La sombra de Jean-Luc Godard sigue siendo muy alargada. Este podría ser el titular de encabezamiento de cualquier artículo versado sobre el arriesgado debut de la joven cineasta francesa Justine Triet titulado La batalla de Solferino. Y es que esta es una película que bebe directamente del cine de trincheras del autor suizo, tanto en montaje, estilo y dialéctica por lo que los grandes admiradores de este ínclito cineasta se sentirán profundamente cautivados por esta singular propuesta. La batalla de Solferino por tanto es para mí es la puesta al día de los paradigmas ácidos, subversivos y vanguardistas de la Nouvelle Vague más profunda centrando para ello la historia en las vivencias de una periodista de la televisión francesa que debe cubrir la jornada electoral del 6 de mayo de 2012 que enfrentó al por entonces presidente Nikolas Sarkozy con el aspirante socialista François Hollande, un candidato cuya segura victoria parecía que iba a insuflar un soplo de aire fresco y de cambio radical dentro de los cimientos de la política francesa.
La cinta comienza con un estilo muy deslavazado y anárquico con una escena en la que se muestra a una joven pareja recién despertada tras haber hecho el amor durante toda la noche anterior con claros síntomas de nerviosismo y desorientación, tratando en balde de imponer un poco de orden en el caos imperante, reforzado éste por las prisas de la mujer por salir de su encierro hogareño con dirección a la calle Solferino (lugar donde están ubicados los simpatizantes socialistas para celebrar la victoria de Hollande en las presidenciales) y por los sollozos de las dos pequeñas hijas de la mujer. Esta secuencia inicial no ofrece al espectador más información que la que podemos intuir de las conversaciones surgidas entre los dos personajes adultos, dando la sensación de que la pareja es en realidad un joven matrimonio pijo-progre. Sin embargo conforme avanza el discurrir de la epopeya iremos desgranando poco a poco la verdad de la realidad propuesta. De este modo sabremos que la joven (Leticia) es una reportera recientemente divorciada de su esquizofrénico y violento marido Vicent, un hombre de una personalidad compleja y vehemente atormentado por el hecho de no poder ver a sus hijas y que acosa a diario por este motivo a Leticia. El joven con el que la periodista pasó la noche es su nuevo novio, un hombre de apariencia irresponsable y adicto al sexo. Para poder cubrir el evento electoral, Leticia deberá contratar a un canguro para cuidar de sus pequeñas infantes y evitar así que el visceral Vincent asalte el nicho familiar para poder ver a sus hijas, pese al hecho de que Vincent parece haber obtenido una orden del juez para poder ver a sus pequeñas precisamente el mismo día de la celebración de las elecciones.
Esta propuesta argumental será hilada a través de pequeños impactos secuenciales que irán tejiendo una fábula de atmósfera hiperrealista y de verborrea pretenciosamente intelectual que sirve para reflejar un testimonio fidedigno de la locura que se vivió en la Francia del siglo XXI ese sustancial día de cambio y de ilusiones renovadas que supuso la victoria electoral de Hollande. Así la película ostenta algunas secuencias ciertamente impactantes y estimulantes, como las filmadas con total naturalismo ambiental dentro de la muchedumbre embriagada por la alienación política-electoral en las cuales los actores se mezclan con total dinamismo con los ciudadanos reales gracias a unos espléndidos planos cenitales made in Nouvelle Vague que recuerdan al Rivette más paranoico de París nos pertenece.
La película muy bien se podría estructurar en dos episodios conectados entre sí argumentalmente, pero ciertamente divergentes en cuanto a puesta en escena. Es el primer vector el que más me interesa y me emociona. En esta primera parte (si es que me permiten esta licencia), es donde se muestra el carácter más combativo y radical de Triet. Las escenas rodadas en exterior con una iluminación natural que huye de maquillaje y artificios captan a la perfección la esencia de la sociedad gala en la actualidad, un pueblo dividido no solo por la divergencia existente a nivel ideológico sino por la quiebra abismal presente en la aquiescencia de los ciudadanos que habitan las sociedades contemporáneas (totalmente extrapolable a la España actual por ejemplo). Las entrevistas mantenidas con un estilo realista que hipnotiza con los ciudadanos que pasaban en ese mismo instante por el lugar en el que estaba rodándose el film son turbadoras y esclarecedoras: así observaremos a jóvenes extasiados por la próxima victoria socialista, a políticos como la Royal o a ciudadanos más maduros enfrentados con impetuosos jóvenes no sabemos muy bien por qué…. Porque como el tiempo ha demostrado y como muy bien decía el Príncipe de Salina en esa inmortal obra que era El Gatopardo la alternancia entre izquierda y derecha no es más que un ejercicio de cambiar todo para que nada cambie.
