Hace no tanto —estoy hablando de los primeros años del siglo XXI—, dentro de este nicho cinematográfico que supone el género de terror, se vivía la paradójica situación en la que muchos de sus principales representantes, mientras hacían las delicias del espectador, eran masacrados sin piedad por la crítica especializada. Me refiero a casos como el del por aquel entonces desconocido James Wan y su Saw, o al del grupo de directores de películas francófonas con poco recato a la hora de mostrar sexo y violencia de manera explícita —el nuevo extremismo francés—.
Pero hoy en día todo el mundo quiere a Jordan Peele.
A partir del 2010 comienzan a despuntar críticas sociales aliñadas con horror (Nosotros), alegorías tenebrosas (The Babadook), inversiones de las pautas del género: silencio donde debería reinar el estrépito (Un lugar tranquilo), claridad en lugar de tinieblas (Midsommar)… Ocurre que este tipo de terror, menos visceral y más ambicioso en cuanto a su trasfondo, se fue ganando progresivamente el favor del público. ¿Y la consideración por parte de los analistas del arte cinematográfico? A estos últimos siempre les tuvo ganados. No es casualidad que de los seis filmes de terror nominados a mejor película durante toda la historia de los premios Oscar, dos de ellos —Cisne negro y Déjame salir— pertenezcan a este último par de lustros. Un reconocimiento que no se veía desde los años 70.
Así pues, qué menos que darse una vuelta por los mejores estrenos de la última década. Tiempo en el que crítica y espectador vivieron felices y decapitaron perdices.
Antes de comenzar, un apunte. El criterio para decidir el género de las obras cinematográficas se lo he cedido —gustoso— a las aplicaciones Letterboxd y Filmaffinity. Así, si ambas tuvieran a bien etiquetar una película con el ‹tag› ‘terror’, esta será susceptible de aparecer en la siguiente lista (siempre y cuando, servidor, la haya visualizado en no menos de dos ocasiones).
- The Domestics (Mike P. Nelson, 2018)
O la odisea de llegar a Milwaukee en un futuro post-apocalíptico. Mucha ‹gang› y demasiado personaje para lo que se antoja como un guion creado para una serie de televisión, pero finalmente adaptado a un largometraje. The Domestics son 90 minutos de puro entretenimiento sangriento, narrados en un tono ligero; lo que ayuda a no tomarse demasiado en serio su parte dramática.
- Southbound (Matt Bettinelli-Olpin, David Bruckner, Patrick Horvath, Tyler Gillett, Justin Martinez, Chad Villella & Roxanne Benjamin, 2015)
Una emisora de radio y una localización común para conseguir transmitir lo que el resto de antologías de terror contemporáneas han sido incapaces: que el espectador sienta estar ante un filme cohesionado, una obra completa; y no frente a un conjunto de mediometrajes mal pegados.
Poco presupuesto para una película estéticamente cuidada y que sabe cómo tiene que sonar. Siendo esta, además, poseedora del mejor segmento del género del siglo: The Accident.
- Under the Shadow (Babak Anvari, 2016)
Resulta difícil creer que la misma persona al mando del meme con patas que es Wounds lo esté también de algo tan sobrio como Under the Shadow. Drama familiar y social donde el terror sobrenatural es tratado de forma alegórica en un contexto de guerra y represión contra la mujer. Para el que escribe, un The Babadook algo más afinado.
- The Ritual (David Bruckner, 2017)
Líder destacado en cada una de las antologías de las que ha sido partícipe —The Signal, V/H/S, Southbound—, el primer largometraje del director británico resultó ser su producto más convencional. La ausencia de Brucker en el apartado de guionización probablemente tenga buena parte de culpa. Sea como fuere, uno no necesita romper moldes cuando acaba generando un producto competente. El mejor monstruo de la lista —The Ritual— puede que no deje huella, pero vaya si se deja disfrutar.
- Mientras duermes (Jaume Balagueró, 2011)
En su momento tuve la fortuna de poder asistir al estreno en cines de REC. Las consecuencias se tradujeron en semanas bordeando el mal iluminado parque que se situaba entre la zona donde solía echar la tarde-noche y mi antiguo hogar. Mientras duermes no es una cinta que llegue a aterrorizar en ningún momento. En ese sentido poco tiene que ver con la obra maestra de terror que engendraron Balagueró y Plaza. Sin embargo, consigue transmitir esa sensación de amenaza perenne, un tener que mirar por encima del hombro…
Otra comparación que vendría al pelo sería con la cinta alemana El monstruo de St. Pauli (Der goldene handschuh). Protagonizadas ambas por un monstruo antropomorfo, un personaje de tan poca humanidad que resulta casi imposible empatizar con él. No obstante, y de alguna manera, Tosar, Balagueró y Marini consiguen que si en algún momento de la película sacas los pompones, sea para alentar a este grandísimo hijo de puta llamado César. Tiene mérito.
