¿Resultaría aventurado por mi parte calificar La ascensión como la mejor película de la historia del cine soviético? Teniendo en cuenta la cantidad de obras fundamentales en la construcción de los cimientos del cine tal y como lo conocemos hoy en día quizás resulte un comentario exagerado. De lo que no me cabe duda es de que esta película es una obra maestra sin parangón, una película espectacular que sin duda se sitúa en un posible Top Ten del cine soviético. Una obra de una profunda carga humanista y filosófica, pero a la vez nada discursiva ni partidaria. Una cinta visualmente espectacular, de una belleza fotográfica difícilmente comparable por su escalofriante realismo. Un retrato de como reacciona la psicología humana ante los momentos de adversidad que ponen en serio peligro nuestra propia existencia filmado de una forma sugerente e inquietante (como si de una pesadilla de la cual no podemos desprendernos ni tan siquiera con antidepresivos se tratara), pero a la vez de modo sencillo y turbadoramente cercano.
Por si fueran pocos estos calificativos, la cinta en cuestión se alzó con el Oso de Oro en la Berlinale de 1977, sirviendo este hecho como consagración de la directora ucraniana Larisa Shepitko, cineasta de gran pulso narrativo poseedora de una profunda sensibilidad alejada del tono patriótico y nacionalista del cine bélico de la antigua URSS y que desgraciadamente fallecería un par de años después en un trágico accidente automovilístico mientras se encontraba inmersa en su siguiente proyecto (Matyora), dejando de este modo viudo a otro de los grandes cineastas de las antiguas repúblicas soviéticas: Elem Klimov, director de la aclamada cinta Masacre, ven y mira, obra con la cual el film reseñado ostenta bastantes puntos en común (quizás Klimov trató con ella homenajear la obra maestra de su esposa fallecida, hecho este que parece desprenderse por las numerosas conexiones que presentan ambos films), aunque también ambas evidencian aristas que provocan que choquen de frente. Porque si bien existen vínculos que las emparentan, la obra de Shepitko apuesta por la sugerencia y la psicología de los personajes logrando el efecto de perturbarnos a través de imágenes oníricas, subliminales y poéticas a diferencia del carácter más nacionalista y explícito (a todo color) mostrado por Masacre, ven y mira. Ante estos dos planteamientos yo elijo sin duda el empleado por la bella dama ucraniana.
Porque si hay una palabra que define La ascensión esa es la de imprescindible. La cinta abraza el ambiente bélico característico de buena parte de las grandes obras del cine soviético situando la trama en plena II Guerra Mundial, pero tal como hemos dejado entrever en el párrafo anterior, La ascensión es una película soviética bélica distinta a las que conocemos. A diferencia de las obras cumbre del bélico soviet ambientado en la Gran Guerra (tales como El cuarenta y uno, La balada del soldado o El padre de un soldado), las cuales optaban por ensalzar a través del recurso de mezclar el romanticismo con la tragedia un acto de sacrificio heroico llevado a cabo por los integrantes del pueblo soviético, la obra de Shepitko opta por desnudar de heroísmo todo acto emanado de la gran guerra, mostrando el patetismo de la misma y los efectos que el horror de la guerra provocan en la mente humana. Así las secuencias bélicas de La ascensión, que se concentran en el primer tramo de la misma, son gélidas, frías, reales, carentes de ornamentos y artificios, como si de una incursión de una patrulla rebelde en cualquier guerra celebrada en estos precisos momentos se tratara. Los escarceos que enfrentan a los partisanos con las brigadas nazis son reflejados crudamente. La mayoría de los disparos son errados, los soldados muestran miedo y pavor ante el enemigo, el sonido del viento y la helada nieve que todo lo puebla congelan la pantalla del televisor logrando un efecto pictórico realmente espectral y espeluznante.
La guerra en el cine adquiere una mirada femenina y compasiva, pero sin dejar de lado el salvajismo y el halo masculino de tiranía y barbarie que revierte de toda inhumana guerra. Porque el hecho diferencial que encumbra al Olimpo del cine a La ascensión es el giro argumental y escénico que se produce hacia la mitad del metraje. Así el cosmos bélico plagado de gélidos y luminosos escenarios reales en los cuales tienen lugar refriegas minimalistas entre los combatientes de la contienda, se transforma, tras la captura en un granero a manos del ejército nazi de los dos partisanos protagonistas de la trama en un cuento de terror gótico con preeminencia de los espacios oscuros y cerrados en los que el temible rostro de la muerte representado en el del siniestro colaboracionista nazi que somete a duros interrogatorios a los presos logra enrarecer el ambiente provocando que nuestra respiración y nuestro ritmo cardíaco alteren su ritmo de forma radical. Los espacios cerrados y la oscuridad tenebrosa acaban apoderándose de la escena, sugestionando nuestras conciencias a través de imágenes de elevada carga subliminal y pesadillesca para acabar desencadenando en un final en el cual irradian las dos posturas por las que puede optar el ser humano ante una amenaza vital: seguir fiel a sus convicciones o rendirse para aceptar aquellos ideales contrarios a nuestra ideología con tal de seguir vivo.