Muy destacable es el talento demostrado por Triet en este sector del film para mezclar con soltura la subtrama vivida por la inquieta periodista que debe aparentar alegría delante de las cámaras cuyo cerebro está atenazado por el temor de que su marido haya podido traspasar la muralla que impone la puerta de su casa para ver a sus hijas y la lucha del psicópata Vincent por vencer este obstáculo impuesto por su enérgica ex-mujer, con la locura vivida en París ese señalado domingo electoral. Así las escenas protagonizadas por los actores se fundirán como el hierro al contacto con la candente llama con escenas de marcado tono documental donde la locura, la histeria y la total falta de reflexión parecen hacer olvidar a los ciudadanos que los mismos estamos atrapados dentro de un sistema de ordenación en el cual apenas hay espacios para la ejercer la libertad plena, es decir, aquella exenta de partidismos, favores y prebendas que alzan al poder a una serie de parásitos fagocitadores a la voluntad personal que convierten al pequeño ciudadano en un mero siervo de la gleba al servicio de los poderosos que se arriman a la sombra que mejor amparo les alberga.
Tras este primer tramo ciertamente espectacular, la cinta se vuelve más oscura y aburrida en su tramo final, de talante nocturno y deprimente rodado con el ocaso del día. La ferocidad que otorga al film el ambiente urbano, colectivo y externo de la primera hora de metraje se transforma, por arte de un virtuoso giro de 180 grados, en redención y conversaciones banales de corte intelectual mantenidas en el opresor ambiente que supone el encierro entre las cuatro paredes de una sombría habitación. Charlas que son protagonizadas por Leticia, Vicent y dos personajes adicionales: el novio de Leticia y el aprendiz de abogado amigo de Vincent. Así este segundo episodio de corte más teatral adquiere el tono de los beligerantes films del chileno Raúl Ruiz al estilo de su Tres tristes tigres a modo de una serie de complejas conversaciones en las que los distintos personajes se lanzan puyas y miserias en un inicial tono agresivo que el discurrir de la dialéctica apaciguará para convertir el parloteo en amenas discusiones filosóficas en un ambiente más amigable. Este tramo ciertamente puede hacerse muy cuesta arriba para aquellos espectadores que no tengan al cine de Godard o Ruiz entre sus más íntimas preferencias.
No obstante, el resultado final cocinado por la joven Justine Triet es más que interesante. No me extraña que este film fuese nominado entre las diez películas del año para Cahiers du Cinema puesto que la apuesta a la que juega Triet es sumamente extraña y arriesgada, algo que llama mucho la atención al tratarse de una ópera prima. Igualmente inspirador e interesante resulta el título de la cinta, puesto que La batalla de Solferino, como cualquier aficionado a la historia de Europa conoce, fue una cruenta batalla inmersa dentro de las luchas mantenidas en la unificación de Italia entre las tropas del Reino de Cerdeña comandadas por Víctor Manuel II con el apoyo del emperador Napoleón III contra los ejércitos austriacos de Francisco José I. La batalla fue sumamente encarnizada y acabó con la derrota de las tropas austriacas. Este hecho, el titular a la cinta con una batalla llevada a cabo en el marco de la unificación italiana, es ciertamente una metáfora genial de Triet, puesto que tras visionar su espléndido debut seremos conscientes de la desunión existente en un país partido en dos por sus políticos y ciudadanos: izquierda contra derecha (ideologías cuya denominación parece haberse desgastado para en realidad ser el mismo lobo con piel de cordero pero catalogado con nombres distintos) así como la ruptura familiar preponderante en una sociedad en la que la familia ha dejado de ser ese nexo indestructible capaz de ordenar la vida civil de un país. Sin duda una obra que sorprenderá agradablemente a más de uno.
Todo modo de amor al cine.