La Bonga (Sebastián Pinzón, Canela Reyes)

El Vol. II de la 32ª MIFDB (Mostra Internacional de Films de Dones de Barcelona) regresa este otoño después de su interesante propuesta de mayo —en la que desarrollé en Cine maldito un especial sobre la obra de la cubana Sara Gómez, con motivo de su retrospectiva organizada por la Filmoteca de Catalunya— con una extensa muestra de cine en femenino y disidente en torno a varios ejes. Uno de ellos pondrá el foco en la imprescindible Agnès Varda, dentro del Proyecto Archipiélago con su Isla Varda creada en paralelo y en estrecha relación con la exposición Agnès Varda. Fotografiar, filmar, reciclar que el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB) dedica a la directora. Otra línea de actuación está centrada en Documentalistas latinoamericanas, con la colaboración de la Casa Amèrica de Catalunya que «mostrará tres piezas de cine real latinoamericano que exploran la idea de territorio, entendido no sólo como espacio físico, sino también cultural e identitario», según describen en la MIFDB.

Tres directoras latinoamericanas unidas en el empeño de dar voz a aquellas comunidades que perdieron su identidad como consecuencia de la pérdida del territorio, de las raíces y derechos invisibilizados por la fuerza de la sinrazón y la barbarie. Raigambre en proceso de recuperación del espacio y la memoria que devuelvan la entidad y la cultura arrebatadas. Los documentales que se proyectarán en los Cinemes Girona, con las siguientes fechas, son: 2 de octubre para La Bonga, 9 de octubre para Araya (Margot Benacerraf, 1959) y 16 de octubre para Vento na fronteira (Laura Faerman y Marina Weis, 2022), todas a las 20.00 horas. Obra continuadora de ese Tercer cine iniciado en los ’60 en Latinoamérica provisto de un espíritu de lucha por los desfavorecidos, depositario de un marcado acento político-social y lenguaje cinematográfico innovador.

La Bonga se centra en la comunidad cimarrona de San Basilio de Palenque (Bolívar, Colombia), una pequeña población despojada de sus pertenencias y su espacio a la fuerza a causa de las amenazas de los paramilitares de derecha que los acusaban de simpatizantes de las FARC en 2001. Expulsados por un aviso contundente (sale la hoja en la película), 150 familias salieron esa misma noche hacia otras zonas sin nada, dejando atrás el que fuera su hogar durante más de veinte años. Un éxodo que esquiva la muerte, pero que representa un principio de ella. Muerte de las raíces, de las costumbres, de la educación en la pequeña escuela, de las relaciones sociales, de los huertos, los animales, lo esencial. Vidas truncadas con difícil sutura de heridas producto de conflictos que azotan Colombia desde antiguo y que invisibilizan culturas provenientes de la esclavitud africana que se establecieron en lugares de difícil acceso, muy bien protegidos, llamados palenques. Estos palenqueros son el símbolo de la libertad producto de su fuga y la búsqueda posterior de la liberación de otros. La Bonga sería fundada en el s. XVI por estas personas huidas de la esclavitud establecidas en las selvas que rodeaban Cartagena, formando uno de los primeros pueblos libres de las Américas. Hoy en día, varias comunidades más continúan en la lucha de la recuperación de sus raíces.

El cine colombiano no puede mirar a otro lado y, por ello, refleja la problemática político-social de su país. Y en ese sentido de restauración de la memoria, o denuncia de la precaria situación de muchas comunidades, entronca con películas recientes como Ante un espejo oscuro (Julio Lamaña, Ricardo Perea, 2023) —que narra las voces de los desmovilizados por el conflicto armado colombiano dando testimonio del horror vivido— así como Adieu sauvage (Sergio Guataquira, 2023), que se centra en la población indígena de Mitú, expulsada por la toma por la guerrilla en 1998 y que padece una tasa de suicidios elevadísima.

Canela Reyes y Sebastián Pinzón acompañan a esta población intimidada en 2001, que se propone la reconstrucción tantos años después de su identidad. Y lo hacen apoyados en la fuerza y valentía de María de los Santos, la única persona que ha intentado empezar de nuevo allí. En muchos aspectos me ha recordado a la película El lugar más pequeño (Tatiana Huezo, 2011), donde el poblado salvadoreño superviviente de Cinquera rememora la devastación de sus hogares debido a la guerra civil, proponiéndose su refundación y la curación de sus heridas psicológicas y familiares. La Bonga arranca con los susurros de María y su nieta Dayanis en aquel lugar de la selva que abandonaron y que la naturaleza ha absorbido. Voces tímidas que parecen no querer perturbar lo fantasmal de un poblado arrasado y colonizado ahora por lo selvático que sigue curso ajeno a lo ocurrido. Imparable, pero que no puede borrar el pasado. La abuela reconoce sus espacios personales, sus estancias entre la espesura nocturna. Su andar tranquilo y su respeto por el lugar revelan la injusticia de lo ocurrido años atrás cercenando existencias para siempre.

La vuelta de muchas familias a pie que vivían a kilómetros representa el símbolo del restablecimiento de la memoria, de la reivindicación de lo atávico. La pareja de directores y la dirección de fotografía marcan este lento y optimista peregrinaje con la fuerza de unas imágenes y un uso extraordinario de la luz. Reflejos lumínicos en matorrales por la noche que aparecen de la nada, una hilera de personas y burros pasando por un árbol enorme al amanecer; texturas de la ropa y piel oscura, sus pisadas, constituyen momentos inolvidables impregnados de un halo onírico. De una belleza plástica y misterio muy atrayentes. En especial esa bajada nocturna por una colina alumbrados por linternas que asemeja una procesión de aire espectral representando tiempos remotos. Como luciérnagas que regresan después de haber permanecido en un lugar abstracto en el pasado y que va cristalizando para establecerse por fin en su tierra.

Se nos narra la historia en dos viajes paralelos: el intergeneracional abuela-nieta, más sosegado e íntimo, enseñando lo que la pequeña nunca conoció e idealizó por la oralidad y el de las familias, con más jolgorio y con el objetivo de celebrar las fiestas patronales llevando la imagen de una virgen. El acompañamiento de la cámara de las familias, con primeros planos, con su caminar, sus cantos; con la carga que portan en la cabeza las mujeres, subraya la idea del añorado camino de vuelta después de ser desplazados a la fuerza. Acentúa la idea de “reconquista”, de celebración, de reparación del dolor y reconstrucción. La fuerza comunitaria que exhibe valentía y se busca en el pasado. Apoyada por las sabias manos de María que rellenan con barro los muros de madera de su choza, su nuevo hogar construido sobre la memoria.

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