- Los buenos modales (Marco Dutra, Juliana Rojas, 2017)
La ampliación de la realidad cinematográfica ya esbozada en Trabalhar cansa —drama social en el que las dosis de terror se administran vía la amenaza difusa de cierta criatura mitológica—. Solo que con Los buenos modales la dupla de directores brasileños decide incorporar un tercer elemento a la lista de géneros previamente empleados: la fantasía. ¿El resultado? Un melodrama que torna a ensueño, pavor mediante. O, como leí en alguna crítica de por ahí, una película “almodovariana” que acaba dejándose embaucar por Guillermo Del Toro.
- Rubber (Quentin Dupieux, 2010)
Las obras que dirige, escribe, edita y compone el polifacético Mr. Oizo son un empate asegurado en cuanto a originalidad y grandes dosis de surrealismo. Lo que no implica, ojo, que sean especialmente amenas. En el caso de Rubber, el tedio queda a la sombra de una película hilarante e inimitable.
El mejor asesino de la lista es un neumático que desarrolla consciencia de sí mismo; descubriendo por el camino sentimientos comunes a los del ser humano, como el afecto, los celos, el odio, o la capacidad de hacer explotar cráneos gracias al poder de la mente.
- Creep (Patrick Brice, 2014)
Comenzar un rodaje con el esbozo de tu película e ir improvisando a medida que avanza la filmación de esta no parece la mejor forma de acabar generando un producto notable. Ocurrió con Creep precisamente lo contrario: una creación que muy probablemente deba su unicidad a este proceso de producción tan poco metódico.
El mejor desenlace de la lista es una obra tan pequeña como icónica. Un runrún que sabe hacer de tu cabeza su hogar durante una buena temporada. La primogénita de lo que esperemos, acabe por convertirse en trilogía.
- The Battery (Jeremy Gardner, 2012)
Podrán conocer distintas clasificaciones sobre los tipos de zombis que han ido surgiendo desde su primera aparición en una pantalla de cine. Los listos y los bobos; los lentos —de movimiento, que los bobos ya los nombré— y los que parecen Usain Bolt hasta arriba de anabolizantes; los sensibles al fuego y los que su talón de Aquiles lo encuentran en una buena lobotomía… Sin embargo, y para lo que nos atañe en esta entrada, habría que crear una nueva categoría: los zombis que puedes permitirte mostrar en pantalla y los que hay que simular vía efectos de sonido (porque 6.000 dólares dan para lo que dan).
Entiendo que los ridículos fondos a disposición de The Battery se agotarían en algún momento durante el rodaje de su larga escena final. Así pues, y pese a los intentos de disimularlo, los zombies acaban por desaparecer, dejando al espectador escuchando gruñidos, pero siendo incapaz de distinguir a sus emisores. El tema es que la ópera prima de Gadner bien podría haber representado a sus contados muertos vivientes con figuras de cartón piedra durante todo el metraje, que seguiría siendo exactamente la misma película: un entrañable canto al amor en tiempos de guerra (o a la fraternidad en tiempos de apocalipsis, en este caso).
- El faro (Robert Eggers, 2019)
La evolución natural del terror pálido e intangible propuesto por el propio Eggers con The Witch: conceptualmente, mucho más etéreo; estéticamente, desaturado hasta el límite. La escalera de caracol hacia la paranoia bañada en alcohol y salitre que ofrece El faro es, a nivel artístico, espectacular; pero como espectador reincidente y desapasionado, puede llegar a resultar excesiva.
- Baskin (Can Evrenol, 2015)
Cinco policías y una noche tranquila. Un restaurante donde cenar, contar viejas batallas, hablar de fútbol… Un aviso por radio que tendrá que ser atendido. Un aviso por radio a partir del cual empezará a torcerse todo. ¿O estaba todo ya torcido desde el principio?
El mejor descenso a los infiernos de la lista es mitad thriller mitad ‘qué narices estoy viendo y por qué me está encantando’. Sí, ese subgénero. Una bendición dantesca cuyas referencias son más cercanas al zoroastrismo que al propio escritor italiano.
