez se estrene allí la película, en mayo de este mismo año.