La acción se sitúa en Bielorrusia, en plena incursión invernal de las tropas nazis en territorio soviético. Un grupo de partisanos huye de las acometidas del potente y equipado ejército alemán. Tras huir a través de un espeso bosque el jefe de los partisanos ordena a un par de jóvenes a buscar comida, dado que el grupo carece de las reservas alimenticias suficientes para seguir avanzando sin caer muertos de hambre. Los dos jóvenes son dos personajes antagónicos: Boris es un antiguo profesor guiado por la cultura y la racionalidad, mientras que Rybak es un salvaje campesino casi analfabeto guiado únicamente por la brutalidad y sus instintos primarios. Tras arribar a casa de Pyotr (un campesino al que se le acusa de ayudar a los nazis), el cual gracias a la mediación de Boris se salva del deseo de aniquilación que Rybak siente hacia él, los dos soldados salen hacia el encuentro con su grupo con una oveja muerta que sustraen de casa de Pyort.
Sin embargo, en el camino de regreso los dos partisanos se topan con una patrulla nazi que tras una emboscada logra herir en la pierna a Boris. Éste es rescatado de la muerte por Rybak que en un acto heroico logra arrastrar a su compañero hasta una pequeña cabaña habitada por una joven madre y sus hijos, la cual les ofrecerá resguardo en un corral de su propiedad. Pero unos soldados nazis arriban a la casa en busca de víveres y acabarán arrestando a los dos partisanos y a la madre acusada de colaborar con el enemigo. Los tres son llevados ante un tribunal nazi regido por un colaboracionista el cual a base de emplear funestos métodos de tortura psicológica intentará derrocar las convicciones de los soldados para que delaten la posición de sus compañeros con el fin de acabar con los focos de resistencia cercanos.
Esta trama sirve a Shepitko para construir una película tremenda, de esas que golpean la conciencia y hechizan al espectador a base de mostrar imágenes insinuantes y provocadoras. Realmente espectacular es la forma que utiliza la cineasta soviética para dibujar la psicología del bruto Rybak. La inicial valentía y robustez de sus convicciones van demoliéndose poco a poco, empleando para ello un hábil recurso (el de insertar escenas oníricas salidas de la mente del propio sujeto, en las cuales se muestra el deseo del mismo en contraposición con la actuación real llevada a cabo por él).
Así el inicialmente cobarde Boris, un personaje que se presenta en un principio como débil y aniñado, se convierte a medida que discurren los acontecimientos en el verdadero héroe, mientras que Rybak acabará cayendo presa de sus miedos, de modo que ni tan siquiera podrá ejecutar un último acto de hombría y redención debido a su flaqueza moral. Shepitko culmina la obra con una imagen ciertamente estremecedora, mostrando un primer plano de la cara de Rybak, cautivo moralmente por su miedo a la muerte, imagen ésta que quedará incrustada en la conciencia de manera indeleble. Pero no solo la foto final es perturbadora, ya que la cinta está plagada de secuencias absorbentes y poéticas. Podríamos citar entre ellas la filmada en grupo en el bosque en la cual la directora ucraniana muestra los primeros planos de los curtidos miembros (tanto jóvenes hombres como tristes y ancianas mujeres) mientras mastican la escasa comida disponible. Igualmente fascinantes son las escenas filmadas en pleno campo nevado en las que los partisanos avanzan hacia la cabaña de Pyort o se enfrentan al invisible enemigo nazi en medio de un mar de blanco vacío con la única compañía del cortante viento. Otra escena hipnótica es toda la secuencia que muestra el descubrimiento por la patrulla nazi y posterior apresamiento de los dos partisanos que se hallan escondidos en el granero. Los primeros planos del rostro atemorizado de los dos partisanos se mezclan con imágenes subjetivas las cuales nos muestran el punto de vista de los mismos ante el advenimiento del enemigo que desea capturarlos. Y finalmente imponentemente emocionantes son las psicológicas escenas de los interrogatorios llevados a cabo por el sombrío colaboracionista, así como los emotivos diálogos mantenidos en prisión de elevada carga humanista que desprende un cierto halo espiritual cuasi religioso.
Sobran las palabras para catalogar a una obra de esta inmensidad. Podría seguir magnificando el tamaño del film haciendo mención a su música claustrofóbica y esplendorosa que ayuda a amoldar el ambiente con sus melodías cautivadoras, o resaltar la imponente interpretación de todos y cada uno de los actores que aparecen en pantalla. Pero, lo mejor que puedo hacer es terminar la reseña, e instar a los cinéfilos que aún no conozcan esta magna obra maestra a que no pierdan el tiempo leyendo la misma y busquen y vislumbren esta pedazo de película.
Todo modo de amor al cine.