- Kill List (Ben Wheatley, 2011)
Las comedias dirigidas por Ben Wheatley tienen un fondo extremadamente oscuro. Era de esperar, pues, que alguna de sus otras películas de temática menos ligera acabase siendo negra como el betún. Y esa sería precisamente Kill List: una niebla seca que lo devora todo a medida que su protagonista, un ex-militar reconvertido en asesino a sueldo, va destapando lo que su último encargo esconde bajo la alfombra.
- Llega de noche (Trey Edward Shults, 2017)
Existe un paralelismo entre esta película y The Witch que en su momento fastidió la experiencia de sendos visionados a no pocos espectadores. Cintas de terror que buscan crear malestar a través de una atmósfera malsana que va coagulando a medida que pasan los minutos, pero que fueron víctimas de una campaña de ‹marketing› que vendía precisamente lo contrario: obras de susto fácil para las que uno debería entrar a la sala de cine preparado, no fuera a ser que el corazón se le saliera del pecho a las primeras de cambio.
Llega de noche (It Comes at Night) es una de las mejores impresiones sobre la desesperanza que se ha hecho dentro del terror occidental actual, y merece ser vista como lo que es: una ‹slow burn movie› que no te va a sobresaltar y que, probablemente, tampoco te va a dar respuestas.
- Absentia (Mike Flanagan, 2011)
Cortita y al pie: dentro del terror de muy bajo presupuesto, lo mejor que se ha hecho en lo que llevamos de siglo.
- Hereditary (Ari Aster, 2018)
La pesadilla heredada con formato casita de muñecas que formula Aster con Hereditary es un viaje al ralentí destino una coda en la que termina por pasarse de revoluciones. Para algunos, este cambio en el énfasis narrativo acabará en mareo; para otros, será la justificación perfecta para la travesía recorrida hasta entonces. Independientemente del grupo en el que uno se encuentre, resultará difícil no apreciar la habilidad del director para sacar lo mejor de sus actores, y para manejar perfectamente el tempo a la hora de construir escenas atroces.
- La cabaña en el bosque (Drew Goddard, 2011)
El estreno como director del guionista Drew Goddard es lo que todo amante del cine de terror podría desear a la hora de plantarse ante una película-homenaje de este tipo. Extraordinariamente divertida, sangrienta, nido de meta-referencias y, lo más importante de todo, poseedora del mejor tritón de la lista.
- Sinister (Scott Derrickson, 2012)
¿Cuántas veces se han encontrado frente a una película del género con personajes tomando decisiones de una estupidez supina, justificables sólo ante el guion que así lo exija? Sinister estaría entre las que pueden tirar la primera piedra. Individuos expuestos a situaciones que se resuelven bien en función de un drama previamente establecido, bien atendiendo al mínimo de inteligencia esperable de la especie protagonista —‹homo sapiens›—.
La mejor banda sonora de la lista es un pequeño thriller donde todo queda bien atado, con una construcción de la historia que mancha pantalones.
- Mandy (Panos Cosmatos, 2012)
O el oxímoron aplicado al celuloide. Cinta que durante su visionado desde el confort de una casa planteas llegar a quitar en algún punto, pero que al acabarla desearías hubiera durado un par de horas más. Que pese a las náuseas, pides postre, vaya.
Como también harían otros representantes contemporáneos del cine pseudo-vanguardista como el dúo de directores Hélène Cattet y Bruno Forzani, el sacrificio estético de sus últimas películas en pos de un mayor peso narrativo no es tal, sino una inversión. Mandy es a Beyond the Black Rainbow lo que Laissez bronzer les cadavres es a Amer: una evolución autoral hacia obras casi tan auténticas y visualmente brillantes como sus predecesoras, solo que infinitamente más digestivas para el espectador.
- Lo que hacemos en las sombras (Taika Waititi, Jemaine Clement, 2014)
A la hora de volver a ver una película de humor, el diálogo es oro. Ahora, la pregunta sería: ¿cómo puede una farsa ser tal, sin un coloquio que la avale? Pues simple: golpes de efecto a base de comedia visual. Resulta mucho más sencillo recordar a un joven envalentonado saltar sobre una trituradora de madera (Tucker and Dale vs. Evil) que una larga conversación estúpidamente hilarante entre chupasangres (Lo que hacemos en las sombras). Es por esto que la mejor comedia de la lista consigue que volver a pasear por las calles de Wellington se sienta como la primera vez.
