Me cuesta trabajo identificar qué tiene exactamente The Escape para parecerme tan preciosa película. Creo que uno de sus puntos fuertes es la brutal conexión que Dominic Savage logra establecer entre las emociones de Tara y el espectador. La cara de la protagonista parece un surtidor incontenible de sensaciones. Sutiles expresiones faciales emergen del rostro del personaje, delicadamente interpretado por Gemma Arterton, como un bombardeo de información sobre sus pensamientos. La complicidad es absoluta, la sinergia entre cámara y actriz parece irrompible. Esto permite al director dibujar cada secuencia con absoluta naturalidad, lo que nos lleva a otra de las grandes virtudes del trabajo: su modestia. Porque, aunque Savage no deja de hablarnos en todo el metraje, en ningún momento pretende aleccionarnos. Ni tampoco impresionarnos. El mensaje es conmovedor, precisamente, por su transparencia. Además, es poco frecuente ver el retrato de una discusión en donde la contención de los personajes tiene un peso tan importante. O dicho de otra forma, pocas veces hemos visto secuencias donde la atención recae tan fuertemente en lo que no se dice.
Del mismo modo, pocas veces un enamoramiento ha sido contado con tal sutileza y, al mismo tiempo, con tanta emoción. El encuentro entre Tara y Jail se despliega en una preciosa armonía entre idealismo y realismo. Savage consigue ser dulce sin llegar a lo edulcorado, se explica con una sutil frialdad que permite a la secuencia desmarcarse de lo morboso. Además, el director controla a la perfección los silencios y sabe cómo ser contemplativo sin repetirse. Así lo demuestran tanto la escena mencionada como el arranque de su trabajo: una de las pocas introducciones que, a pesar del manierismo y del predominio de la estética, no resulta vacua, reiterativa ni, lo más importante, innecesaria. Prueba de su profundidad es que, a pesar de todo lo dicho, los diálogos tienen un importante peso en la película —más por lo que sugieren que (como se entredijo) por su significado literal—. En parte gracias a las brillantes interpretaciones (no sólo la de Gemma Arterton, sino de todo el elenco), y a un medido trabajo de guión (a cargo del propio Dominic Savage), todas las frases que se pronuncian en The Escape desprenden autenticidad. Y lo mejor (y más difícil) es que la naturalidad con que son pronunciadas es directamente proporcional a su peso dramático.
Aspectos formales a parte, cabe destacar también la acertada decisión de retratar el maltrato desde una óptica pocas veces vista en la gran pantalla. Me refiero a la sumisión presupuesta, al dar por hecho, a la aprobación sobreentendida. Todo ello se puede palpar en la actitud de Mark, a quien da vida un fantástico Dominic Cooper. Su personaje es el “padre de familia” por excelencia, es decir, un marido que interactúa con su mujer desde la presuposición constante del consentimiento. Tanto en lo físico (es decir, relaciones sexuales) como en la toma de decisiones (en todo momento se da por hecho que lo elegido por el primero será la mejor opción para la segunda), Mark sujeta con fuerza las riendas de la felicidad de Tara, sorteando “por los pelos” el maltrato físico y verbal. De ahí que el diálogo entre ambos resulte absolutamente estéril, restando como única alternativa la rotura unilateral. Una preciosa tesis para una preciosa película que, por otra parte, no descuida ni un solo departamento: desde el guión hasta la fotografía, pasando por montaje y banda sonora, todo desprende brillantez en esta opera prima de Dominic Savage.
Maravillosa!!
Una verdadero sedimento
Un sedimento de película