- Suspiria (Luca Guadagnino, 2018)
La película, la original de Argento, con la que el bueno de Luca supo que iba a dedicar su vida al cine cuando no era más que un doncel. Años y años de dibujarla en su cabeza hasta que el éxito (Call me by Your Name) le dio la libertad creativa y económica para ponerse al mando del ansiado proyecto. ¿El resultado? Una danza macabra donde el favorito de Apichatpong (Sayombhu Mukdeeprom) y el propio Guadagnino deciden regalar al espectador una de las más destacadas fotografías de la década. La mejor escena de la lista, esos espejos testigos de la expresión artística en forma de danza y luxaciones varias, tenía que andar por aquí arriba.
- Bone Tomahawk (S. Craig Zahler, 2015)
Al bueno de Zahler eso de ser músico, guionista y novelista se le debió de quedar corto en algún punto indeterminado durante la primera mitad de la última década. Tomó entonces la decisión de iniciarse en el noble arte del cine. Y hasta hoy, tres películas guionizadas, compuestas y dirigidas por un señor para el que el día parece tener horas de más.
Con su primera creación irrumpió en el panorama cinematográfico independiente con la discreción aquella del elefante en la cacharrería. Un buen puñado de premios, otras tantas nominaciones, y la sensación generalizada de que Zahler había venido para quedarse. Se podría pensar que el mero hecho de presentar un western de terror en pleno siglo XXI fuese motivo más que suficiente para dar el cante, pero el hábito no hace al monje: Bone Tomahawk se ganó sus medallas por saber contrapuntear a la perfección dentro de una armonía donde conviven terror, comedia, ternura y desmembramientos varios.
- Muere, monstruo, muere (Alejandro Fadel, 2018)
Planos largos, onirismo, decapitaciones, puede que monstruos, puede que no, y un tema principal que se queda contigo el resto del día.
Esta es una obra compleja —casi tanto como intentar reseñarla—, pero cualquier conato de encajar las piezas que nos pone sobre la mesa resultará contraproducente. A Muere, monstruo, muere debería venir uno a perderse entre las pinceladas de Fadel, a dejarse cautivar; y no a tratar de completar el puzle.
- Der Nachtmahr (Achim Bornhak, 2015)
Para la RAE, el significado de la palabra ‘homúnculo’ sería ‘hombre pequeño’. De preguntarle a un neurólogo, la representación de la parte motora y/o sensorial de nuestro cerebro. Según el manga de Hideo Yamamoto, ese ‘yo’ que nos define, avergüenza y hace vulnerables. Achim Bornhak se vale de todas las definiciones anteriores para —dentro de un cuento sobre adolescencia y salud mental— representar una de las criaturas más horrorosamente feas que estos ojos hayan tenido el honor de presenciar.
Der Nachtmahr es epilepsia, cocaína y Boys Noize destrozando tímpanos. Es búsqueda de aceptación, psicosis y autodestrucción. Un bicho raro que más vale conecte contigo, porque ante todo es un equilibrista sobre la delgada línea del amor-odio.
- It Follows (David Robert Mitchell, 2014)
La muerte del sueño americano en clave de terror no podía haberse representado mejor. It Follows evoca un cine de otra época, pero sólo en la forma. Ni coches lujosos, ni planes de estudios, ni proyectos de futuro. Para el grupo de adolescentes tardíos protagonista, los tiempos de bonanza que se podían palpar en las películas del género de finales del siglo XX son precisamente eso, algo de película. La clase media huele a descomposición y David Robert Mitchell lo sabe.
Utilizando el sexo como vector de esa enfermedad que supone la llegada a la madurez en un contexto sin esperanza alguna, el ente que se encargará de perseguir a los protagonistas será la sola representación de la figura adulta durante toda la película. Una condición, la adultez, de la que uno puede correr, pero no esconderse.
- Crudo (Julia Ducournau, 2016)
Puede que uno de los últimos coletazos del ya mentado nuevo extremismo francés. Las referencias son tan obvias como intencionado el ‹cast› de Laurent Lucas (Dans ma peau).
De lo que podría haber sido un ‹coming of age› más envuelto en terror, a una obra maestra sobre la lucha por la independencia y el despertar sexual. Andante de estudio, Crudo es Eva enfrentándose a la búsqueda de su Adán, a las jodidas siete plagas, y a demasiadas manzanas esperando ser mordidas.
Escrito por Javier Valiente